miércoles, 25 de noviembre de 2020

héctor hernández montecinos / dos poemas








La mente es sueño (el tiempo no existe)

*

Para no tener que escribir yo sueño
como al cerrar los ojos tendido en mi cama
como al abrirlos en el túnel del metro.
Soñar con la profundidad de que todo no existe
ni siquiera ustedes que ahora me oyen o creen hacerlo
mientras yo los contemplo desnudos
y hago memoria de unas fotografías mentales
que perecieron en un incendio también mental.
En el principio la luz era agua seca
cayendo desde el cielo e iluminando
la sequedad de los desiertos
y los huesos convertidos en leyendas.
Seguiré soñando
creeré en las montañas
de esos mapas en blanco
creeré en esos mares
que son silencio en estado líquido
creeré en esta mano
que escribe bajo mis ojos que no tienen donde ir
lo que significa que están muertos.
Este poema va y viene como la tinta
con que es escrito antes de congelarse bajo la lluvia
o derretirse sobre las piedras mayas
que he soñado en estos momentos
para probar la falta de gravedad de las palabras
aunque nadie haya leído el Popol Vuh en el espacio
o tal vez sí
pues es más barato enseñar
que la Tierra es cuadrada
y que las personas de otros países se llaman extranjeros.
La mera neta del planeta es que no
pensando en que la ebriedad no es un estado
sino un pequeño pueblito donde se inventó el alcohol
y todos sus sinónimos
y donde hay una doble casa que es morada
rodeada de aves que sólo descansan sobre el horizonte
lleno de jirafas que recuerdan
armadillos que andan en círculos y tigres
que sueñan con la nieve que nunca han visto.
No hay un circo allí pero sí una mala noche
de ese alguien que duerme en mí mientras escribo
y murmura que le reventarán los ojos
con una espada ardiente y que la maldición egipcia
de la ceguera paulatina se extenderá hasta la eternidad.
La R es un puente
un intento de llenar el vacío que es la boca del cielo.

~

La noche cósmica

*

I

Entonces acompañó mi rostro
y me preguntó qué es el alba

Estira tu brazo, le dije.
Estira tu brazo lo más que puedas y obsérvalo.
Sobre él aún es de noche
pero donde termina el más largo de tus dedos
comienza una luz.
Observa el color de tu piel y el de esa luz,
es el mismo.

Eres el inicio del amanecer.

Cada nuevo día será la anunciación
que escribirás y lloraré.

Cada nuevo día será la aproximación
a un libro que leeré cuando anciano y lloraré.

Cada nuevo día
será este amanecer en tus ojos.

El término de decenas de noches blancas
en las líneas del horizonte,
el alumbramiento de dioses
que sueñan volver a bailar sobre los barcos.

Entre la noche y el día
tu dedo difumina
lo que fue la tierra
y lo que el cielo será.

Las estrellas se convertirán en flores magnéticas
y las constelaciones congeladas
en nubes llenas de nubes y nubes más.
El Cosmos está en tu mano.
El Cosmos acaricia mi cabeza.

Y de entre sus dedos una luz creció y tuvo miedo,
luego ya no era una luz sino cinco.

Son los cinco soles, le dije.
Los cinco soles del Cosmos.

Soñarás con un sol de fuego que se apagará como yo
con un sol de agua que secará tus lágrimas
con un sol de aire que refrescará las vocales de tu lengua
con un sol de tierra donde podrás pronunciar tu espalda.

El último sol
es el sol de soles,
Inti Lupi lo llamarán
y cada uno de esos soles está en tu mano.

Entonces aparecieron
los primeros rayos del sol de fuego.

Oriente se llamará este dedo.
Es el hálito de todas las formas. Brilla.
El triunfo de la primera muerte,
su resurrección cayéndose a pedazos.

Ha muerto la noche y estamos solos.

¿Qué es tanta belleza?, me preguntó.
Por favor dime ¿qué es tanta belleza?.

Guardé el silencio y cada partícula de luz de su voz.
Guardé el silencio.
Lo guardé.

Era uno, luego siete,
luego decenas de millones de rayos
que golpearon los últimos retorcijones de oscuridad.

Enseguida cada uno de ellos se dobló en medio
y se balancearon,
uno a uno y a la vez.

Toma mi mano, le dije,
vamos al columpio del cielo.

Puso sus dedos entre los míos
y sentí que los rayos del sol de fuego
salían despavoridos por mis hombros.

Se sienten como alas, le dije.
Eran como alas.

Su segundo dedo se llamará Norte.
Es donde vive la bóveda celeste.
Allá tan lejos
que sólo las montañas, los árboles y los pájaros
pueden soñar con ella.

Nos balanceamos de cenit a nadir
en un abrir y cerrar de ojos
la tierra se hizo polvo
y luego voló hasta el fondo del mar,
las constelaciones se desnudaron
y el día y la noche eran un solo vaivén.

¿Qué es eso debajo de mis pies?, me preguntó.
Son las nubes
¿Y qué son las nubes?
Volví a mi mente y hablé.

Antes vivían allí unos animales enormes
que de tan enormes nadie veía,
salían a devorar los olores de los planetas
tanto el olor del incienso como el de la sangre,
el olor del vino, las flores y el sudor.

Catedrales les llamaban a las nubes
y ellos mismos se llamaban dioses.

Pero no temas.
Están muertos.

¿Y eso que está debajo de las catedrales?
¿Y eso que está debajo de las catedrales casi tocando mis dedos?

Son las galaxias, le dije.
Son lindas.

Me miró y sonrió.
Sus orejas se llenaron de recuerdos.
Las conozco, me dijo,
están hechas de excremento.

Así es, le respondí,
mientras nos seguíamos balanceando,
perdiéndonos en su forma espiral.

Mira, le dije.
Mira adentro de ese caracol.
Ese se llama Tecciztecátl y está muerto,
no el caracol sino el dios encerrado ahí.

Sí, el dios encerrado ahí es la luna.
Tócala con tus pies,
verás que se siente húmeda y blanca.

Así lo hizo y la liebre, la rana y el toloache
saltaron a sus rodillas.

No, no tengas miedo
son sólo constelaciones abandonadas en la eternidad.

El vaivén ya no era del columpio
sino que de un barco,
el barco que lleva las semillas de todo lo que está vivo.

¿Es ese el sonido de todo lo que está vivo?
No, le respondí.
Eso que oyes es un eclipse que está naciendo.

Entonces la brisa desapareció
y los pájaros se recogieron a morir.

El frío,
el frío de que la serpiente, el dragón y el jaguar
devoren cada uno de los rayos del sol de fuego.

Oscureció y el barco ya no se movía.

Tus ojos están brillando, me dijo.
Brillan como tú y yo.

Ya no brillan. Se derriten
¿Por qué lloras?

Su mano se acercó a mi rostro
y mi rostro se reflejaba en su mano.

Su tercer dedo se llamará Poniente.
Las islas caminarán en paz sobre las tormentas solares
pues están hechas para eso
para que desaparezcan bajo cada mirada.

Los caballos del fondo del mar
te observarán mientras te bañas
y escribirás en la arena pegada a tu cuerpo.

Tus ojos están brillando, me dijo.

Ya no brillan. Se derriten
¿Por qué lloras?

No lloro.
Es el océano.

El barco volvió a moverse.
Se elevó a través de nubes de hipopótamos e insectos.

Este es el campo de juncos, le dije,
debajo de este pantano hay un bosque,
un bosque repleto de rocas desolladas.

No las toques.
Es el futuro del futuro
lleno de sal y piedras proféticas.

Una de ellas habló,
Akwanshi era su nombre y a su alrededor
cientos de montañas permanecían en silencio.

Las cabras y las abejas salieron de las cuevas
con los ojos ensangrentados a escuchar.

No tengas miedo, le dije.
Aprende del silencio de las constelaciones.

Ten en ti las palabras de Akwanshi
que es el huevo del Cosmos.

No respirarás
hasta que tus pulmones se llenen de luz
luego exhalarás el polvo de esas estrellas
sobre el negro más oscuro que el negro.

Dije eso y un nuevo rayo apareció.
El cuarto dedo se llamará Sur.
Ese lugar donde la nieve
quemará las ranas de los árboles
y la niebla devorará todo lo que se parezca a la piel,
de rocío se atragantarán los peces
y de peces los espíritus de la noche.

El sol de fuego comenzó a decaer
y se quedó enredado en el cabello de las flores.

¿Muere el sol? me preguntó.

Estira tu brazo, le dije.
Estira tu brazo lo más que puedas y obsérvalo,
pero no quiso hacerlo y lloró

¿Moriré yo? me volvió a preguntar.

No, le dije,
no morirás.

Resucitarás de entre las luciérnagas.

II

Ciertamente había muerto.

Le hablé,
le respiré en sueños
y no volvió.

Responderán las estrellas con su nombre, me dije.

Las busqué con mis propias manos
una a una
pero su luz era indiferente y fría.

Partículas que tiritaban
ondas que se perdían en el silencio del espacio.

Me dijeron que haría un largo viaje
y el largo viaje era él.

No te enamores de los países
tienen miedo, me dijo el sol de soles.

Tenía razón.
Tienen miedo.

Que desaparezca entonces para siempre
la nueva Tenochtitlan sobre este lago de minerales chicos.

Que desaparezca entonces para siempre
la capitanía general del nuevo extremo de mi corazón.

Que desaparezcan entonces para siempre
Andrómeda Alejandro Magno y el Valle de Elqui.
 
Que desaparezcan entonces para siempre
el estrecho de Panamá Nostradamus y el Vellocino de Oro.

Que desaparezcan entonces para siempre
Tauro los Andes y todas las malditas noches como ésta.

Dije esto
y yo no era yo.

Era el interior de mis ojos
donde se apagaba
una fogata redonda al amanecer
bajo una tenue llovizna también redonda.

Restos de Cosmos
pedacitos de Universo
rastrojos de Galaxias
sobras de mí.

Los caballos y las flores
iban a perder el camino juntos
cuando se acabara la última brasa.

Los remolinos secretos y las burbujas
se esconderían en el fondo del lago
donde vive Utnapishtim cantando.

Los pulmones y los murciélagos
iban a correr entre los meteoritos
donde se calentaban las líneas del destino.

Sus antepasados y los míos
iban a besarse
esta noche de todas las noches.

Su quinto dedo se iba a llamar Tiempo
y ese rayo sería el que iluminara
el pasado del futuro
el final de los libros  y el comienzo de los árboles.

El renacimiento de todo lo que brilla.

Nada de eso terminó de ocurrir.

Los países industrializados se fueron en ácidos
y agonizaron hasta el amanecer.

El kali yuga.
Yo salí a caminar con la oscuridad.

Hola, oscuridad ¿tienes hambre?

Vimos como las hierbas se desnudaron
y se pusieron de rodillas
al igual que las ramitas quebradas
que temblaban de frío y deseo.

Este lago habla me dijo un sapo,
habla porque es un ojo invertido.

Las montañas dolían en el estómago
y los riachuelos desembocaban en las vénulas

La niebla se acumulaba en la vejiga
y las gotas de lluvia en las articulaciones.

Este lago habla porque morirá.

Todo era rito
rito para despedirse
rito para renunciar
rito para dejar que los continentes se acabaran.

Así son las cosas, me dije
y ciertamente así eran.

Me sentí triste
en medio de los arbustos,
los oía murmurar
unos pasos delante de mí.

Es el miedo.

Abrí los ojos
pero esas cosas ya no existían.

Osetia del Sur Sikkim Abjasia
Rhodesia Somalilandia República de Užice
y el resto de los países eran constelaciones
que me susurraban al oído:
Cálmate, hijo de las ciudades destruidas,
no sigas incendiando todo a tu alrededor.

Entonces pensé, es el fuego.
La boca de mi espíritu.

Cálmate, hijo de las ruinas de la vida de tus antepasados.

Acabas de nacer
y estás muerto.

¿Dónde soy?

¿Cuánto fui?

¿Quién haré?

Me miré en el lago
tenía cuatro años
y con un junco dibujaba letras sobre la superficie
luego escribí un cielo
con treinta y tres estrellas
guardadas cada una en un frasquito.

Soy yo, me dije.
Estoy vivo ahí.

Tenía una mirada tan triste
que quise volver a llorar.

Una mirada tan triste
como la noche que traía a cuestas.

Era un niño de la Tierra.

Alguien puso su mano en mi cabeza y escuché:

¿Qué es el Sol?
Un ojo, le dije.

¿Qué es la Luna?
Un ojo y una lágrima.
¿Qué son las estrellas?
Los ojos de los niños de Marte.

¿Hay vida en Marte?
Sí, son millones de niños que sueñan
con millones de niños de la Tierra.

Tus ojitos brillan para los niños de Marte.

Cada vez que un niño llora
en Marte aparece una estrella.

Cada vez que un niño ve una estrella
un nuevo planeta nace.

Un planeta vagabundo.

Los niños de Marte hablan con los ojos
brillan,
se abren y cierran
como el Universo.

Cada vez que un niño de la Tierra
se imagina a un niño de Marte
el sol de agua resplandece cada vez más fuerte.

¿Qué es un eclipse?
Dos niños jugando.

¿Qué es un cometa?
Un niño que corre por el jardín de su casa.

¿Qué son las constelaciones?
Todos los niños tomados de la mano
pensando en los niños que lloran.

Un niño no debe llorar
las estrellas no deben morir
sin embargo todo es luz
todo vibra
todo se mueve.

Las lágrimas de los niños de Marte
son países

Las lágrimas de los niños de la Tierra
son países que lloran.

Cuando llora un niño llora un país.

Cuando un niño llora debe mirar las estrellas
allá un niño de Marte pensará en él
y lo invitará a jugar en sueños.

¿Qué es un cuerpo celeste?
Es el lugar donde los niños
de la Tierra y los de Marte juegan juntos.

Los países dejan de existir
los niños crecen hacia dentro
las lágrimas se transforman
pero la luz de un niño
jamás debe desaparecer
porque cuando desaparece su luz
el Universo se hace de día
y de día los ojos parecen cuencas de colores.

Esta noche, niño de la Tierra,
no vuelvas a llorar.

Retiró su mano de mi cabeza
y me fui a mirar en el lago otra vez.

Tenía treinta y tres años
estaba solo y cadáver.

Soy yo, me dije.
Escribo y es de noche.
Nada más existe.

Estoy solo y cadáver.

*** 
Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979)

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