lunes, 29 de octubre de 2018

washington cucurto / de "residencia en la tierra cucurtiana"









Wolfgang Berger cumple 60 años

*

Amigo lejano como son el ciervo y el hombre malo.
Lejanos pero viven en nosotros,
en nuestras mentes y costumbres,
¿qué hombre de bien, no tiene un pensamiento
para el ladrón, el ciervo en el bosque y la ardilla voladora?
Wolfgang, para mí tenés algo de Goethe
(a ninguno de los dos los vi jamás ni en fotos),
y tenés algo de ciervo
y de amigo lejano,
vos, Wolfgang, te le adelantás a todos porque tenés
el don de ser padre,
el mentor de esta Idea genial
que pusiste a rodar en el mundo: mi amigo Timo,
mi compañero confidente, que comprende todo lo
que me pasa en mi piel de hombre huraño.
Su nombre de guerra es Timolín.
Querido Wolfgang, no te conozco y te quiero, como podemos
querer a Maradona o a Ernesto Guevara.
Queremos más allá del bien y del mal,
y de la lógica y de los libros de los médicos.

Yo sé mucho de hijos, Wolfgang,
también tengo un varón.
Su nombre de guerra es Baltu.
Y mucho tiene de tu Timo.
Con semejante lujo, con tal atrevimiento,
amigo Wolfgang, estás a la altura de Goethe
y del reconstructor de Stuttgart.
Pues, que otra cosa puede esperar un hombre de la vida
que un hijo.
Su nombre de guerra es Timolín.
Su nombre de guerra es Baltu.
En ambos brilla la mirada de un indio.

Hoy cumplís 60 años, son muchos, pero no tantos.
“Toda una vida”, diría un viejo vizcacha.
Al final de este poema voy a hablarte
como a un amigo viejo, o a un hijo desfachatado
que quiere soltarse por la vida de mochilero.
“Respirá hondo y no cantes victoria, todavía te
quedan 60 años mas”.

~~~

La fotocopiadora

*

Mañana cuando me muera
dejaré de ser negro
y al ratito (por sobre mi negritud)
volveré al mundo convertido
en una fotocopiadora.
¡Mas, atentos!
¡Nada de Xerox, Canon o Nashuas!
¡Sólo la locura japonesa
puede ponerle nombres de
pájaros a las máquinas!
Seré una máquina copiadora
y volaré como un pájaro.
Copiaré al mundo entero,
soltaré eructando por la boca
y cagando ¡si es necesario!
copias y copias, a todos
y a todas los inmortalizaré
en una copia.
¡Copias y copias!
soltando todo por la boca y el cuero
y llevarme al mundo entero
en una risa de copiero.
En arte y literatura
soy una fotocopiadora;
eso es mi vida: copia
de otra anterior de mejor calidad.
¡Todo es de mejor calidad que la vida de uno!
Yo solo quiero invitar a la palabra
que el lenguaje no sea
carriles de insultos en la boca
de las personas.

¡Que el lenguaje sea una flor como Paquita
espiando subida al muro!

¡Que el lenguaje sea novia no inabordable
porque no tenés coche!

~~~

Inundación

*

Voy a Quilmes a ver a mi padre que se inundó,
increíble, el gran incendiario del demonio, inundado.
“Estamos con el agua hasta el cogote, guacho”,
me grita mi hermano en el teléfono, exagerado.
Este poema debería llamarse:
“El gran vendedor ambulante bajo las aguas”.
Amigos, así es la vida, de pronto arremete y nos deja sin nada
y, como si nada, continúa.
Todo sigue y yo mas viejo.
Baltazar, un hombrecito de cinco años, ya me reprocha cosas...
Morena, su hermana, (mi hija querida, a la cual salvaré del
papelón de la vida moderna no escribiéndole jamás un verso)
ya camina y pronto me llenará de reproches...
Amigos, así es la vida, este planisferio de Taiwán en el que
sucede nuestra existencia.
2007. ¡Cuántos años pasaron desde mi nacimiento!
Y la vida sigue, de nada sirve lamentarse,
sobre nuestra tumba crecerán las margaritas que se manducará el yobaca de un botellero.
Trabajando como burros, volviéndonos locos,
pasan los años y cuando queremos acordarnos
llega el día: en el que algo sucede,
dejamos de vivir la vida mediática, ya no fumamos
nuestro cigarrillo 7m, el de los obreros de Jujuy,
por un momento no pensamos en nuestro trabajo
ni en nuestros hijos, estamos dentro del break,
del día del quiebre de nuestras vidas.
¡Ese día del parate nos llega a todos!
Llega el día en el que el rufián del Once se inunda,
el fantástico incendiario de conjetural sonrisa,
pero ya no nos importa que el gran vendedor ambulante
o todos en Florencio Varela estén bajo el agua..
La palabra es que ya no nos importa nada.
Podrían venir los estadounidenses, saquear todo,
matar a todos y no nos importaría, nuestra exclusiva
y cínica vida moderna seguiría como ahora, iríamos igual
entre cadáveres al supermercado, al kiosco, a llevar
a los jueguitos electrónicos a nuestros críos.
Todo sucede afuera pero nada nos afecta, nada
sucede dentro de nuestras cuatro paredes.
Podrían ponernos una bomba en el culo
y todo seguiría igual.
La palabra es que nada nos importa.
Mas, aún así y a pesar de todo, llega el día
en que las cosas se caen de la mesa,
sucede aquello que es demasiado.
El break renace en nuestro interior,
mas no en la vida, la vida no, amigos,
la vida  no es metaforizable, y continúa....
Y como prueba: el vendedor máximo de chucherías
del Once, como máxima, se inunda.

~~~

Mamífero Vega

*

Desde ahora en las plazas, en las calles y en sus respectivos
cables de tendido eléctrico -en especial, la calle Perón-
en las estaciones funerales de humo, o en los solitarios
malecones que soportan la calentura del mar.
A partir de ahora, en este preciso y consuetudinario momento esta palabra me parece que no va
podemos decir que Nicolás Vega ha decidido tomar
el tren de los hechos fortuitos
que agotan el caldo de la vida, ¡se murió!

Desde ahora, en que los días se ennegrecen en serio,
en estas épocas conmocionadas de bapren
lo veo ascender por encima de los carteles electrónicos de Once,
pero es una imagen, una aparición que se agota en sí misma.
¡Al mundo de los muertos, Mamífero Vega!

Cae su bolso de tela de avión de vendedor ambulante,
lleno de medias y slips de Slim Center
y lo calzo en mi hombro abatido y salgo de ambulante.

Lo veo apagarse en sí mismo como la antorcha
de un zeppelin en un atardecer de las Rocallosas.
Son plomas las pasiones y los sentimientos
y no puedo evitar llorarlo, sentirme mal, una cucaracha en el piso.


Pd: Muchos creen que tengo un rollo con mi padre. Pero no. Es personaje.
Al igual que yo, personaje. El rollo es siempre conmigo mismo.

~~~

Leónidas Carlos Lamborghini

*

Ayer murió Leónidas Lamborghini
no sé si salió en el Diario,
me llamó Santiago
y me dijo: “Cucu, tildó el Lambo”.
¿O fue un mensajito de texto, en verdad?
No importa. Lo que sí sé aunque
no venga al caso, es que el poeta
Martín Rodríguez, mandó un mail
escueto sin contenido, solo el asunto:
“Murió la madre de Alejandro Rubio”.
Eso fue todo y eso es todo.
Me acuerdo que la noche que murió Mangieri
Fabi me llamó y me tiró mala onda.
Me preguntó si iba a ir al velorio y le
dije que no soportaba los velorios.
“Con todo lo que hizo por vos y no querés
ir al velorio”.
Estuve mal y estuvo mal.
Pero, ¿qué voy a ir a hacer a un velorio?
A José Luis prefiero recordarlo lleno de vida
con el maletín lleno de libros por el trocen
de la ciudad.
-“Negrito, tomá, tenés que leerte este libro”.
Mientras escribo esto está muriéndose Abundio
el pizzero de la pizzería de al lado de la cartonería
¡Qué tipo sensacional!
Me dicen los vecinos: “¿vas a hacer algo?”
¡Qué quieren que haga…!
Al final lo velamos en la cartonería.
Murió mi padre, murió Cassius Clay, murió George Perec; una línea
Gregory Corso murió en Roma.
Un día morirá Juan Gelman y Juanita Bignozzi,
Y yo y mis hijos y todos. No importará, por supuesto.
Es una obviedad lo que digo. Es increíble que la
muerte sea una obviedad…
Mi vieja me llama y me dice (ella no morirá nunca):
-“¡Devolveme la olla que te presté!”.

***
Washington Cucurto (Quilmes, 1971) Residencia en la tierra cucurtiana. Santiago de Chile: Ediciones Litost, 2018.

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