jueves, 19 de marzo de 2020

roberto fernández retamar / dos poemas













Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela...

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Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando
supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí,
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos de acariciarte.

~

Otro poema conjetural

*
                                                                              (J.L.B., 1899-1999)

Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama,
Descreí también de la inmortalidad,
Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta
estas líneas falsamente póstumas,
Pero no es menos claro que ellas no existirían sin las que
yo produje de veras,
Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo
            universo
(Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no
            podría ser mío,
Pero eso no da autenticidad a las restantes palabras).
Afirmé que la duración del alma arbitraria está asegurada
            en vidas ajenas,
Y nada puedo hacer para impedir quedar en el autor que
            me atribuye este texto,
Y en muchos otros autores inconciliables.
Acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los
            estilos que asumí,
Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las
vanas historias de la literatura
Los han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas,
De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero,
            no la realidad.
Qué mal he sido leído con demasiada frecuencia.
Cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres,
espadas, saberes occidentales y orientales
Eran transparentes metáforas del pobre corazón de aquel
            muchacho
Que simplemente quería ser feliz con una muchacha
Como sus amigos corrientes en Buenos Aires o en Ginebra.
Al evocar mis antepasados, los presenté en mármol o
bronce, y fingí ignorar
Que ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores.
La tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que
existieran mis páginas perfectas,
Pero yo habría cambiado tantas de esas páginas
Por haber besado labios que nunca besé.
Dije abominar de los espejos, y no se entendió que lo que
              quería era verme reflejado
En ojos oscuros y claros bajo la gran luna de oro
O en la penumbra de la alcoba.
Me han atribuido la indeseable paternidad
De vocingleras sectas literarias y cenáculos de eruditos,
Cuando yo quería ser padre de hijas e hijos de carne y hueso.

Nadie extrañe dónde decidí quedar enterrado
Si antes no me entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada cárcel.
Lamenté no haber tenido el valor de mis mayores,
Pero ahora que nadie puede censurármelo como jactancia
Proclamo que no fui menos valiente al afrontar una adversidad atroz.
Hubiera preferido muchas veces la bala en el pecho o el
íntimo cuchillo en la garganta
Antes que el espanto que contemplé en mí
Mientras pude contemplar.

No se olvide que no soy quien escribe estos versos.
No los escribe nadie.

***
Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930-2019)

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