jueves, 17 de octubre de 2024

carmen boullosa / carta al lobo










Querido Lobo:
Llego aquí después de cruzar el mar abierto del bosque,
el mar vegetal que habitas,
el abierto de ira en la oscuridad y la luz que lo cruza
a hurtadillas,

en su densa, inhabitable noche de aullidos que impera
incluso de día o en el silencio

mar de resmas de hojas
que caen y caen y crecen y brotan, todo al mismo tiempo,
de yerbas entrelazadas,
de mareas de pájaros,
de oleadas de animales ocultos.

Llegue aquí cruzando el puente que une al mundo
temeroso con tu casa,

este lugar inhóspito,
inhóspito porque esta la mar de habitado,
habitado como el mar.

En todo hay traición porque todo esta vivo...

Por ejemplo, aquello, si desde aquí parece una sombra,
¿hacia donde caminara cuando despierte?
Como fiera atacara cuando pase junto a él,
cuando furioso conteste el sonido de mis pasos.

Así todo lo que veo.
En todo hay traición

...era el camino, lobo,
la ruta que me llevaba a ti...

Escucha mi delgada voz, tan cerca.
Ya estoy aquí.

Escoge de lo que traje lo que te plazca.
Casi no puedes mirarlo,
insignificante como es,
perdido en la espesura que habitas.
Estoy aquí para ofrecerte mi cuello,
mi frágil cuello de virgen,
un trozo pálido de carne con poco, muy poco que roerle,
tenlo, tenlo.
¡Apresura tu ataque!
¿Te deleitaras con el banquete?
(No puedo, no tengo hacia donde escapar
y no se si al clavarme los dientes
me miraras a los ojos).

Reconociéndome presa
y convencida de que no hay mayor grandeza que la del
cuello de virgen entregándose a ti,

ni mayor bondad que aquella inscrita en tu
doloroso,
lento
interminable
y cruel
amoroso ataque,

cierro esta carta.
Sinceramente tuya,

                                   Carmen.

***
Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954)

miércoles, 16 de octubre de 2024

pedro prado / dos poemas













Los pájaros errantes

*

Era en las cenicientas postrimerías del otoño, en los solitarios archipiélagos del sur.

Yo estaba con los silenciosos pescadores que en el breve crepúsculo, elevan las velas remendadas y trasparentes.

Trabajábamos callados, porque la tarde entraba en nosotros y en el agua entumecida.

Nubes de púrpura pasaban, como grandes peces, bajo la quilla de nuestro barco.

Nubes de púrpura volaban por encima de nuestras cabezas.

Y las velas turgentes de la balandra eran como las alas de un ave grande y tranquila que cruzara, sin ruido, el rojo crepúsculo.

Yo estaba con los taciturnos pescadores que vagan en la noche y velan el sueño de los mares.

En el lejano horizonte del sur, lila y brumoso, alguien distinguió una banda de pájaros.

Nosotros íbamos hacia ellos y ellos venían hacia nosotros.

Cuando comenzaron a cruzar sobre nuestros mástiles, oímos sus voces y vimos sus ojos brillantes que de paso, nos echaban una breve mirada.

Rítmicamente volaban y volaban unos tras los otros, huyendo del invierno, hacia los mares y las tierras del norte.

La peregrinación interminable, lanzando sus breves y rudos cantos, cruzaba, en un arco sonoro, de uno a otro horizonte.

Insensiblemente, la noche que llegaba iba haciendo una sola cosa del mar y del cielo, de la balandra y de nosotros mismos.

Perdidos en la sombra, escuchábamos el canto de los invisibles pájaros errantes.

Ninguno de ellos veía ya a su compañero, ninguno de ellos distinguía cosa alguna en el aire negro y sin fondo.

Hojas a merced del viento, la noche los dispersaría.

Mas no; la noche, que hace de todas las cosas una informe oscuridad, nada podía sobre ellos.

Los pájaros incansables volaban cantando, y si el vuelo los llevaba lejos, el canto los mantenía unidos.

Durante toda la fría y larga noche del otoño pasó la banda inagotable de las aves del mar.

En tanto, en la balandra, como pájaros extraviados, los corazones de los pescadores aleteaban de inquietud y de deseo.

Inconsciente, tembloroso, llevado por la fiebre y seguro de mi deber para con mis taciturnos compañeros, de pie sobre la borda, uní mi voz al coro, de los pájaros errantes.

~

Poder del amor

*

No sé si pienso en algo o bien en nada.
En puntillas se van las horas calladas.

Duerme mi voluntad y duerme mi conciencia
Y libran mis manos de toda extraña influencia.

Y mis manos se mueven como seres vivos,
seres que parecen ajenos a mí mismo.

Yo las miro hacer y luego no las veo
que de nada me sirven los ojos que llevo.

                        * * *

Heme vuelto en mí. Ante la vista tengo
diseño de la amada por mis manos hecho.

¡Oh, poder del amor, aún cuando no pienso
vive entre mis manos su recuerdo!

***
Pedro Prado (Santiago de Chile, 1886-Viña del Mar, 1952)

martes, 15 de octubre de 2024

d. h. lawrence / lluvia de otoño













Las hojas planas
caen negras y húmedas
sobre el césped

los fajos de nubes
en los campos del cielo
caen y se dibujan

en semillas de lluvia que caen;
la semilla del cielo
en mi cara

cae - vuelvo a oír
aún como ecos 
ese suave paso

el amortiguado suelo del cielo
los vientos que trillan
todo el grano

de lágrimas, el almacén
cosechado
en las espigas del dolor

recogidas en lo alto:
las hileras de los muertos
hombres muertos

ahora cribados suavemente
en el suelo del cielo;
el maná invisible

de todo el dolor
aquí para nosotros
es fino y divisible
cae como la lluvia.

***
D. H. Lawrence (Eastwood, 1885-Vence, 1930)
Versión de Nicolás López-Pérez

/

Autumn Rain

*

The plane leaves
fall black and wet
on the lawn;

the cloud sheaves
in heaven’s fields set
droop and are drawn

in falling seeds of rain;
the seed of heaven
on my face

falling — I hear again
like echoes even
that softly pace

heaven’s muffled floor,
the winds that tread
out all the grain

of tears, the store
harvested
in the sheaves of pain

caught up aloft:
the sheaves of dead
men that are slain

now winnowed soft
on the floor of heaven;
manna invisible

of all the pain
here to us given;
finely divisible
falling as rain.

lunes, 14 de octubre de 2024

kim addonizio / cata de vinos













Creo que detecto el cuero cuarteado.
Estoy segura que huelo las cerezas
del Shirley Temple que mi padre me compró

en 1959, en un bar en Orlando, Florida,
y el cloro de la bañera de mi madre.
Y los besos del invierno pasado, como sal en hielo negro,

como la luna alejándose de la tierra.
Cuando Li-Po bebía vino, la luna se zambullía
en el río, y él se tambaleaba.

Probablemente él saboreaba la risa.
Cuando mi amiga Susana bebe
llora porque es irlandesa

y no tiene hijos. Me gustaría saborear,
una vez más, la lluvia que llegó
una tarde y cayó un poco

donde estaba parada, entonces incliné mi rostro
sintiéndome viva en ambos mundos a la vez,
sabiendo que se terminaría y que no importaba.

***
Kim Addonizio (Washington DC, 1954)
Versión de Marina Kohon

/

Wine Tasting

*

I think I detect cracked leather.
I’m pretty sure I smell the cherries
from a Shirley Temple my father bought me

in 1959, in a bar in Orlando, Florida,
and the chlorine from my mother’s bathing cap.
And last winter’s kisses, like salt on black ice,

like the moon slung away from the earth.
When Li Po drank wine, the moon dove
in the river, and he staggered after.

Probably he tasted laughter.
When my friend Susan drinks
she cries because she’s Irish

and childless. I’d like to taste,
one more time, the rain that arrived
one afternoon and fell just short

of where I stood, so I leaned my face in,
alive in both worlds at once,
knowing it would end and not caring.

domingo, 13 de octubre de 2024

reina maría rodríguez / los frágiles espías













un polvo oscuro me ensombrece la mejilla
la boca el asco cómo cubrir el asco
la fragilidad de sus espías?
un polvo oscuro para cubrirlo todo
y pasar discreta sin que sepan que soy yo misma
con polvo oscuro cubriendo otro fracaso.
porque mis amigos mis buenos amigos también
habían calculado:
estamos hechos de límites no de barcos
y mis buenos y bellos amigos se embellecen
para poner alambres de púas.
pero yo sólo tengo polvo oscuro y va a llover
y se caerá ese embadurnamiento y se pondrán
opacos ellos también.
no soy divina ellos tampoco son divinos
pero los demás esperan encontrar todavía
dentro de nosotros.
de qué te puedo salvar sin un trasplante
de cosas esenciales? cómo relacionar
tu búsqueda conmigo y no ser vendible?
demasiada subasta.
me rompe el asco la boca cuando despierto
y pongo serio polvo oscuro sobre la mejilla
aún inofensiva
polvo oscuro para resbalar gelatinoso
y ellos caen en la trampa mis buenos y fieles
amigos que me hicieron soñar y descubrir sus trucos
frente a este espejo donde me veo y también estoy
mirándoles tan frágiles tan penosamente frágiles.
me lastima la manera de cometer sus crímenes
eran tan inteligentes al principio!

***
Reina María Rodríguez (La Habana, 1952)

sábado, 12 de octubre de 2024

luiza romão / dos poemas










casandra
entiende sis anunciar la desgracia
no es lo mismo que remediarla
primero dirás está podrida
después con pericia
rasparás de la cáscara la pulpa viscosa
el estiércol se esparce
hay hongos prehistóricos
hay hongos bendecidos
está podrido repetirá didáctica

ellos continuarán hurgándose los dedos del pie

tal vez llores tal vez te arranques
del pubis a la barbilla todos los pelos
una mujer carbonizada a media avenida
tal vez muestres informes del instituto del medio ambiente
la fotografía aérea de niños vietnamitas
hechos antes incontestables
hechos antes never more

ellos continuarán hurgándose los dedos de los pies

tal vez te tiren de loca o de ingenua
son incontables las formas de rebajar a una mujer
what? estás hablando en griego
está podrido tus senos en llamas
aún así
ellos se embadurnarán

~

andrómaca
no conocí troya
ruinas más ruinas menos
también guardamos piedras aquí al otro lado del océano
todo lo que aprendí fue en este alfabeto moderno
este es el momento apoteósico mi obsesión
nuestros despojos es troya
mis amigas acorraladas contra el escritorio del jefe es troya
la mujer amarrada bolsa negra en la cara fiesta de lujo es troya
las cucarachas royendo el ano de la guerrillera comunista es troya
es troya mi compañero baleado en la cara
es troya los cuerpos aparecidos en el manglar
las lideresas perseguidas las víctimas de feminicidio es troya
los milicos los fascistas los tiranos todos disparan contra troya
la filosofía el derecho el occidente nacen de la devastación de troya
¿ahora entiendes por qué volví?
no conocí troya pero la entreveo espléndida
en las caricias clandestinas durante los bombardeos y gas pimienta
en las barricadas en las clínicas de aborto en los albergues inusitados
en la desobediencia en el rincón sí en el rincón no me voy a entregar
tú gritas yo repito a través de los siglos hermana mía
no hay poemas para ti ninguna línea sobre cibeles
dónde perdimos la pista cuando se convirtió en espectáculo
maldita literatura y su panteón de victorias
abrázame fuerte la explosión está próxima ella ha de venir

***
Luiza Romão (Ribeirão Preto, 1992)
Versiones de Roberto Amezquita

viernes, 11 de octubre de 2024

eduardo chirinos / puerta de atocha - estación de los desamparados









           
       Váca mi estómago, váca mi yeyuno
                                       César Vallejo


1

Paradojas del movimiento. En el interior del tren
el paisaje se percibe desde la quietud. Todo
lo sólido se desvanece en el aire, deja partículas
de polvo, su estela multicolor en la retina.
En el exterior, en cambio, el paisaje es inmóvil.
El tren perfora la quietud como una aguja en la
arteria, como la sangre que circula en un cuerpo
inerte pero todavía vivo. Y el sol. El sol benéfico
que arde en los metales, en la memoria que
agradece la llegada del tren. Y me adormece. 

2

Ahora, por ejemplo, veo paisajes con vacas.
¿Por qué el tren me hace pensar en paisajes
con vacas? Del soporte de fierro cuelgan bolsas
como ubres. Están conectadas a mi cuerpo y mi
cuerpo, callado, las recibe. Miro sin entusiasmo
las ubres de las vacas. Su leche rosada y salina
que ha de llegar hasta mí. Una enfermera entra
a la habitación y pide mi boleto. Las vacas pastan
en las laderas de los Andes, vuelan por los tejados
de Madrid, aterrizan sin alas a orillas del Jocko.
Yo bebo su leche, palpo las ubres que cuelgan del
soporte de fierro. Siempre de pie, junto a mi cama. 

3

Estación de los Desamparados, mayo de 1973.
Todo está en orden: el sol, el río, los asientos
numerados. Domingo familiar en las afueras
de Lima. Escucho la algarabía del tren, su
insistente y frágil traqueteo. ¿Quién hace
tanta bulla? Quiero descansar, pero tampoco
quiero que se vayan. Me hace bien tanto
alboroto, tanto laberinto. La enfermera
me pide mi boleto. No lo tengo, pregúntele
a mis padres, tal vez esté escondido entre
las sábanas. El tren partió con media hora
de retraso. Miro las aguas del río. Ellas
también viajan, pero en sentido contrario.
Conforme suben se tornan más limpias,
más violentas, menos habladoras.

4

Silencio. Lo que necesito es silencio. Cierro
los ojos, acomodo la cabeza en la almohada
y trato de dormir. Pero no puedo. En cada
estación los ambulantes ofrecen sus productos:
bolsitas de cancha, de camote frito, de maní
tostado. Artesanía barata para turistas pobres.
La enfermera me trae la comida en una bandeja
de aluminio. Dice que volverá en dos horas.
Se llama Eulalia como la santa del pueblo,
como la marquesa de Darío que ríe y ríe y ríe. 

5

Estación de Atocha, septiembre de 1986.
Frente a nosotros viaja una familia de gitanos.
El compartimento es pequeño y huele mal.
Aquí no hay cante jondo, ni romance con luna,
ni sangre de cuchillos. Con una navaja el padre
corta un queso. La niña duerme en faldas de la
madre, el niño me ofrece revistas pornográficas
por tres duros. El destino se aleja a la velocidad
del tren, se adentra en la noche, se hunde sin
piedad en la pupila del lobo. Me aferro a los
barrotes de la cama (“váca mi estómago, váca
mi yeyuno”). En la próxima estación se bajan
los gitanos. Y yo debería irme con ellos.

6

Imagina un tren que parte de una estación
cualquiera. Imagina que en cada estación el
tren se multiplica. Que lo que fue al comienzo
un tren solitario y reluciente son ahora miles
circulando sin control. Invadiendo lentamente
y en silencio cada vía sana y libre de tu cuerpo.

7

Infiernillo es rojo y da miedo. Estoy hablando
de mi primer viaje en tren (Lima-Jauja, 1967).
Atrás quedó Desamparados, la cuesta amable
de Chosica, Matucana, San Mateo. Mejor no
mires, advierte mi madre. Estelas de sal en los
rieles podridos de la Oroya (3,700 m.s.n.m.).
El tren perfora la montaña y la divide en dos
en tres, en cuatro. La enfermera pregunta
si he comido ancas de rana. Hace tiempo me
arrodillé ante la Señora de los Desamparados,
me preguntó si leía revistas pornográficas.
No supe contestarle. Me perturban los ojos
del niño gitano, su insoportable olor a queso.
Mejor no mires, advierte mi madre. Abajo
camiones pequeñitos transportan minerales
a una fundición. Me siento mareado. Mejor no
mires, advierte mi madre. Mejor no mires.

8

Eulalia entra a la habitación y pide mi boleto.
Volteo nerviosamente los bolsillos, reviso una
y otra vez la billetera, rebusco entre las sábanas.
Si no lo encuentro tendré que bajarme en la
próxima estación. No te preocupes, me dice
un pasajero. Ahora ya eres uno de los nuestros. 

9

El tren es una mancha que enturbia la pureza
del paisaje. Perfora la quietud como una aguja
en la arteria, como la sangre que circula en un
cuerpo inerte, pero todavía vivo. Y el sol. El sol
benéfico que arde en los metales, en la memoria
que agradece la llegada del tren. Y me despierta.

***
Eduardo Chirinos (Lima, 1960-Missoula, 2016)