Ahí anda de nuevo el helicóptero dándole vueltas y vueltas a la casa,
horas y horas, no para nunca
el asedio, ahí anda
todavía entre las nubes el moscardón con esa orden
de lo alto gira que gira olfateándonos
hasta la muerte.
Lo indaga todo desde arriba, lo escruta todo hasta el polvo con sus antenas
minuciosas, apunta el nombre de cada uno, el instante
que entramos a la habitación, los pasos
en lo más oscuro del pensamiento, tira la red,
la recoge con los pescados aleteantes, nos paraliza.
Máquina carnicera cuyos élitros nos persiguen hasta después
que caemos, máquina sucia,
madre de los cuervos delatores, no hay abismo
comparable a esta patria hueca, a este asco
de cielo con este cóndor venenoso, a este asco de aire
apestado por el zumbido del miedo, a este asco
de vivir así en la trampa
de este tableteo de lata, entre lo turbio
del ruido y lo viscoso.
Gonzalo Rojas (Lebú, 1916-Santiago de Chile, 2011)
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