I
Bien están los vivos entre los muertos.
Oliendo en cada segundo el futuro irremediable de sus cuerpos:
el hueso sumergido como séptimo gato.
Palpando la desposesión.
Y su plaga confinada a un sector del camino del que no habla nadie.
En la bulla de los ranchos extintos
y de las ciudades con sus rameras jugando al póker
sobre la capa amarilla de los presidentes.
Tiranos en hospicios criminales financiando la personalidad del hombre global.
Bien están los muertos y los vivos.
Los asesinos y sus víctimas aquí en la Tierra.
Todos entrelazados por el pecado y el brazo descuartizado del amor brillando
bajo el rabo de una luna hecha un canguro.
Allí saltando en la noche más triste de todas: la de tu muerte
Haciendo de ti un voluminoso bloque de hielo bajo el cielo plateado e irreal.
Haciéndote un géiser en la noche concreta
como ausencia firme de la luz.
Como la lesión de un tigre descomunal
que exhala entre las hojas venadas su punto de muerte.
Muriéndote, papá, con tus brazos estirados
sobre una mesa borrada dentro de un bar de locas.
Cayendo ante la botella
y viajando por el laberinto del alcohol
que graniza sobre tus labios el veneno.
Volviéndote irreal como el fugaz machetazo de los rezos
sobre el hierro encorvado de los relámpagos.
Irreal como la sonoridad de una rosa comunista
bajo los blancos lunares de la nieve.
Padre irreal sofocándose bajo el fragmento de un cielo corporativo proyectado
con potencia desde un rascacielos.
Bien están los muertos y los vivos.
Todos por igual revolcándose en los finos papeles de las comisarías, en los rotos
membretes de las leyes, en los coloridos testamentos bien manchados también, y
en los cheques fechados hacia el futuro.
Bien están todos ellos: irreales.
Todos ustedes: imbéciles y canallas.
Todos nosotros: geniales y claudicadores.
Todos irreales, pero congelados en un país de suplentes
viajando hacia la lámpara y el cenizal,
moviéndonos desde el cuerpo hacia el mercado.
Palpando el trapo ahorcado de un mismo dolor.
Con el pensamiento recorriéndonos la isla de la mente llena de burros.
Prefiriendo como tú -tirado en su fachada revolucionaria- la luz artificial a la luz
del sol. La luz artificial de las cantinas, de las salas de estar, de los burdeles, de
las pequeñas y grandes oficinas donde el licor rodaba como ratón ardiente,
venenoso, como hielo azulado de mano a mano, brincando impacientemente por
las barrigas de los abogados, los jueces, los asalariados, los presos, los guerrilleros,
los abandonados y cornudos, los blancos panaderos, los amigos
vendedores de flores, los poetas, los músicos, los mimos y los alguaciles.
Huyendo, papá.
Chupando siempre.
Viviendo en un país irreal ahogado en trampas, en falsas amistades y en hijos
irreconocibles como tiniebla matemática goteando a través de un lápiz sobre un
cuaderno tachado.
Padre irreal y Patria irreal
borrándose mutuamente dentro de un bar de locas.
Y en la bulla de los ranchos extintos y de las rameras.
V
Queda Mao Tse Tung en el abismo.
Blanco hace vibrar sobre su cresta un acordeón rural.
Y Marx abre su trompa de vaca malvada y muge.
Muge hasta que un ángel calvo es arrancado de su área de piedra.
Como dos fieras patean sus sepulturas bajo hojarasca glacial.
Rayando fetos como cebollas dentro de sus madres.
Y tú, que no comprendes la muerte, ni puedes hablar de ella,
estás en la muerte.
Padre irreal
Reclamando por la justicia social, la dignidad humana,
por el derecho al trabajo y a la vivienda.
Haciendo huelgas.
Pidiendo por todo el mundo, menos por ti.
Haciendo gotear tu mente en su deshielo.
Sin ninguna esposa de venas verdes como reptil ovalado
que pueda identificar tu cadáver.
Muriéndote bajo tus propios términos:
Reventado por el alcohol.
Domesticado por el frío que llena tu cuero de vidrio.
Devorando tus uñas con la mugre de los fósforos.
Perdiendo tus papeles y tus cigarros.
Haciendo chisme en la tela de una vagina
sin saber por qué, ni para qué.
Estúpido final para tu pequeño cuerpo fiestero
encerrado en un congelador
hundido entre un montón de botellas
formando un bloque de hielo
volviéndose pura escarcha dentro de un bar de locas.
Escondido dentro de ti.
Escondido dentro de mí.
Desapareciendo en un país borrado y sádico
que sangra en su plusvalía.
Dejando atrás la patria del cóndor silencioso ahogándose en una bañera
interrogado por felices moscas
mientras agoniza.
Adiós, padre irreal.
Mantén tu mano apoyada sobre tu corazón
solicitando la majestad del hombre libre.
Mantén tu mano firme sobre tu corazón
porque la violencia no está en la naturaleza de los hombres.
«La violencia fue siempre un gusano con nombre de hombre
atrapado tras el hábito de ser un hombre.»
Te cedo eso.
Mantén firme tu mano sobre tu corazón
como extendiendo un libro de arena
donde no hayan hierbas amargas ni abecedarios de oro
en bocas negras de muerte.
Mantén firme tu mano sobre tu corazón
bajo la hojarasca glacial de este país borrado.
Escondido dentro de ti, escondido dentro de mí,
interrogado por felices moscas frente al abismo.
***
Ernesto Carrión (Guayaquil, 1977)

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