El mundo está hecho de piedras.
Así que vivir una vida es apedrear.
La tierra nombrada con una palabra foránea.
El cielo apoyado en un aliento ajeno.
Las ventanas de la calle —ojos de roca—
se quedaron ciegas a los días y a las noches.
La calle —barranco de granito—
agita el duro retumbar de los pasos.
Ellos, empotrados en cerradas filas,
avanzan y sus blancas pupilas
murieron hace tiempo lejos de aquí.
Apuntan, y sus pupilas blancas
murieron para apuntar mejor.
La ley no prevé pupilas vivas en cuerpos con vida.
Cargaba a sus espaldas el peso de la muerte
el hermano con el rostro hundido en el cuello del abrigo.
Comprendió enseguida la oscuridad de la puerta,
el benévolo silencio de la escalera de caracol.
Vivió alerta: un terrón del espacio,
un fragmento de la barandilla, el aliento de la pared.
Había a veces un pedazo de cristal,
junto a él contaba los disparos pendientes.
O envolvía en un hilo de luz,
me pesa cada brasa hueca.
El tiempo estaba hecho de piedra,
pero lo que estaba en el fuego era la ciudad.
1947
Wislawa Szymborska (Prowent, 1923-Cracovia, 2012)
Versión de Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz
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