martes, 23 de junio de 2020

oliver welden / dos poemas











Parque Zoológico

*

Sólo podíamos dirigirnos al plato de agua que nos daba el cuidador,
o al maní de los niños, según el orden de los días;
el resto para nosotros significaba únicamente cuatro costados de barras
gruesas aprisionando el corazón y todo intento de fuga.
Los domingos, sin embargo, con sus molinos de papel, la fruta,
con sus globos de colores y la concha soberbia que sustentan las mujeres,
apretada contra el último barrote de la celda
nos abría un nuevo impulso hacia la vida.
Y así, machacando en el olvido las avellanas rotas, en el ensueño
trascendíamos las lejanas puertas de la boletería y el inspector.
Los ejemplos más ilustres del amor indiscutido enseñábamos
a nuestros visitantes, a los buenos padres de familia,
a las niñas de lollypops y trenzas rubias, así fornicábamos
en público enseñando los dientes, metidas las formas menos toscas
de esta mano en las diminutas lengüetas húmedas.
Yo veía entonces, por sobre la espalda de mi compañera,
el cuello vecino confusamente jaspeado de verano de la jirafa torpe
llorando en su altura y las bocas apretadas de las señoras, mirándonos.
Bajábamos de las ramas a saltos pequeños, nos colgábamos de las barras
como trapecistas peludos y reíamos agitando un par de brazos.
Tan reales éramos en nuestra soledad, en nuestro mundo sin memoria,
que la gente se iba buscando de reojo otra jaula:
las tortugas, los pájaros, el león eunuco en su trono oxidado.
Quedábamos solos: pata contra pata, ojo contra ojo, rama contra rama,
cola contra cola en un único eslabón de historia derretido por el suelo.
Sí; no nos habla la conciencia, nada reconocemos a primera vista
en esta jaula sabiamente construida y consumida por nosotros.
Aquí estuvo la pregunta del hombre madurando en su eje,
la síntesis de las vidas intencionalmente hermosas,
el espiral de los sueños deshaciéndose cada vez más en las noches.
Sí; aquí yo parodio, tu parodias, nosotros parodiamos
con magnífica autenticidad la apariencia humana de los monos,
rígidos en sus colas de puente, extraviados en las ramas desnudas,
de barrote en barrote, riéndonos del plátano,
mostrando el traste rojo del nacimiento
al mundo que nos atraviesa, nutridos de toda su completa y amorosa oscuridad.

~

Voces en un cementerio sueco

*

Las voces confundidas con el crujido de las hojas
bajo mis zapatos por los senderos entre las tumbas
una mañana de domingo y madreselvas
en un cementerio solitario, eran antiguas
como las lápidas: Gunilda Nilsson 1818 -decίan-
Johan Gadd 1825 Olaus Söderling 1816 -decίan-
decίan las voces en la piedra y en el musgo oscuro,
foráneas y desconocidas para mί el extranjero,
Behrens 1854 Ohlson 1823 Göransson 1827,
y sin embargo en ellas pude reconocer las voces
de los que una vez amé y enmudecieron,
como el sonido de las hojas bajo mis zapatos
que se apaga mientras me alejo entre las tumbas.

***
Oliver Welden (Santiago de Chile, 1946)

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