jueves, 9 de enero de 2025

xitlalitl rodríguez mendoza / dos poemas









Para escribir se necesitan recursos. Y los errores son una mina. Marcar fallas en el calendario, de nuevo, breves hilos, días, conjeturas, estirar relaciones, afinar la tensión, la competencia, diría Bourdieu, en el campo. El tiempo sin trabajar escupe, aísla, estimula las formas más diversas de mortificar el cuerpo. Un barbero le hizo una sangría a Santa Teresa de Jesús el 3 de octubre. El 4 murió ella. Al día siguiente se instauró el calendario gregoriano; su muerte nació el 15 de octubre de 1582. Yo, el 15 de octubre de 1982. Un dato estrafalario, sin importancia, que sin embargo, me hace lucir mejor cuando me imagino como Alaska y grito Quiero ser santa ante el aullido y la ovación, al despeñarse contra el suelo de la ducha, de millones de gotitas de agua que debería pagar antes de irme al trabajo y de que corten el suministro.

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Cuando digo tu nombre, nombro todo lo que está fuera de mí. Combustible. Una penumbra en lentejuelas me abraza hasta el amanecer y te veo, al piano, como un pequeño dios o como la viruta esparcida de un borrador gastado de raspar este garabato que soy, esta errata, esta persona que pudo haber sido un mail o un tuit o un 21 en un boletito del camión. En tus partituras siempre hay nombres, como notas, como si Satie estuviera lamiéndote los dedos. Tarareas algo que me hace sentir que moriré mañana y entonces adelanto lo que pueda de esta traducción que —me dicen— tiene un registro demasiado alto. Debo bajarlo. Igual que el último rastro de lo que me queda, algunas palabras que seguirán sirviendo si les quito el polvo. Palabras como la palabra polvo o Conasupo, palabras datadas entre los años ochenta y noventa y, acaso, tú que aún me sirve para definir algo inabarcable, como un crédito hipotecario: algo a lo que no puedo acceder.

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Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, 1982)

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