Ella se inclina sobre mí y me dice malos días. Y me dice no salgas desnuda. Y me dice que hay un hombre en el techo.
Lo que ella me dice me entra por un oído y me sale por el otro. Al entrar por un oído es un mensaje que puedo descodificar, pero al salir por el otro es un mal mensaje, que se va a bolina. Por eso tengo otitis.
Por eso nunca salgo completamente desnuda. No puedo andar encuero ni en mi propia casa. Alternando la sintaxis del sintagma sería mi casa propia, lo que constituye una mentira. La mentira más grande del mundo. Déjame reírme.
En la cocina los viejos preparan el desayuno. Tropiezan. Rompen un plato. Todo en cámara lenta porque son muy viejos.
Recontraviejos.
Son los padres de mi madre.
No sé dónde está mi hermana.
Ella se inclina sobre mí y me dice ¿dónde está tu hermana? pero no lo sé, no sé nada de ese asunto.
Todos dan gracias a Dios por que haya un hombre arreglando el techo.
La sensación es morbosa: un hombre encima de mí.
El hombre trabaja sin camisa, no se da cuenta de que podría ser mal mirado porque solo hay un hombre en la casa, el viejo.
Porque mi padre se ha ido.
Es decir que todas somos señoritas aunque no literalmente.
Pero ella le ha dicho póngase cómodo, así que el hombre se ha puesto cómodo. Más cómodo que yo misma. Yo me he puesto incómoda. Bastante incómoda. Pensativa.
Y se ve que es un hombre decente.
La vieja cuela café. Hoy tocaremos a menos.
Cuando salgo del baño tropiezo con el hombre.
A pesar de ser muy joven, tiene los senos flojos. Los tiene flojos como condones llenos de agua. Pero condones en miniatura. Porque tiene los senos como su madre.
En miniatura.
Cuando tropieza conmigo no siento nada solo sus senos contra mi tórax y temo que se revienten los condones.
Miedo es lo que siento al pasar junto a su cuarto.
Que no tiene puerta.
Y sé que no está dormida.
Entonces me digo un cadáver despierto. Pero disimulo mi asombro porque ella podría ser como un perro que si huele el asombro de los demás les muerde la carne y los descuartiza.
El cadáver no se levanta sino para ir al baño.
Cuando tropieza conmigo se le embarra la frente de mi sudor y del polvo rojo que despiden las tejas.
Por lo que se embarra la frente de algo parecido al barro.
Me mira y sabe que temo porque temo porque me mira.
Como si quisiera matarme con 28 cuchillos a la vez aunque si tuviera 29 me mataría con 29 cuchillos.
Empiezo a sacarme los cuchillos del estómago pero cuando termino estoy desfallecido. Los cuchillos me estropearon el estómago. Tendré que superarlo.
Sí se puede. Un estómago mejor es posible.
Y me digo dos cadáveres despiertos, uno contra otro
Lo miro.
Tropiezo con la electricidad.
Con 29 millones de cargas negativas.
Doy gracias a Dios. Gracias, Dios.
Bendigo este minuto porque el techo de mi casa quedará
como nuevo. De paquete.
Ella se queda maravillada y todos sorben el café al mismo tiempo, menos yo. Que aún sigo a la entrada del baño. Y el hombre brinda con mi madre chin chin. Parece que disimula, pero qué disimula.
Los viejos me llaman para que desayune.
No desayuno.
Desde que nací estoy en ayunas.
Vuelvo a mi cuarto aunque no puedo dormirme. Con tanta rabia una nunca puede dormirse, ni siquiera terminar de leer un libro que le han prestado para que lo devuelva en un abrir y cerrar de ojos.
El hombre pasa junto a mi cuarto. Esta vez se tambalea porque no sabe por dónde va.
Tengo cuidado en saber por dónde voy.
Nunca me tambaleo.
En el techo de la casa hay varias zonas que no pueden arreglarse porque las tejas están podridas.
PODRIDAS.
Ni siquiera entre las tejas podridas me tambaleo.
Las mierdas de perro por todo el techo no me dejan respirar.
NO ME DEJAN RESPIRAR.
Tengo cuidado con las mierdas de perro.
No veo por dónde voy. Ahora sí no veo nada.
Tomo una mierda de perro en la mano y me la llevo a la boca y la mastico como si fuera un escalope de cerdo. Es un escalope de cerdo. En cualquier restaurante de la ciudad este escalope me costaría alrededor de 25 pesos.
Luego toso.
Me meto la antena de televisión hasta la amígdala y vomito el escalope.
Antes de irse, mi padre construyó un andamio con maderas preciosas.
Preciosísimas, dijo mi madre.
¿Cuánto costó? preguntaron los viejos.
Soy feliz cuando estoy en la cima del andamio y analizo los pro y los contra.
Siempre hay más contra que pro.
Desde que el mundo es mundo.
PRECIOSISIMAS, repitió mi madre.
Desde la cima uno puede saltar y encontrarse en el techo de pronto sin saber cómo llegó allí.
Me levanto.
No me aseo.
Me miro el acné.
No me aseo.
Me esfumo.
No me aseo.
¿Qué estoy haciendo en el andamio así vestida? ¿Así desvestida en la cima del andamio? ¿Siendo feliz apartándome un instante de la rabia? ¿Una rabia que el hombre provoca con el peso de los pro y el peso de los contra?
Con tanta brisa que me tambaleo.
Nadie ve lo que miro desde aquí.
T o d o e n c á m a r a l e n t a.
Ella me ha visto salir del cuarto y me ha dicho ayuda a los viejos que son muy viejos.
Pero los viejos no dejan ayudarse.
La vieja vuelve a colar café.
El viejo se sirve un sorbo. El café le retuerce las tripas hasta que al viejo le sube la presión y el mundo es un paro digestivo y el viejo se muere pero la vieja lo coge por el cuello y lo besa para que el viejo resucite, y el viejo declama un bellísimo poema de protesta titulado REGRESARAN.
Por supuesto que regresarán, todos los momentos felices que vivimos, tendrán que regresar.
Y el viejo resucita y deciden casarse por la Iglesia y por el estado civil.
Ella se inclina y me dice ayuda a los viejos que son muy viejos.
Yo voy al techo a ayudar al hombre que tiene el alma más vieja que todos los viejos juntos.
Yo voy al techo a ayudar al hombre.
Yo voy al techo.
Mi mujer y yo no estamos casados.
Mi mujer y yo no tenemos apellidos.
Los dos arreglamos techos.
Así vivimos y jamás comemos.
JAMAS.
Mi mujer es la única mujer que yo conozco, y yo soy el único señor que ella conoce.
Así nos desconocemos con suma facilidad. Como corresponde a un período extraordinario.
Por lo que nadie nos conoce más que nosotros mismos.
Nadie nos recomienda.
Y eso es ser feliz.
Es no ser.
En su carta de despedida mi padre escribió:
Este es un año muy especial. Súbete en el andamio, escribe en el andamio, almuerza en el andamio, pero no mires para la tierra. Mira bien cada cosa que veas aparecer aunque solo se muestre por la mitad. Fíjate bien, intuye cada cosa, y no mates al prójimo.
Analizo los pro y los contra.
Los pro vienen rápido.
Los contra aparecen lejos, temerosos.
Y se muestran pero solo por la mitad.
Veo exactamente 28 contra, pero si miro desde otro ángulo se convierten en pro. Así que son 29 pro en total.
Aplaudo.
Porque no debo matar al prójimo.
Porque todo me ha salido a pedir de boca.
Todo, hasta la rabia.
Legna Rodríguez (Camagüey, 1984)
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