Sed
*
Sed de una lumbre profunda escociendo en lo oculto de mi
oscura mirada.
Sed de ultimarse en infinito consumo, de apelar furtiva,
general, sapiente y única al terror de una religión agónica.
Sed del dorado disco que irradia
y penetra
los neuronales tejidos los medulares.
Sed de transformar el territorio, las playas, las rocas, los
acantilados, las estepas, las llanuras, las aguas y las piedras,
de decirme: yo ya no soy yo y el mí vive en mí en revuelta en
revolución constante revuelta de mis huesas revuelta muscular,
pendular, giratoria, punzante, definitiva.
Sed de mis labios, sed de su boca, sed de mi lengua y su
aparato palpital, sed de mis poros y su golosa gustura, sed
de mi gusto y de su lengua, grácil gimiente gruesa gélida
gasa y gula grillo grillete grava gravamen de mis senos y su
aúlica mistela,
mistela de mi mies sagrada y sorda a sus gemidos a su goce.
Sed de ir y más allá morder atacar vibrar prorrumpir en la
sed de mis leonas y de mis panteras sagaces bandidas
siniestras y de puro nervio construidas, solo coraje puro.
Coraje muscular del control preciso milimétrico del más
mínimo pedazo de piel lustroso y palpitante en ardiente y
tenaz alerta orillándose allí en las vírgenes de esta futura
selva ribera es y caudalosa la verba luminosa voraz y salvaje
generosa e invasora.
Gemido de su arpía entrada entre los ojos entre los pechos
entre los huesos de la cadera entre las piernas entre la boca
en la garganta ardiente y seca penetrando sílaba, nombre,
presencia, río rapaz y murmurante donde mato mi sed, su
sed.
Sed de colmillos, de collares de dientes de ciervo, de cabelleras
de piel de antílope, sed del hambre de plenitud, sed de
agonía y de los ojos de puma en furia, sed del parto y de su
crimen sed del testigo sed de su autoeliminación sed del
futuro carnaval de la perenne danza sed de la rubia sed de
mi memoria, memoria de mis caballos y mis antepasados
de mi rastro y de mi germen de la puerta que se abrió y de
la que abre los solares destellos del viento arrastrador del
viento núbil del viento celeste del viento vértigo del viento de
ti entre mi sacro y mis sienes entre tú y la paradoja entre tú
y tu espacio súbito salta la ingurgitada y la vehemente
quema y quema sus navíos mientras el mundo se deshace
como una barca de agua allí estaba ella Noéa, la primera,
cantando durante toda la noche milenaria mientras mi
amor se revolvía entre dos bestias sangrientas al destino
acometidas, hermosas y profundas en su júbilo en su gloria
era bella la indecencia de amarse así entre el follaje y los
cantos húmedos.
Sed, sed de la explanada, la vertiente y la cascada, sed del
aire y de tu mosto y el fondo nacarado de tu boca, tú,
cirenaico y cirio, tú, fruto feraz y ferino, tú, perentorio
fenecer en un umbral constante, tú, que eres mi sombra y
mi espanto y el fondo de la incendiaria y mítica belleza.
Ahora me adelanto y rastrojo con gracia juliana y odalisco
aire, el camino sin saber, como si agregando jibarizando
alelándome ya sin estirpe fuera como si aire como si
paleolítica neo – superiora histórica y centella colegida
sapiencial inconfundible suscitando ahora la guerrera una
reyerta de por vida, un filamento.
Ahora y así tanteando, lujosa y tisú, ataviada y terrorífica,
paradigmática y sin enigma, pura horcajada, arrojo de un
solo salto, infinitamente distinta, verde y furiosa dulcemente
relámpago, naturaleza y geranio, no como si adjetivo no
sustantivo no sí como elástico, como abanico, ala bermella
y raíz de un alimento terráqueo y fatal
la gracia de un corvo que de alucinante radio corta el género,
género que cae, lento y sinuoso en su hervidero, elegante y
fatal en su declive y entre su oleaje vaporoso y triunfante he
aquí el cuerpo que a mí viene suave, hermoso y deseable solo
sentidos pálpito y apetito angustia y gozo lujuria en su
infinito y bellísimo desnudo.
Y todo eso quizás solo un cuchillo, un puñal, armando cada
beso sin ventura, en la caída del enhebro silente es, gregaria
en su sed, en su Himalaya, jocosa, jadeante y jueza en su
anhelo de una juerga de rostros y palabras que vinieran
desde el otro en su eterno y para siempre derroche, sin final
en su infinito, como seda como manta como túnica y en
despoblado, sin cielo de armas, sin imagen pre-fijada, sin
final en el derrumbe y en la entraña silabaria.
Negros músculos de pantera caleidoscópica y ubicua, siempre
en sí misma e irradiando, puro colmilla y sangrienta,
libérrima, excitante, ¿qué condena o martirios te serían
necesarios, qué potente poderío, qué lujuria?
~
La Dorada Muñeca del Imperio
*
1.
Es el esplendor.
Hay una oscura orfebrería radiante
elaborando una tela solar.
Para su cuerpo para su piel
bordado en pedrería de seda y chifón.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Sus largas manos elevan
lentos cantos abisales.
Para los círculos
del Mundo y por su imperio.
Es la estela matutina la que alumbra
su alto entramado corporal y su modo
magnífico de ser
esculpida y ser vibrante.
2.
Es el sistema solar.
Hay antiguas catedrales …. viejas cúpulas
ardiendo en el tiempo
como el oro.
Tengo un recuerdo de la Habana Vieja:
son sombras doradas en los adoquines
y puertos eternamente abiertos
como si esperaran a un Dios.
Pero me distraigo:
esta mujer es ventrílocua y hermosa.
Oh, quisiera también hablar de amor.
3.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Su desnudez parece recamada y brilla, pero
es tan suave como una amatista.
Sin embargo,
está viva y la veo.
Recostada en los espejos, devana su
paciencia peinando su rubia cabellera
y esperando el turno
para salir al escenario y pasear
la tela imperial.
4.
Nantés, Florencia, Atlanta y Singapur.
Son las flores de Adimanto:
la ciudadanía ejemplar.
Se pueden pesquizar aún los rasgados telares
de otra allende ciudad antigua
anteayer contemporánea:
Indiga mesopotamia
Y sus valles estelares.
Mi mirada se agiganta.
Dios, son altos lirios y llameantes
pozos circulares
rigiendo los tiempos como imperios.
5.
La mujer se coloca una media.
Ella acerca sus dos brazos a su pie.
Su pelo rubio cae
cae hacia delante.
Pero ella en gesto colosal
Lo ordena tras su oreja.
Torsión de su torso hacia atrás
Sus dos ávidos pequeños pezones
un instante bailan
a pleno sol.
Muñeca dorada.
6.
Coronas para mi amada,
coronas azules para su cabellera dorada
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos
versos puros y perfectos para su boca
y películas de arroz, escapularios ardientes
roncas caracolas y locas
piedras marinas para su lujo
dorado, historias de barcos
en infinito peregrinaje
y telas y telas
en telas imperiales.
7.
La mujer sorprende mi mirada.
A través del espejo observo como espía
mis dos pupilas inmóviles.
Quieta, continúa su lento maquillaje,
pero ahora sé
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí
habrá terminado la larga fiesta,
esta vieja ansiedad de parecerme,
mi profundo deseo de tenerla:
La mujer ha salido al escenario.
Es suya la palabra.
Marina Arrate (Osorno, 1957)

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