jueves, 28 de noviembre de 2024

pablo montoya / dos poemas









Trenes

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Este es un tren rodeado de olvido. Y están los que salen de la estación de l’Est rumbo a Verdún. Atascados de soldados e insignias con sabor a pasta de yeso. Trenes de mercancías, eso afirman, cuando en realidad transportan los cíclicos condenados al infierno. Este tren está hecho de distancias. Semejante a los trenes sin color preciso. Como las aguas de Jorge Manrique. Etéreos y al mismo tiempo longevos. Con un vaivén de vals triste que no acaba nunca. ¿Y ese único vagón de innumerables ventanillas que entra a la estación de Bérault? Desde cada una de ellas mi padre, asesinado en Bello, mira con ojos de espectro. Pero no me dice quién ha sido su verdugo. Este tren que saldrá dentro de poco es ilusorio. Parecido a la luz. Luz que en los viajes es lo único real. Luz color de castañas maduras. Luz de limón que cae en el ojo. Luz rugosa de papel. Hecha de astillas azules o incierta como un versículo. Este tren que me espera ahora parece inexistente. Tiene algo de aquellos que cruzan los territorios de Arreola. Pero en él hay una verdad que no tiene ningún otro. Tu inevitable partida.

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Roce

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Te busco cada noche. En la respiración de los bulevares. En el puente donde la luz se pierde en un simulacro de crepúsculo. En los techos coronados por antenas parabólicas. Y lo hago con la obsesión de la espera y de mis pasos. Y no grito a la luna. Ni a la garganta vacua del cielo. Grito a la cama donde trata de dormir un reflejo destrozado de mi nostalgia por vos. Eres un desaparecido. Y te he traído desde el otro lado del océano como un amuleto que me protege de la amnesia. Desde Tunja, enmohecida de garúas. Desde Bogotá, repleta de podredumbre. Desde Medellín, asediada por paramilitares y desplazados. Y odio esa palabra, desaparecido, que designa el estupor y la ausencia. Un rostro sin rasgos cuando yo me guio en las sombras de París con tus ojos. Y odio el insomnio que en mí no cesa desde hace siglos. Pero a veces me es dado salir a caminar bajo la ciudad apaciguada. Y tropiezo con esta calle cuyo nombre no pronuncio. Aunque recorrerla es como nombrar la lluvia y saber que no hay olvido. Escucho tu voz y me detengo. Extiendo la mano y del vacío emerge la tuya. Ambas, en silencio, se rozan.

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Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) Mi mano busca en el vacío. Antología poética. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2019.

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