martes, 11 de septiembre de 2018

raúl zurita / de "zurita"











Cielo abajo

*

Son los últimos minutos del atardecer del lunes 10
de septiembre de 1973 y los desfiles comenzaron
hace menos de una hora. Por un momento las
columnas parecieron detenerse bajo el incendiado
cielo y un instante después, el estallido de las
consignas y cantos inundó las calles. Al frente,
interminable, el pedrerío reseco del Pacífico se
alarga hasta perderse en el horizonte y sé que
alguien que tal vez contuvo mis rasgos, es decir,
que contuve un insomnio, un determinado
nerviosismo, una manera de hablar, reconoció
entre las trituradas piedras los bordes de un puerto,
Valparaíso, luego el frontis de una universidad (y
pegadas a ella las imágenes rotas de una vida: una
carrera de ingeniería, unos estudiantes haciendo
girar sus linchacos, la enloquecedora blancura de
unas rompientes cubriendo el roquerío) y, de golpe,
el sonido del viento barriendo la aridez infinita de
la tierra. ¿Sucedió hace unos segundos? ¿Hace
millones de años? ¿Hace apenas un día? Alzo los
ojos. Inmóvil, el inmenso cielo rojo flota sobre la
multitud que también se ha detenido y mira con
frío, con temor, con sueño, el desahuciado atardecer.

~~~

Cielo abajo

*

Conocí un botero que surcó todos los cursos de los
ríos Michimahuida, Futaleufú, Amarillo y Espolón,
sur de Chile, Amén. Él decía que tantos nombres
como la vida tienen los ríos y que por sus corrientes
se iban las almas remontando y arrepintiéndose
hasta que daban con el remanso del océano
final y Amén. Eso eran para él ese enjambre de
aguas, ahora sólo surcos de piedras en la
enormidad desnuda. En la helada, inabarcable
enormidad desnuda de un lejano planeta azuloso
girando en la noche. Abajo, proyectados en la
pantalla de un cine al aire libre un pelotón de
soldados que todavía no saben que están muertos
salen de un túnel y se reportan. Es el film Sueños
de Akira Kurosawa, y la que entonces era mi
pareja me toma la mano mientras llora en silencio.
Vamos remontando el torrente sin detenernos
nunca porque no hay remanso para los perdidos.
Alzo la vista desde la pantalla y veo el planeta
azuloso, el lejano montón azuloso y muerto
que gira en la congelada noche. Corte. Veré Sueños
pero será infinitos años después. Ahora es el
atardecer del lunes 10 de septiembre de 1973 y la
primavera avanza como si aún fuese posible el
amor. Adelante, el océano lame los escombros
amontonados desde hace milenios sobre la playa.

~~~

IN MEMORIAM
CON TIPOS LLORANDO

*

Nadie le obedecería a Dios si
le ordena que mate a su hijo,
¿tú no lo harías, verdad?
(...)
¿Aunque Dios abriera el mar,
verdad?
(...)
Siempre tengo que inventarte
yo las respuestas papá.



Entonces     sobre los escombros del Pacífico  se iba
abriendo el cielo

Frente a las playas de Chile    como otro océano que
se abriera tendiéndose entre las nubes    allá arriba
flotando

Allá donde las playas rotas nos muestran el cielo y
sobre el cielo y el mar y sobre los escombros del mar
las mismas bahías quebradas   las mismas islas a
pedazos    los mismos llorosos tipos   No hay paz
para los perdidos decimos mirándonos los restos
cruzar entre las rajadas aguas del cielo   hechos
polvo    desmembrados   con otros tipos  llorando

~~~

Mi nombre: Akira Kurosawa

*

Estoy en un departamento de la Storkwinkelstrasse
y he comenzado a soñar. La laguna es amarillenta
y detrás de los muros de sal se ve el océano. La
playa se llama Punta de Lobos y las salinas están
al lado. Recorremos la laguna en un bote guiados
por un remero descalzo y oigo el estallido de las
rompientes a menos de 50 metros. Durante la
dictadura el lugar se hizo conocido porque
Pinochet lo transformó en un sitio de veraneo y
hoy es un paraíso de surfistas. Las salinas y
la laguna ya no existen y las había olvidado por
completo, pero volví a recordarlas cuando mi
abuela murió: el botero remaba frente a mí y a los
lados se veían las paredes de sal. Tengo cinco
años, mi hermana tres y estamos con mi abuela.
Había nacido en Italia, en Rapallo, y llegó a Chile
con mi madre aún niña. Ambas quedaron viudas
con dos días de diferencia. Mi madre, luego mi
abuela. Fue un veraneo corto. Mi abuela murió
en 1986. Yo sobreviví a una dictadura, pero no a la
vergüenza. Años después, cuando me llegó a mí
el turno, su cara se me vino encima como una
montaña blanca de sal. Quise escribirlo, pero las
palabras, como vísceras humeantes, llegaron
muertas a mis dedos. Mi nombre: Akira Kurosawa.

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Sueño 65/A Kurosawa

*

Vamos saliendo con la ensangrentada multitud y
el mar que se abrió para que pasáramos pronto
volverá a cerrarse. Algunos lloran en silencio en
medio de los gritos de júbilo que recuerdan lo
impensable. En el fondo, aún recortadas entre los
dos paredones de agua, el cordón de las montañas
se alza coronando la avenida donde millones y
millones de hombres han vuelto a emprender la
marcha. Reconozco la ciudad y las montañas. Sé
también el nombre de la avenida, la fecha exacta
y que miles de años atrás todo eso fue arrasado
hasta los cimientos. Me digo entonces que los
recuerdos son piedras que han estado allí desde
siempre y que somos nosotros los que vamos
pasando ante ellas desprendiéndoles un mínimo
fragmento que reconocemos como nuestro. Digo
entonces que la suma de esas piedras fue mi
vida y que en esa vida vi la multitud desbordar
la avenida, avanzar entre los enomres paredones
de agua y finalmente salir. Atrás, la cordillera de
los Andes se iba borrando, mientras que adelante
el sol se hunde con lentitud, casi con desidia,
como en los sueños. Sostengo aún entre las mías
esas manos tan queridas y le digo a Kurosawa
que todo está bien, que ya cruzamos el mar, que
los ejércitos de Ramsés ya no podrá alcanzarnos.

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LOS CANSADOS PELOTONES

En las nieves del sueño

*

donde proyectada sobre las cumbres de los Andes vimos la
tremenda pelícual de Kurosawa con pelotones de soldados
muertos reportándose

Cruzándose con otros despojos mientras atrás América se
doblaba y Kuro nos ponía de chilenos en sus películas
tendidos cara al cielo    sintiendo como se nos hundían las
escarchadas bocas bajo la nieve

Oyendo crujir la escarcha de los muertos bajo los pasos en
la nieve   "Filmé Sueños de Akira Kurosawa oyendo los
soldados quebrarse igual que vidrios bajo la nieve" nos
dice Kurosawa filmándonos en un sueño donde alguien
sueña que ha muerto y se despierta y está muerto   Sí: los
cansados pelotones muertos no saben....   y eran nuestras
congeladas bocas reportándose de bruces bajo las montañas

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EL MAR

9

He allí tu hijo. Viviana oye arcos de cejas alzándose
oye ojos abiertos sin fin cayendo desde las cejas del
cielo. Oye los clavos hundiéndose en la cruz del
océano. Todo el mar de Chile es la cruz. Infinitas
llanuras desde el cielo cantan el salmo de la cruz del
mar, de los alimentos que caen como llanuras, como
panes en el estómago de los peces. Viviana escucha
infinitos cardúmenes subiendo, infinitos peces que
ascienden cantando con la voz tomada del cielo.

Ascienden los peces al cielo. Sorprendentes carnadas
llovieron con sorprendentes días, con imágenes de
almendros, con amores truncos. Extrañas carnadas
llovieron sobre el mar santo, sobre los peces santos.

Santo es el mar, santas las llanuras de frutos humanos
que caen, santos los peces. Oí infinitos días cayendo,
cuerpos que caían con cielos, con campos entrevistos,
con árboles como cruces coreando las cantadas aguas.

Viviana acurruca el mar santo. Viviana dice que en
esas aguas santas está su hijo.

11

He allí el mar quemándose. Viviana escucha cielos
ardiendo entre las llamas del mar, zarzas que no se
consumen, hijos de impresionantes zarzas que arden
sin quemarse entre las llameantes olas. Extraños días
arden cayendo sobre el mar, asombrosas carnadas
santas que caen y cantan sobre los pastizales ardidos
del mar. Viviana es hoy Chile. Escucha  emerger
cantos de entre las llamas de las aguas,   escucha el
cielo santo ardiendo de amor sobre las incendiadas
rompientes. Escucha el INRI de su amor santo subir
ardiendo sobre las praderas incendiadas del Pacífico.

Escucha el INRI de los cielos ardiendo. Océanos y
mares de Chile escuchen el INRI de los cielos ardiendo.

Sorprendentes carnadas rosa sangre llovieron desde
raras nubes sobre el mar, sorprendentes mares color
incienso suben con la carnada de los peces en el cielo.

Oye el canto de los peces ascendiendo al cielo. Arde,
el mar de Chile arde. Llamas como el incienso tiñen
de rosa y sangre las quemadas praderas del Pacífico.

P.D.


Kurosawa, volví a decirle, este no
es un sueño, este es el mar.

***
Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) Zurita. Santiago de Chile: Ediciones UDP, 2011.

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