Morir de paraíso
*
III
Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.
Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.
La desnuda
dicen ellos
la bestia descarriada.
¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?
¿Para qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?
Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes.
En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.
~
Luz de azul ensueño
*
I
Un bramar de clavicordios ensordece el valle de los muertos. Yo lo escucho con mi sed de noche en un vaso sin estrellas.
II
Estoy azuleciendo de sin palabras. El silencio es algo muy hermoso y muy terrible.
III
La niña que olvidó sus ojos marrones junto a la noche soy yo. La ciegamente sola, amadora del silencio, de la luz.
IV
Atardecí como la ahogada en un río de pája¬ros. La noche me resucitó las alas, pero alguien dijo que las muertas no saben volar.
V
Una horda de azafranes y su lluvia de semi¬llas herrumbraron mi lenguar. Ahora espero, con los ojos muy abiertos, que un caballito del diablo venga y me lama la nuca.
VI
La más sanguínea hembra tiene hoy venas vacías. Y es otramente ella, tan cantando como siempre en su apátrida lengua.
~
Ave muda
*
I
el corazón del náufrago lo sabe
lo presiente:
hay una campana bajo el mar
que espera ser tañida por las manos del ahogado
II
este puerto que se incendia
a golpe de guitarra y amapolas
baña con su luz marina
los retratos de mi infancia
en las barcas de nocturnos pescadores
la bahía se desordena
niños de ojos inundados
cantan en silencio
para sus hermanas ebrias
ellas danzan en el muelle
con melancolía de estatuas
ceden su blancura a las gaviotas
y el aroma de sus cuerpos
humedece la madera
es de noche en el verano de mi infancia
alguien canta una canción de cuna
y el ardor de la bahía se desordena
III
isla de pájaros:
caja musical donde la bailarina se desnuda
y tiende el corazón sobre las rocas
lavada por la sal y el viento
ella olvida lo que sabe del silencio
de la sed de su garganta
emigra para siempre un ave muda
~
Primera carta para la mujer espléndida
Abuela,
Otra vez entre los matorrales oí cosas. Ven y sálvame la vida. Sólo tú verás al escorpión rayado merodeándome las partes húmedas y frías. Ven con excremento fresco de caballo y plantas buenas, dame de beber hierba de golpe; úntame con grasa de gallina aquí y aquí para borrar las manos que me sufren, toma por asalto mi lugar entumecido, la mandíbula atascada, el corazón. O échame a las aguas del canal ahora que conozco el aire sucio, ahí estará el fantasma de Matea para verme aparecer, partida como ella, cansada de flotar. Yo me iré hasta el fondo, derechito, porque una vez leí que los ahogados ya no sueñan, que los muertos ya no pueden ser besados porque apestan y así el mal hombre va a dejarme tranquilita, sin gritar, pero cerrada.
***
Daniela Camacho (Culiacán, 1980)
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