lunes, 1 de octubre de 2018

yevgeny yevtushenko / futboleada (urss versus alemania, 1955)










Todo se apareció de una vez ante nuestros ojos:
unos cuerpos sobre la nieve,
leones de mármol despedazados, columnas en ruinas.
Un partido de fútbol contra los alemanes.
Las boleterías estaban siendo destruidas por la muchedumbre.
Todo el lugar se parecía a un manicomio.

Olvidándose de la patria que los había humillado,
sobre un tabla de madera con ruedas y hecha a mano
los inválidos rusos cortados por la mitad entraron rodando,
los lanzados a la basura por la historia murmuraban rabiosos:
“¡Al diablo con los alemanes!
¡Detrás de nosotros está Moscú! Perder es una vergüenza.”

Khrushchev que en Moscú esperaba a Adenauer,
desesperadamente y con horror miró a ese ejército de
inválidos y sin piernas.
“¡No podemos esconder todo esto para que nadie lo vea
cómo me gustaría tragarme mi medio vaso de vodka de 90
grados”.

Tirándose las costras de sus heridas tapadas
entraban al Estadio Dínamo con una inmensa fe
que no se la habría dado ninguna religión
iban entrando con sus medallas que tintineaban
esos pedazos de la Guerra
entraban en fila y erguidos, uno al lado del otro
como si fueran mitades de héroes en pedestales de madera
pero aquello era difícil de tragar
aunque fuera jugo de abedul azucarado
en el termo de aluminio de un soldado
cuando su moribunda sed los empujaba
a tragárselo todo de un solo trago a la vez
–por eso ni el fútbol les causaría un terrible dolor–
la bebida de los campamentos militares del color del tabaco
no de una botella sino con gusto a jabón de lavarse
a lo mejor sabía a óxido de viejas herramientas rusas
que imbatible, invencible bebida de guerra,
la acompañaban con un mordisco de la manga de su propio
uniforme.

Quizás las pirámides de Egipto se pusieron temblar
escuchando desde algún lugar en la arena
como iban entrando los inválidos al estadio igual que la
lava de un volcán
y con sus manos talladas de tatuajes.

Hasta la misma Estatua de la Libertad
vio con vergüenza la tardanza del segundo frente
y también vio como entraban con ferocidad los inválidos al
estadio igual que fantasmas vengadores.

Las mujeres escoltas ni se atrevieron a pedir los boletos
ni siquiera se secaron sus inesperadas lágrimas que caían
iguales a las lágrimas del dolor de las viudas.
Los rostros jóvenes de soldados aún sin afeitarse
llevaban a los inválidos sobre sus hombros
sentándolos adelante, en la primera fila.

Pero los inválidos, como en una orden militar
inmediatamente se colgaron unos carteles de madera en sus
pechos
con palabras que decían “¡Derrotemos a los alemanes!”
como si estuvieran listos para enterrarse en las trincheras
tendidos en la primera línea de combate
pegados el uno junto al otro como en un abrazo mortal.

Habían perdido la mitad de su alma
sus mujeres habían saltado en pedazos juntos con sus hijos
recién nacidos
¿Qué hacer con su odio agonizante
si sólo tenían la mitad de su cuerpo y sólo la mitad de su alma?

Por un momento nadie del público de las galerías gritó
pero el delantero soviético, Borya Tatushin
se fue adelante casi hasta llegar a la línea del arco contrario
y le dio un pase mágico que recibió Parshin.
Lleno de alegría Parshin se metió al arco con la misma pelota
y así es como vino el primer gol del partido.
Inmediatamente dentro del griterío ensordecedor
miles de rostros se encendieron como si fuera el amanecer
cuando el capitán alemán Fritz Walter, un ex prisionero de
guerra
fraternalmente levantó a Kolya Parshin en sus brazos
y el apodo vulgar “Fritz” se reivindicó para siempre.

Fritz lo recompensó fraternalmente y sin rabia
y le dio la mano con respeto
y todos los inválidos aplaudieron
a su ex prisionero.

Pero luego todos encorvamos los hombros, envejecidos,
cuando el mismo Fritz
quien llevaba el apellido de una pistola
disparó la pelota hacia el arco contrario
con la fuerza de una zigzagueante bomba.

Cuando ellos metieron otro gol en nuestro arco
nuestro entrenador sintió el frio helado de Siberia en su
espalda
no hubo ningún aplauso
fue como si alguien nos hubiera cortado todas las manos.

Sorpresivamente, uno de los inválidos, el más atrevido
suspiró con una agridulce sorpresa,
“Dejadme deciros compadres, representando yo a todos los
del grupo de tanques,
que los alemanes juegan muy bien y también juegan
bastante limpio”.

Y se puso a aplaudir un par de veces
dejando impresionados a todos e incluso a él mismo.
Otro veterano de guerra, en uniforme de marino, apoyó el
aplauso,
y balanceó su crujiente pedestal de madera
espantando lejos todos los pensamientos vengativos.

Todos somos limpios en un partido donde se juega limpio.
Sintiendo eso, Illyn y Maslyonkin
metieron dos increíbles y hermosos goles.
Y entonces hubo un sorpresivo cambio en las almas de los
inválidos.
Con toda seguridad, los carteles que tenían colgados en sus
pechos,
los habrían hecho astillas contra sus rodillas
si las hubieran tenido.

No existen países donde su historia no tenga ninguna culpa.
Podemos sobrevivir sin unos futuros Stalins o Hitlers.
Algún día espero que veamos un mundo donde no haya guerra
lo prometo, les doy mi más honesta palabra.

Les doy este partido como mi testamento, como mi regalo.
Soy el mismo niño ruso que nunca olvida.
Siendo un testigo de la guerra yo les digo
que la fraternidad entre todas las naciones había comenzado
cuando Yashin le dio sus guantes de portero
a su querido amigo alemán y ex-enemigo.

¿Dónde estás tú Fritz Walter?
¿Por qué no nos bebemos una cerveza juntos?

Después de ese partido yo comprendí para siempre
que nunca es muy tarde para ofrecer una mano amiga.
El partido terminó 3 a 2
a nuestro favor,
pero lo juro que ambos lados vencieron aquel día.

Alemanes, ¿sabéis quiénes son los mejores guías?
¿Quiénes unieron las dos Alemanias para Uds.?
Regresen otra vez al partido para que los vean y los abracen.
Una guerra no termina únicamente por el buen gesto de la
Diosa de la Justicia
sino, cuando olvidando todas las atrocidades,
los inválidos matan la guerra dentro de ellos mismos,
pero quedando cortados en la mitad por la misma guerra.

***
Yevgeny Yevtushenko (Zima, Rusia, 1932-Tulsa, Estados Unidos, 2017)
Versión de Javier Campos

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