lunes, 20 de julio de 2020

d. h. lawrence / la serpiente









Una serpiente macho llegó a mi abrevadero
en un día de mucho, mucho calor
en que yo me levanté en pijamas
para saciar mi sed.
Me había encaminado hasta allí con mi jarro
bajo la intensa sombra de extraño perfume
 de un viejo algarrobo
mas debí esperar, esperar de pie
porque había alguien en el abrevadero
antes que yo.
Él había emergido desde una fisura del muro
en la penumbra
arrastrando su parda languidez con el suave
abdomen
hacia abajo
por el borde de piedra del abrevadero,
recostó su lengua en el fondo del recipiente
y del agua que se acumula ahí debido
 a la llave que gotea
sorbía con su boca alargada
a través de su suave paladar
hacia su lánguido y longilíneo cuerpo.
En silencio.
Había alguien antes que yo en el abrevadero
y yo, como el segundo en llegar,
esperaba.
Apartó la cabeza del agua, como hace el
ganado,
me miró vagamente como hace el ganado al
beber;
hizo aletear su lengua ( tenedor de dos
dientes),
permaneció un momento pensativo
y bebió un poco más.
La voz de mi educación me señaló
que él debía morir.
Y sentí voces dentro de mí, diciendo:
si fueras hombre
tomarías un palo y lo matarías.
Pero debo confesar que me agradaba.
Estaba contento de tener
un silencioso huésped en mi patio
que con elegancia, tranquilidad y misterio
emprendía su retirada, retornando
a las profundidades ardientes de esta tierra.
¿Fue cobardía no matarle?
¿Fue morboso mi deseo de querer
entablar un diálogo con él?
¿Fue humildad el haberme sentido tan
honrado?
Me sentía tan honrado
Pero esas voces:
si no te diera miedo, le matarías.
Yo estaba, en realidad, asustado
pero aún así, me sentía
aún más honrado por este ser
que vino a buscar mi hospitalidad
desde la oscura puerta de la tierra secreta.
Bebió lo suficiente
y alzó su cabeza somnolienta
como alguien que ha bebido demasiado.
Sacudió su lengua en el aire
y miró alrededor como un dios inadvertido
y lentamente volvió la cabeza
como si fuera a dormir
profundamente.
Procedió, luego, a retirar ceremoniosamente
su extenso cuerpo
y cuando introdujo su cabeza lentamente
en la hendidura por la cual había llegado,
una especie de indignación se apoderó de mí
porque se marchaba deliberadamente
por la puerta que conducía a las tinieblas.
Miré alrededor, dejé mi jarro;
tomé un palo cualquiera
y lo lancé con estruendo al abrevadero.
Creo que no le dió
pero bruscamente la parte de él que estaba
afuera
se sacudió en convulsiones indignadas
retorciéndose como un rayo. Luego se fue
y yo, en la calma intensa de la tarde
observaba con fascinación por la fisura.
Inmediatamente el remordimiento se apoderó
de mí.
Pensé: qué miserable, qué vulgar,
qué acto tan canalla. Me desprecié,
desprecié las voces de mis prejuicios,
de mi odiosa y desafortunada educación.
Y pensé en el albatros
y desee que volviera, mi serpiente.
Porque era un Rey,
un rey exiliado, depuesto
en el mundo subterráneo
mas ahora dispuesto
a recuperar su trono.
Y fue así como perdí mi oportunidad
con una de las majestades de la vida.
Y tengo algo que expiar:
mezquindad.

***
D. H. Lawrence (Eastwood, 1885-Vence, 1930)
Versión de Germán Carrasco

/

Snake

A snake came to my water-trough
On a hot, hot day, and I in pyjamas for the heat,
To drink there.

In the deep, strange-scented shade of the great dark carob tree
I came down the steps with my pitcher
And must wait, must stand and wait, for there he was at the trough
            before me.

He reached down from a fissure in the earth-wall in the gloom
And trailed his yellow-brown slackness soft-bellied down, over
            the edge of the stone trough
And rested his throat upon the stone bottom,
And where the water had dripped from the tap, in a small clearness,
He sipped with his straight mouth,
Softly drank through his straight gums, into his slack long body,
Silently.

Someone was before me at my water-trough,
And I, like a second-comer, waiting.

He lifted his head from his drinking, as cattle do,
And looked at me vaguely, as drinking cattle do,
And flickered his two-forked tongue from his lips, and mused
             a moment,
And stooped and drank a little more,
Being earth-brown, earth-golden from the burning bowels
            of the earth
On the day of Sicilian July, with Etna smoking.

The voice of my education said to me
He must be killed,
For in Sicily the black, black snakes are innocent, the gold
            are venomous.

And voices in me said, If you were a man
You would take a stick and break him now, and finish him off.

But must I confess how I liked him,
How glad I was he had come like a guest in quiet, to drink
            at my water-trough
And depart peaceful, pacified, and thankless,
Into the burning bowels of this earth?

Was it cowardice, that I dared not kill him?
Was it perversity, that I longed to talk to him?
Was it humility, to feel so honoured?
I felt so honoured.

And yet those voices:
If you were not afraid, you would kill him!

And truly I was afraid, I was most afraid,
But even so, honoured still more
That he should seek my hospitality
From out the dark door of the secret earth.

He drank enough
And lifted his head, dreamily, as one who has drunken,
And flickered his tongue like a forked night on the air, so black,
Seeming to lick his lips,
And looked around like a god, unseeing, into the air,
And slowly turned his head,
And slowly, very slowly, as if thrice adream,
Proceeded to draw his slow length curving round
And climb again the broken bank of my wall-face.

And as he put his head into that dreadful hole,
And as he slowly drew up, snake-easing his shoulders,
            and entered farther,
A sort of horror, a sort of protest against his withdrawing into
            that horrid black hole,
Deliberately going into the blackness, and slowly drawing
            himself after,
Overcame me now his back was turned.

I looked round, I put down my pitcher,
I picked up a clumsy log
And threw it at the water-trough with a clatter.

I think it did not hit him,
But suddenly that part of him that was left behind convulsed
            in an undignified haste,
Writhed like lightning, and was gone
Into the black hole, the earth-lipped fissure in the wall-front,
At which, in the intense still noon, I stared with fascination.

And immediately I regretted it.
I thought how paltry, how vulgar, what a mean act!
I despised myself and the voices of my accursed human education.

And I thought of the albatross,
And I wished he would come back, my snake.

For he seemed to me again like a king,
Like a king in exile, uncrowned in the underworld,
Now due to be crowned again.

And so, I missed my chance with one of the lords
Of life.
And I have something to expiate:
A pettiness.

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