Preferimos tener el iceberg al barco,
aunque eso significara el final del viaje.
Aunque permaneciera inmóvil como una piedra de nube
y todo el mar fuera un mármol en desplazamiento.
Preferimos tener el iceberg al barco;
preferimos poseer esta llanura palpitante de nieve
aunque las velas del barco reposen sobre el agua
mientras la nieve se extiende sobre el mar sin disolverse.
Oh solemne extensión flotante,
¿te das cuenta de que un iceberg descansa con vos,
y que cuando despierte podría pastar en tus nieves?
Un marinero daría sus ojos por esta escena.
El barco es ignorado. El iceberg se eleva
y vuelve a hundirse; sus pináculos vidriosos
corrigen elípticas en el cielo.
Es una escena en la que el que pisa las tablas
es crédulamente retórico. El telón
es lo suficientemente liviano como para alzarse
sobre las cuerdas magníficas que disponen los giros
aéreos de la nieve. La agudeza de estos picos blancos
hace sombras con el sol. El iceberg desafía su peso
en un escenario inestable y se detiene y observa.
Este iceberg corta sus facetas desde adentro.
Como la joyería de una tumba
se conserva perpetuamente y se adorna
sólo a sí mismo, y quizá a las nieves
que tanto nos sorprenden sobre el agua.
Adiós, decimos adiós, el barco se va
hacia donde las olas ceden ante otras olas
y las nubes se deslizan por un cielo más cálido.
Los icebergs tocan el alma
(ambos autoconstruidos de elementos menos visibles)
para verlos tan: encarnados, puros, erectos, indivisibles.
***
Elizabeth Bishop (Worcester, 1911-Boston, 1979)
Versión de Laura Crespi
/
The Imaginary Iceberg
*
We’d rather have the iceberg than the ship,
although it meant the end of travel.
Although it stood stock-still like cloudy rock
and all the sea were moving marble.
We’d rather have the iceberg than the ship;
we’d rather own this breathing plain of snow
though the ship’s sails were laid upon the sea
as the snow lies undissolved upon the water.
O solemn, floating field,
are you aware an iceberg takes repose
with you, and when it wakes may pasture on your snows?
This is a scene a sailor’d give his eyes for.
The ship’s ignored. The iceberg rises
and sinks again; its glassy pinnacles
correct elliptics in the sky.
This is a scene where he who treads the boards
is artlessly rhetorical. The curtain
is light enough to rise on finest ropes
that airy twists of snow provide.
The wits of these white peaks
spar with the sun. Its weight the iceberg dares
upon a shifting stage and stands and stares.
The iceberg cuts its facets from within.
Like jewelry from a grave
it saves itself perpetually and adorns
only itself, perhaps the snows
which so surprise us lying on the sea.
Good-bye, we say, good-bye, the ship steers off
where waves give in to one another’s waves
and clouds run in a warmer sky.
Icebergs behoove the soul
(both being self-made from elements least visible)
to see them so: fleshed, fair, erected indivisible.
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