martes, 4 de agosto de 2020

raymond carver / ondas de radio













para Antonio Machado

La lluvia paró y la luna apareció.
No entiendo nada sobre las ondas de radio.
Aunque creo que viajan mejor justo después
de una lluvia, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, puedo sintonizar
con Ottawa o, si quisiera, con Toronto.
Recientemente, por las noches, se ha despertado
en mí un suave interés por la política canadiense
y sus asuntos internos. Lo que buscaba aún más
eran sus emisoras musicales. Podría quedarme sentado
y escuchar, sin tener nada que hacer ni pensar.
No tengo tele y había dejado de leer
los diarios. Por las noches, encendía la radio.

Cuando vine aquí estaba tratando de ausentarme
de todo. En especial, de la literatura.
Con lo que conlleva, y lo que sigue después.
Existe en el alma un deseo de no pensar.
De quedarse quieto. Junto a ello,
el deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma es también un conchesumadre blando,
no siempre confiable. Y lo había olvidado.
Escuché cuando decía: “Mejor cantar lo que se fue
y no volverá más allá de lo que aún permanece
con nosotros y que seguirá con nosotros mañana.
O no. Y si no, también está bien.
No tenía mucha importancia, decía, que un tipo cantara.
Esa es la voz que oí.
¿Se imaginan que alguien piense así?
¿Qué todo da igual?
¡Qué sinsentido!
Pero yo pensaba todas esas estupideces por las noches
sentado en la silla mientras escuchaba mi radio.

Entonces, Machado, ¡la llegada de tu poesía a mi vida!
Fue un poco como un tipo de mediana edad enamorándose
de nuevo. Un hecho extraordinario, tal vez también vergonzoso,
para presenciar.
Tonterías como colgar una fotografía tuya.
Llevaba tu libro a la cama conmigo
y dormía con él a mano. Una noche, un tren iba
por mis sueños y me despertó.
La primera cosa que pensé, con taquicardia,
allí en el dormitorio a oscuras, fue:
Está bien, Machado está aquí.
Luego pude volver a dormir otra vez.

Hoy tomé tu libro cuando salí a dar
un paseo. “¡Presta atención!” dijiste
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Entonces miré alrededor y tomé notas de todo.
Luego me senté al sol con él, en mi lugar
al lado del río donde podía ver las montañas.
Cerré mis ojos y escuché el sonido
del agua. Después los abrí y comencé a leer
“Las últimas lamentaciones de Abel Martín”.
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero que recibieras el mensaje que te envié,
sabiéndome incluso en frente de lo que se dice muerte.
Está bien si no lo recibiste. Duerme bien. Descansa.
Espero que tarde o temprano nos encontremos.
Y pueda yo mismo decirte todas estas cosas.

***
Raymond Carver (Clatskanie, 1938-Port Angeles, 1988)
Versión de Nicolás López-Pérez

/

Radio Waves

*

for Antonio Machado

  This rain has stopped, and the moon has come out.
I don’t understand the first thing about radio
waves. But I think they travel better just after
a rain, when the air is damp. Anyway, I can reach out
now and pick up Ottawa, if I want, or Toronto.
Lately, at night, I’ve found myself
becoming slightly interested in Canadian politics
and domestic affairs. But mostly it was their music
stations I was after. I could sit here in the chair
and listen, without having to do anything, or think.
I don’t have a TV, and I’d quit reading
newspapers. At night I turned on the radio.

   When I came out here I was trying to absent myself
from everything. Especially literature.
What that entails, and what comes after.
There is in the soul a desire for not thinking.
For being still. Coupled with this
a desire to be strict, yes, and rigorous.
But the soul is also a smooth son of a bitch,
not always to be trusted. And I forgot that.
I listened when it said, Better to sing that which is gone
and will not return than that which is still
with us and will be with us tomorrow. Or not.
And if not, that’s all right too.
It didn’t much matter, it said, even if a man sang.
That’s the voice I listened to.
Can you imagine somebody thinking like this?
That it’s really all one and the same?
What nonsense!
But I’d think these stupid thoughts at night
as I sat in the chair and listened to my radio.

   Then, Machado, the advent of your poetry in my life!
It was a little like a middle-aged man falling
in love again. A remarkable thing to witness, perhaps,
but embarrassing, too.
Silly things like putting your picture up.
And I took your book to bed with me
and slept with it near at hand. A train went by
in my dreams one night and woke me up.
And the first thing I thought, heart racing
there in the dark bedroom, was this—
It’s all right, Machado is here.
Then I could fall back to sleep again.

   Today I took your book with me when I went
for my walk. “Pay attention!” you said,
when anyone asked what to do with their lives.
So I looked around and made note of everything.
Then sat down with your book in the sun, in my place
beside the river where I could see the mountains.
And I closed my eyes and listened to the sound
of the water. Then I opened them and began to read
“Abel Martin’s Last Lamentations.”
This morning I thought about you hard, Machado.
And I hope, even in the face of what I know about death,
that you got the message I intended.
But it’s okay even if you didn’t. Sleep well. Rest.
Sooner or later I hope we’ll meet.
And then I can tell you these things myself.

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