martes, 29 de junio de 2021

gilberto owen / cuatro poemas













River rouge

*

Cómo llega a pesar un haz de brisa
contra un río sin tacto a la cintura
a estatura de alas cómo rueda Cristóbal
a ras de todavía corazón
a mil por hora
su voz sin sueño
mi voz sin tiempo
a sueño de constelación
esa mano clava cuatro mil cuatrocientos tornillos al día
y ése escribe la ese de stop ocho mil
y esos cilindros que no han bailado en Chalma ni en
Palestina
y una mujer se enciende
duérmete al sur
duérmete duérmete niño Jesús
o es verdad el behaviorismo
y llega el frío llamado Ford
y hay la mirada fría y plana del acero
que nos unta a su espejo sin amor
y cuando salimos tenemos tres dimensiones
pero la tercera es el tiempo no más
cómo duele el haber jugado a ángeles
si ellos no juegan a ser hombres ya

~

Es ya el cielo...

*

Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la foca del circo,
y vicios de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.

~

Interior

*

Las cosas que entran por el silencio empiezan a llegar al
cuarto. Lo sabemos, porque nos dejamos olvidados allá
adentro los ojos. La soledad llega por los espejos vacíos,
la muerte baja de los cuadros, rompiendo sus vitrinas de
museo; los rincones se abren como granadas para que entre
el grillo con sus alfileres; y, aunque nos olvidemos de apagar
la luz, la oscuridad da una luz negra más potente que eclipsa
a la otra.

   Pero no son éstas las cosas que entran por el silencio, sino
otras más sutiles aún; si nos hubiéramos dejado olvidada
también la boca, sabríamos nombrarlas. Para sugerirlas,
los preceptistas aconsejan hablar de paralelas que, sin dejar
de serlo, se encuentran y se besan. Pero los niños que resuelven
ecuaciones de segundo grado se suicidan siempre en cuanto
llegan a los ochenta años, y preferimos por eso mirar sin nombres
lo que entra por el silencio, y dejar que todos sigan afirmando
que dos y dos son cuatro.

~

Partía y moría

*

 La casa sale por la ventana, arrojada por la lámpara. Los
espejos –despilfarrados, gastan su sueldo el día de pago- lo
aprueban.

   En ese cuadro en que estoy muerto, se mueve tu mano, pero
no puedes impedir que me vea, traslúcida. Acabo de ganar la
eternidad de esa postura, y me molesta que me hayan recibido
tan fríamente. No me atrevo a dejar el sombrero; le doy vueltas
entre mis dedos de atmósfera. Los tres ángulos del rincón me
oprimen cerrándose hasta la asfixia, y no puedo valerme. Ese
marco rosado no le conviene al asunto. Déjame mirarme en tus
dientes, para ponerle uno del rojo más rojo.

   Los números me amenazan. Si los oigo, sabré todo lo de tu vida,
tus años, tus pestañas, tus dedos, todo lo que ahora cae, inmóvil,
como en las grutas –espacio de sólo tres dimensiones.

   Nada. vivimos en fotografía. Si los que duermen nos soñaran,
creerían estar soñando. ¿Qué negro ha gritado? Vamos a salir
desenfocados, y se desesperará el que está detrás de la luna,
retratándonos. El viento empuja el cielo, pero tú dices que ha
bajado el telón de la ventana. Duérmete ya, vámonos.

***
Gilberto Owen (El Rosario, 1904- Filadelfia, 1952)

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