domingo, 22 de marzo de 2020

mirko lauer / tres poemas













Cantos rodados

*

¿El mar trae los cantos rodados?
                 ¿O se lleva la arena
Y descubre las piedras enterradas?
Pasamos días discutiendo ese misterio
Sin reparar en que acaso ese es el ritmo
De nuestros propios cambios:
Un rostro suave para el verano,
Un rostro duro para el invierno.

Entramos al mar helado todo el año,
Dos bañistas distinguidos en zapatillas Dunlop,
Evidentemente un matrimonio
Buscando la hora del agua cristalina,
El abrazo sin peso de los tumbos.
Los gritos de ella causan admiración
Instantánea entre los pájaros.
Él solo escucha el elemental mensaje
De los libros agrupados en mareas.

No hay otra playa como esta, nos decimos.
Las luces se empiezan a encender.
Dos cuerpos sostenidos por el agua.
Casi presos de la noche.
Nuestros pies de jebe negro
Sondean la profundidad.
Pisando las piedras del fondo,
Por un momento nos ponemos de acuerdo:
El mar se lleva la arena
Pero no sabemos a dónde.
Quizás mar adentro la arena espera su momento,
Inmóvil, impaciente.
Ingresamos
A ese prisma esmeralda claro
Con tobillos que tiritan enjoyados.
Lujosas ajorcas de yuyos crespos
Y acupuntura de eléctricos besitos
De peces diminutos.

~

Portrait d'une femme

*

Inexplicable, inalzanzable, encadenada
A su propia definición de mármol.
Sus confidencias eran una vía dolorosa,
En la que solo hablaban sus poemas.
Hacía de sus whiskys una ausencia fina.
Siempre temí llanto en cualquier momento,
El llanto terrible que nunca sucedió,
La prometida impúdica apertura
De una capítulo más hondo. A pesar
De que en exactos versos ella proponía
Que las cosas eran sin salida,
Algo insistía en irse por los bordes
Incluso antes de haber aparecido.

La relación fue un extraño desencuentro
De mutuas y distantes necesidades,
En el fondo sinceras falsedades,
Piltrafas inertes de otras relaciones.
Rodeados de fantasmas con nombre y apellido,
De imbailables boleros verbales,
Éramos poetas esperando ganar la lotería.
La ganaste, pero no te gustarían
El aprecio, la fama, la admiración, los fans,
            Que ya estaban llegando.
La imposición de un papel emblemático,
El murmullo atronador que al final
Cada vez más te hizo perder lo perdido,
            Y no devolvió nada.

Los poemas siempre fueron autoepitafios
Que no eran amorosos. No era la intención.
No los escribiste, los cocinaste,
Reduciéndolos sobre una llama paciente,
Quemando las palabras que sobraban,
Y al fondo sabrosos concolones.
Insisto, tus whiskys eran una ausencia fina
Que decía «¿De qué hablamos ahora?»
Eso quería decir que te sentías
Abandonada por todos sus amantes.

Cuando en Arequipa 2016 dije
Que la poesía es eso que entregamos
             Y que nadie nos paga,
Estaba pensando en ti,
En lo que te hicieron tu inteligencia o,
            Como en el verso de Jack Spicer,
Tu lenguaje.

Cuando termine este poema
Ya no quedará nada de esas conversaciones.

~

Diez estrofas de homenaje al año del cincuentenario de la muerte de césar vallejo (1988) y al año del centenario de su nacimiento (1992)

*               
                                                                  Eslavo en relación a la palmera
                                                                                                    César Vallejo

¿Era el propósito decir algo que no pudiera dejar de hablar
                    sobre algo
que no se puede dejar de decir? La fama llegada de España
                    con el frente popular
confunde al que no entiende, obligándolo a ir y venir
con el dedo pegado al palíndroma
de sus cinco sentidos.

                    Cesa tu corazón agitador, cesa tu inteligencia agotadora,
suspende tu desconcertante lucidez, y deja descansar; por lo
                    menos
aquí en el recital. Desamortaja la sábana de tu nacimiento,
y que la vaca ya no recaiga sobre el burrito, ni sobre el río
                    que cruza su Belén
de un par de brincos; como cuando eras unípedo, sublime.

Desamortaja, amortigua, modérate. Tus lectores y amigos
                    decimos basta ya
de colocar más de lo que hay, allí donde nada puede haber;
abre la mano que ensaya "Las iluminaciones";
mano libre a mis limitaciones.
Mis huesos me impiden inclinarme más ante la catedral de tu
                    talante
de tu genio que sólo la química podría combatir.

Y en consecuencia sospechoso, siempre sospechoso de algo
                    más de lo que hay,
de una timba en la que se intuye la mala tecnología,
el estar viviendo siempre la vida número dos.
Expulga esos ácaros que nadie sobreentiende
y déjame girar sobre la divina suavidad de dos continentes:
en la fábrica de automóviles Tatra acababan de cortar en dos
                    el aire,
y de crear el complejo manubrio-curiosidad-espina de
pescado,

para enfrentar la gravedad de la era contemporánea
que va encontrando cada vez mejor la vuelta de la esquina de
                    un verso cifrado,
allí donde pusiste allí donde lo pusiste, impidiéndote rematar.
Me lo digo al administrar mi propio pedacito de tristeza
que espera al que es incauto con su humanidad, y por ello
                    querido a patadas;
suelta tu mano-vate y que el ojo interrumpa la lectura,
y que partan los autos con el motor detrás.

Tatraplanos: acordeones en bohemia. Oh descansa de la
blanca sombra de la Gurrionero: platillo a tu bombo, bombo
                    a tu platillo,
con cerrazón de piloto a copiloto / tus dedos juegan con la
                    punta de cada ala,
hasta que ya no sé lo que leo en páginas que transparentan
                    su revés;
la tinta de tu pluma en mi boca, efervescente, negra y verde:
                    tóxica
como sólo el bien puede regar esa toxicidad.
Quién te perdonará, me temo que nadie, como tú lo has
querido,
con amor de sermón interminable: el tedio de las seis
al mediodía y moscas en la divina claridad, como punzadas
                    de artritis en la hombría,
vamos, majo, por qué morir allí si Holanda te esperaba, por
                    ejemplo,
o los propios montes Tatra en el sur de la sierra de La
                    Libertad.
Oh la inmovilidad tiene tantos paraderos
y es enojosa, tiene ventanillas con vilo de paisaje: el tuyo
será por siempre la asamblea general, la legalidad frondosa
del
dolor, cuatro en el piso y por el suelo el forro de 600 carteras

                    de señora, toda esa suavidad evaporada
bajo el rostro sobornable de una madre,
que toma tu codo tieso y te lo hipotenusa
con cuyes de Yanahuara y salchichas de Bratislava.

Este año del aniversario los investigadores encontraron tu
                    tesauro;
una bolsa de vísceras envuelta en la última vez que
                    golpeamos
después de que ya nos habían dicho que no golpeáramos, que
                    la próxima vez.

Te interrumpe siempre la dentadura aserrada de los montes.
Suplican que no te estés bizqueando hacia los tártaros
buscando respuestas en los labios
rugosos como siempre, lisos cual jamás:
"César Vallejo ha muerto. ¿Ah sí? ¡Qué vaina!"
Ya no jueves, sino domingo refractado a través de una
esquirla
que es el dedo de un niño en el agua
en la que ha jurado no mojarse ya más.


***
Mirko Lauer (Žatec, 1947)

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