sábado, 11 de abril de 2020

cristina rivera garza / tres poemas










Vapulear

*

La manera en que se forma la ola, como de la nada, y cómo se rompe. Tenue aguamarina.

¿Por qué alguien se introduce repentinamente en un mar de tersas aguas frías una tarde de mucho sol? No tengo respuesta para eso.

La idea del experimento como juego, argumenta Mathias Viegener, evita tanto la necesidad de percibir a lo experimental como opuesto al realismo narrativo, así como de forzarlo a que dé resultados políticos o incluso que produzca objetos particularmente inteligibles para que participen en alguna forma de "contrato" con el lector.

Desde otra perspectiva sólo se trataba de tres personas a medio vestir o medio desvestir que, muy adentro del océano, gritaban y reían. Los brazos hacia el cielo; las bocas llenas de sal.

Pero la luz.

La primera tentación es, ciertamente, narrativa.

Entrar en la boca del Pacífico, horizontal. Los miembros tan extendidos como una cierta forma testaruda de. Introducirse como quien avizora y cree en el destino y en la santa mano del azar. Nadar ahí como quien recuerda de súbito que solía.  

En las dos perspectivas debe existir el pelícano que, a toda velocidad, cae en línea recta sobre la marea. Visión monumental.  

La aguamarina es la variedad de color azul verdoso pálido del berilo.

Pronto se sabrá que el pelícano y la marea y la velocidad forman una trinidad santísima.

¿Y cómo no pensar en la infancia, en los veranos interminables de la infancia, cuando los cuerpos en ebullición, tan delgados y sólidos como astas, se deslizaban sin temor bajo las aguas en busca de algo desconocido o algo nuevo o, cuando menos, todo aquello que todavía no se sabía que hacía falta?

Qué alguien diga: ¡Pero la espuma: ligera, burbujeante, blanquísima!

En el experimento todo es potencial, por eso no se miden los resultados sino el proceso.

Alguien pudo haber pensado también que se trataba de tres personas desquiciadas mientras que otro pudo haberlas descrito como absolutamente metafísicas.

Pocas veces bajo las olas, así, resquebrajándose. A punto de existir y  a punto de no existir como la fe.

Mi vida con la ola es el título de un cuento surrealista de Octavio Paz. 


El tono azulado de la aguamarina se debe a la presencia de Fe2+; mientras que el verdoso se debe a las inclusiones de Fe3+

Es bueno estar en la tierra, alguien habría dicho eso mientras los pies se hundían en la arena y el sargazo se abrazaba a los tobillos como a una última oportunidad.  

Pero el nimbo de cosa sagrada o de umbral.

Es difícil concebir que el agua, al inicio tan helada, pueda tornarse con tanta facilidad o rapidez en una cálida mano que protege contra el pasado y contra el futuro y contra todo lo que está.  

Siempre me he preguntado cómo pasan los días, en realidad, los que viven dentro de la cavidad torácica de una ballena.

El sargazo es un género de macroalgas plactónicas de la clase Phaeophyceae (algas pardas) en el orden Fucales. Las algas, que pueden crecer en largo varios metros, son pardas o verde negruzcas y diferenciadas en rizoides, estipes y lámina. Algunas especies tienen vesículas llenas de gas para mantenerse a flote y promover la fotosíntesis. Muchas tienen texturas duras, que entrelazadas entre sí y con robustos pero flexibles cuerpos, le ayudan a sobrevivir a corrientes fuertes.

The Waves es el título de una de las novelas de Virginia Woolf.
Leí The Waves por primera vez bajo la fronda un árbol al que calificaría sin problema alguno de feliz.
The Waves ha sido desde entonces uno de mis libros de cabecera.

No cabe duda, lo propio de las olas es vapulear.

These are beautiful shores, dijo Lisa Robertson refiriéndose, sin duda, a otras playas o a otras orillas en uno de los poemas que compone su libro The Men.

Pero las gotas iridiscentes sobre la piel. Elegantes joyas pequeñísimas.

El Pacífico es un océano y es un hombre que se extiende orgánicamente a lo largo del litoral.

Los yacimientos de aguamarina son muy numerosos. Se pueden encontrar aguamarinas en Italia, Sri Lanka, India y Estados Unidos. También en bastantes países africanos, como Zambia, Nigeria, Madagascar, Kenya, Tanzania y Malawi. Las minas más importantes son las de Brasil: Minas Gerais, Bahía y Espirito Santo. Sin embargo, los ejemplares más cotizados provienen de los Montes Urales, en Rusia.

En efecto, Pacífico es también el nombre de una cerveza producida en el norte de México.

Pero este tenue sabor a sal.

Es sólo un momento saturado de lo que los modernos llamaban totalidad queriendo decir luz de octubre.

El aguamarina refuerza el campo magnético y trae buena suerte. Aporta felicidad y bienestar. Se dice que provoca la sonrisa y la alegría de las personas que la llevan. Fortalece el sistema nervioso central, el hígado y los riñones. Cura las impurezas de la piel y es indicado para los dolores de la nuca, mandíbulas y dientes, así como las afecciones de la garganta. Abre los chakras del entrecejo, del plexo solar y del bazo.
Desciende de algún lado, entonces, la palabra inefable.

El vaivén recurrente inacabable inconmovible de las olas me recuerda el concepto de repetición en Gertrude Stein.

Justo como la primera, la última tentación también es narrativa.

En contra de Aristóteles, para quien ser feliz era una forma de autorrealización humana, una postura conocida como eudemonismo, Epicuro creía en el hedonismo, a saber, la convicción de que la felicidad es una forma de experimentar el placer intelectual y físico.

Pero el eco del grito que escapa de la garganta.

Tengo la impresión de que el presente del indicativo es sólo una variante de la ola original.

En el juego se asume, no se comprueba.

Y tú estabas en medio de todo eso, tocando.

~

[testigo ocular]

Yo las vi
Las manecillas persiguiéndose una a la otra
dardos, hormigas punzando bajo las manos
una, dos, tres, cuatro, cinco, ocho vueltas
dentro de la boa circular de la mirada. El latir
de los dientes. La eternidad.
Eran las ocho de la mañana cuando la hoja de metal
rasgó la pantalla del cerebro
y casi las cuatro de la tarde cuando la aguja cosió
los jirones del miedo.
Nunca habías estado tan lejos de mí.

¿Dónde estabas cuando no estabas en ningún lado?
¿Cómo es el mundo detrás del telón de los párpados
sellados?
¿Sabía a algo la carne de la lengua?

No te vi partir. No quise.
Dijeron que yacías sobre la camilla como una hoja
recién cortada
una soga sin nudos
la fruta madura que se desparrama sobre la selva.
Fue entonces que te convertiste en un cuerpo y nada
más que un cuerpo:
dos brazos, dos piernas, una cabeza, venas.
De pronto ya no fuiste mi madre ni la madre de otra
hija muerta
lejana, perdida dentro de la noche de ti misma eras
el mecanismo descompuesto
el objeto quebradizo que se envuelve en lienzos
de papel de china
y se guarda en la caja de las palabras, la esquina
de la respiración.
Dijeron que ya no estabas ahí cuando tuzaron
el cabello
y colocaron las sábanas sobre el torso, las piernas,
los dedos.
Dijeron que no sentiste nada.
Que dentro de la anestesia no se siente nada.
Es como la niebla, dijeron. Una cortina.
Y yo la vi
mis ojos escudriñaron la blancura de su tela.
Dieron dos pasos adentro.
Temblaron.
Parecía de seda pero era de cal y sudor y adrenalina
una mortaja de autismo
una torre de marfil erguida dentro de las venas
el pasillo rectangular del sótano a donde no llega
el humo de la cabeza.
Pensé en una vida sin ti y mis ojos la vieron:
un mendigo en el centro de la ciudad en llamas
el paisaje inmóvil después de todas las batallas
un desierto sin voz y sin acacias.
Hilda, dije, no te vayas.
A cada minuto tu nombre dentro de mis labios
como un talismán de menta
el martillo que rebota una y otra vez sobre la superficie
de un reloj de arena.
No me dejes. No te atrevas.
Ocho horas con tu nombre a cuestas.

Hubo sangre, dijeron al final, una hemorragia.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco litros derramados sobre
la tierra.
Después, la irrevocabilidad de los reportes en forma
de telegrama:
Estamos tratando de salvar su vida. Con el favor de dios.
Las próximas 72 horas.
Y vi las horas y tomé sus manos y me recosté
en la cuna mullida de su regazo
tan quieta como tú, tan maltratada como tú, tan llena
de moretones como tú.
Esperaba cualquier cosa con mis ojos suspendidos
sobre las manecillas del reloj.
Eran las 3:40 del tercer día cuando tus ojos se abrieron
sobre los míos.
¿Qué hora es?, preguntaste.
Es la hora de respirar, ésta.

~

Conjurar

*

Había algo de humano en todo aquello.

Alguien caminaba o se arrastraba entre la maleza y se detenía, de cuando en cuando, para tomar aire.

Con el tiempo se sabría que la persona que caminaba o se arrastraba era un hombre.

Es del todo posible que la primera imagen haya sido el sueño de un pájaro.

La maleza es una acumulación despavorida de plantas carnívoras y de espinas y de violentas humedades celestes y de frondas.

Los pintores recomiendan el uso de los cadmios y el siena natural para los verdes más intensos, y las combinaciones de cobalto con cadmio oscuro, siena tostado o naranja cálido para conseguir otras tonalidades de verde.

Despertar es como ver entre la maleza un claro donde yace una mujer con los ojos cerrados.

En el poema “La bella durmiente”, José Carlos Becerra escribe: “Y nos reímos un poco torpes, un poco avergonzados de nuestra creación, como los niños que habíamos matado, aquellos dos por donde pasamos para llegar hasta esta mirada hermosa y vacilante de ahora”.

En el centro de todo está, desde luego, el asesinato.

La muerte no es nunca una vacilación.

Vi por primera vez las cuatro pinturas de la serie Briar Rose de Sir Edward Burne-Jones en un pequeño museo del Caribe, un día de mucho sol.

¿Cuántos sueños caben en un sueño de cien años?

Los niños, se entiende, suelen ser asesinados por los adultos.

“Juntos los dos, a punto de tomar el misterio, a punto de que la desnudez nos invadiera con toda la fuerza de sus extensiones, a punto de que la princesa dormida por siglos abriera los ojos, a punto de que el joven viajero encontrara la entrada al castillo encantado, a punto de que hubiera una posibilidad de existencia para ese castillo, a punto de darle vida al maleficio, y por esta medida conjurarlo, a punto de que hubiera una capa, una espada y una posibilidad de principado… a punto solamente, a punto de algo”.

Y cuando miras hacia atrás y ves sus cuerpos destrozados, cuidadosa, quirúrgicamente desmembrados, ¿sientes algo?

La mano de un niño, trémula.

La Caja Verde de Duchamp representa todavía un enigma para mí.

Despertar constituye uno de los momentos más difíciles del día.

La culpa es, a veces, una emoción.

Para conseguir un verde muy brillante, los pintores sugieren utilizar el viridian.

Las pinturas de gran formato nos hacen creer a momentos que podemos introducirnos en ellas sin dificultad alguna.

En el bosque de Briar, frente a los cinco soldados dormidos, pensé: “En mi voluntad arde un pájaro oscuro, las palabras de pronto han adquirido el peso de los hechos desconocidos, han tomado el aire verduzco de las estatuas”.

Briar Rose es la versión de La Bella Durmiente escrita por los Hermanos Grimm.

Siempre hay algo mórbido en el acto de soñar.

¿Sabe el niño que va a desfallecer bajo el finísimo filo de una espada furiosa?

No sé qué es lo que sabe la niña.

Se exagera cuando se describe un patio doméstico como “una maleza”.

Pero, repito, cuando miras hacia atrás y te es posible ver sus rostros todavía ardientes y sus menudos cuerpos diseminados con geométrico rigor sobre la tierra húmeda y verde, ¿sientes algo?

Al pronunciar las palabras maleza y maleficio el hablante puede tener la impresión de estar diciendo lo mismo.

Sentir es un verde demasiado amplio.

En el Jardín de la Corte, frente a las seis mujeres dormidas sobre antebrazos y mesas, lánguidas todas ellas, pacíficas, pensé: “tal vez no sepamos con exactitud si fuimos palpados por una vida que no acertamos a conocer”.

Pocas cosas son más terribles que ser testigo de la muerte de los niños.

Palpar. Pálpito. Púlpito. Pupilo.

Y en la Cámara del Consejo, ahí, frente al rey de hombros inclinados, avanzando entre espinas y telas inmóviles, dije: Yo tampoco sé ya quiénes somos, José Carlos.

La única cosa más terrible que ser testigo de la muerte de los niños es caminar muy lentamente por entre sus huesos livianos.

Con frecuencia mirar al cielo no tiene caso.

Es del todo posible que la imagen de un hombre y una mujer que caminan a paso lento sobre una súbita acumulación de huesos livianos sea también la alucinación de un pájaro.

¿Sientes algo?

Y cuando llega el sueño, antes de cerrar los ojos pero justo cuando la voluntad cede.

Suele haber, en los sueños de cien años, algo humano y maléfico, algo de un verde con mucho cobalto, algo de un rojo todavía roto y espeso.

***
Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964)

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