domingo, 22 de noviembre de 2020

gonzalo muñoz / de "este"












1

Anteriores cadenas de quebrantos, la memoria desastres contra escarpadas en esas costas como espadones, quiebres. así de rasgadas se liberan concéntricas alcanzando la pagina granulada de la duna -esas- las ondas del naufragio. salpicaduras de luz intensa en el fervor de la salada lengua que recorta -y cosmética loca- de profundas algas esos besos, dibujan los muslos guerreros de la salvada de las aguas (hija del pueblo) rodeada por su descendencia del chorreo, su piel conserva el brillo de la tela en sus puntos de anudamiento. acorazada y desnuda esa amante en pose de relajo yogui ya esa nueva hora en que su tensa nalga refleja el cobre como en su anillo hundido -franja de carne abierta por la sal- asaltada por el neón del cielo, en el paisaje de la inmolación, suelta como sus velos dejados descender de la carne en el rasguño ultimado que surca la granulada cama de su humedad, prefigurada la espesura o el lento peso de esos miembros. y bajo arenas -el santuario interior- latido de la rabia oculta, pues asumida la violencia, todo es material de trabajo. sus rodillas como la nueve en alto, el cuchillo suspendido.

2

Descubrimos la luna multiplicada también en los adornos que le clausuran todas las entradas del cuerpo -perlas falsas del este- su rostro vuelto hacia dentro, lanzado al primer piano por el ardor de los nuevos tambores. ya no la paran, no su propia carne disparada. ahora de la calle al culto a la reunión pornográfica, donde en obscuros anfiteatros embaldosados nuestros vicios comunes, solidarios, se muestran las rayas -sin ley- rajándose entre apretones que empapen las piernas ya desatadas, escribiendo su lujo en las banderas, aplastando a su paso la hierba larga, los juntos nuevos, erectos, del futuro.

3

Abiertas columnas que su fiebre extiende paralelas, reflejando el ascenso de la línea de su vientre hasta su pequeño diente. y desliza en esa pérdida del equilibrio, un hilillo de plata bordado desde la boca encamada hasta la voz perdida en el laberinto de su gruta mas oscura, que ruge cuando el cuerpo la abandona a su suerte de conquista por otros cuerpos, que vienen a caer volumen, allí fue volteada, deshecha, la arrastraron a adorar ídolos a besarlos arrodillada, y llorando abrazados los barriobajeros leyeron en la historia de ese cuerpo obsequiado, su propio porvenir: ella desbordo la piel y el marco. ríos de lava desenfrenados a esa hora, bajaron de sus hoyos atravesados de jóvenes cuerpos combatientes y pintada la cara, pintadas las manos, no hubo identidad que la contuviera: dejó que su carne tomara la forma de turno

-han derramado sobre mí, pues soy su mejor
bandera

*** 
Gonzalo Muñoz (Santiago de Chile, 1956)

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