domingo, 28 de octubre de 2018

enrique verástegui / de "splendor"













Apariciones en un panel de computador

I Poeta atrapando una muchacha

Tu rostro agresivamente sereno
gruñe ahora en la tarde y caminas
por estas calles, altivo y sereno, bello como un abedul.
Tus ojos son machetes que arrasan a la podredumbre que odias.
Tus pasos patean a lo que se opone a tu rumbo.
Desde un lugar perdido en el parque observas derrumbarse un
                atardecer en la ciudad. Todo
—cielo enrojecido tras moles verduzcas— te es atractivo
y vuelas, una muchacha como dulce acordeón en tus manos
se desliza en la yerba y ahora
ella te escucha y se desnuda –lecho de yerba—
                                  para ser amada por un leopardo.

II El instinto aún se entromete

Todo cuerpo enloquece bajo la mano que dibuja su más secreta
            verdad:
la mente se rebela contra su corazón, el instinto
aún se entromete como el buen gusto en el computador que
             programo.
Páginas, mariposas, azucenas son el cuerpo que permanece.
¿El cuerpo que ama no se metamorfosea en la mariposa que unas
             manos atrapan?
Una muchacha se escapa del lienzo donde Chagall me plasmó
            como un ángel tocando un dulce laúd
y se encuentra conmigo sobre la banca de un parque. Su belleza será este poema. Su inteligencia
un florero como un ángel que vuela escondido en sus ojos.
Sus labios son mi fruta, su cuerpo
una mariposa que vuela detrás del vidrio de mi computador.
Si la lógica no se pareciera a la vida que cambia entonces
             sabríamos que:
a) la mariposa de tu cuerpo es una falacia,
b) tus pechos como fruta una inducción incoherente,
c) el ángel que alumbra tus ojos una proposición tan poco lógica como el slip
             de un verano al que desnudas.
Sin embargo una lógica no es tan incomprensible como la vida.
Tu cuerpo que atrapo como a una mariposa en mis manos es un
             trago de gin.
Suena ahora Alban Berg en la radio pero yo prefiero no colgar el teléfono para no perder tu voz.
Tengo a Chagall en un libro pero mi laúd
me hace pensar en tu cuerpo. Una mente irreal
como un cuadro inexistente es tristeza ligeramente sombría:
tu cuerpo es tan real como el poema que te sueña
pero no esta época perdida como un desperdicio donde un delicado rasguño en tus muslos
es toda esta angustia – el poema como garra asiéndote por la
             cintura – y esta belleza, muchacha lentamente
atrapada como una mariposa que yo me atrevía a soltar en un panel.

III Aparece ahora el Paraíso

Haber abandonado a la soledad no es tan absurdo como no haber desconocido a tu presente.
Abrir a Stendhal recuerda días enloquecidamente felices, amores perdidos
tras el velo de manicomios olvidados.
Haber abandonado la soledad para encontrarse con una mujer
             imaginada como un Paraíso
                                                                          fue locura
pero no pérdida alguna de lucidez. No aparece aún el Paraíso
pero en un bar se encuentra al innoble perdido y sus ojos
             tristes después
de perderse en el primer bar donde se descubre parecido al
             tema buscado —la biografía
de los sueños deshechos en su propia biografía—
no son flores que pudieras cultivar deliciosamente.
Rebelarse contra este tiempo es complejo,
la eternidad son principios inconmovibles.
El puesto de punta de lanza izquierdo podrá ser eterno
pero del jugador sólo nos quedan sus jugadas bajo el cielo.
Yashin, la araña negra. Mané Garrincha. Gallardo.
Flores pálidas como el recuerdo de un amor en el aula de la
              universidad.
Chagall está enloquecido como una flor, el tiempo
como este poema son geranios delicados pero en vez de geranios debiera destrozar a lo que me hiere.
Esa segunda persona ahora es una hipótesis desechable.
Una tercera persona acabará destruyendo a tu propio yo
incluso antes que el lector se ilumine a leer tu último verso.
Aquel hombre ha envejecido como su obra, su mundo
no se produce tan a menudo como sus hijos salen a estudiar
             a Vallejo en el colegio. Muere un pasado
apenas empieza su cotidiana borrachera, aparece ahora
el Paraíso en los ojos de la mujer que contemplo.
Sus ojos tienen flores y deseo, sus pezones son gotas de rocío en mis labios. “El tiempo nos destruye”
—dice aquel hombrecito—. Todo el tiempo se hacen cosas también:
        una época puede nacer con un poema,
todo este mundo terminar con su incomprensión.

~

Amanecer en San Valentín

I

Te he preferido al dulzor de la noche
esta noche en diciembre, un viento ligeramente helado
y hermoso como un Concerto para címbalo de Durante acaricia
             tu inaccecible tristeza
                     y yo me acerco a ti
para hacerte girar y envolverte en mis brazos como a una triste chiquilla
          desprotegida en la noche.
Y te he preferido a la noche esta noche larguísima
como tu vida, triste como tus ojos posándose en mí ahora que
           elevas tu copa-sonrisa levísima
Como un entreabrirse de flores al sol— para brindar
por todo lo mucho, o poco, que yo he podido ofrecerte
y cruzando este punto en que la primavera se ha tornado verano
          tu palabra adorada
me transfiere a un instante posible y tranquilo,
cuerpo entreabriéndose para eternizarse
          bajo mi cuerpo que te recibe.
Dulce y perfecto como he imaginado tu vida te he conducido a
          mí para abrevar
en mis labios, y te he levantado por encima de la noche de
            Lima
y el tiempo que pasa y no vuelve
                       es esta casa
                     a donde hemos vuelto a danzar
                     como con Nietzsche sobre campos de heno,
                    verdad en un tiempo aún irrealizado
                     y lejano.

¿Qué hay más allá del pasado, qué aquí en tu cintura serenamente batiéndose
como ramas de belleza en mis manos?

El Concerto se agota como este trago en diciembre,
trazamos un arco sobre el arco intranquilo de la noche donde
           pasión y locura
y este milagro de vernos caminar por sobre una ciudad obstinada
            en florear
desde sus maceteros colgados nos restituye a la luz,
a esta verdad que yo he puesto en tus labios ahora.
Y te he llevado, girasol en mis manos, a dar
tres vueltas elípticas en torno a ti misma en un ruedo del
           Rímac, un trago entrelazado
a tu nombre en la noche de la victoria, o Magdalena
                                  donde contemplar este mar
(que es helado y tiene una orquesta iluminada bajo sus aguas
             tranquilas y dulces).
Pero te he preferido al dulzor de la noche
esta noche en diciembre y tus labios en “Bertolotto” eran ciruelas
             dulcísimas
bajo este ardor de labios que te mordían.
Y girando a una vuelta de ti, y apretado a ti, te he visto
             sonreír levemente, dirigirte
conmigo sobre una esquina solitaria en diciembre en que eras
             tranquilidad para ti
                           y silencio,
todo el tiempo del mundo perdido sin ti.

II

Hoy es atardecer en San Valentín lleno de música de nogales y
             coro de Angelus que me van
suavemente estrujando a tu mirada profunda
                        y tranquila como azucenas.
Emancipación con Rufino Torrico —trazo de un ángulo perfecto
             para un parquecito
donde Leo y Tauro encontraron su verdadero zodiaco—
                                convergen
                        en este cuadro de ojos,
cabellos largos como alfalfa llena de lilas
y mis manos acariciando la curva de tus hombros dulces como
           duraznos, o flores violetas,
brotan en ti (toma primera
de un fotógrafo ambulante) y se deslizan hasta tus pechos dulcísimos,
          tus labios
(toma siguiente en una banquita perdida)
como suaves corolas hambrientas se abren dejándome
entrelazar mi lengua a tu lengua durante un instante que tiene
          todo el sabor
de estos primeros años de enamorados
y el fotógrafo ambulante te ha paseado ahora por una Avenida
          de olmos y flores y gente apurada
mientras yo, recogiendo flores pisoteadas,
te contemplo en mi carne
                           y he recuperado tu sonrisa, bellísima
— ¿me das y te enciendo un cigarrillo?—
                          una noche en el “Mochica”
todavía yerba e imprevisible como yo que te hablo, gotas de
          garúa por encima
de las copas, probando que mi tesis
—un último anarquista y una conciencia estética
como nunca la tuvo este país sólo eras tú misma cuando quedas
          como flor de pureza
en mi papel— de una escritura perfectamente
lúcida puede ser esta sonrisa en plena tarde que me retiene como tu propia
          belleza
a la belleza que yo te presento en estos versos:
una conciencia estética sólo puede transformarte en flor agresiva
         y su diferencia
al presente es un mundo aún poco consciente de sí.
No tuvimos diferencias, y el mundo que nos golpeó
hizo que nuestras vidas se estrecharan, .
se comprendieran más de lo que ya se habían comprendido,
una perfecta conjunción sobre este cielo
         donde yo habré desabotonado tu blusa adorada
para acariciarte aquí bajo los faroles de San Marcelo.


III

Saboreé largamente el dulzor de tus labios entreabiertos
y en tu cuerpo como un mar donde cuerpo y mar, mar y toda mi tristeza
se envolvían y distendían suavemente encontré calor,
y caricia, comprensión, palabras tranquilas que salen de una esposa que
         luego ya
de todos estos años termina por comprender finalmente mi propia
                      locura: esta vida
como una obra de música es nuestra propia belleza
y belleza, lucidez que destruye las circunstancias
de su propio mundo hostil es el mejor invento,
y el experimento, la metáfora, el símbolo transformando miseria
           en belleza
                                sobre esta tierra.
El mundo vale por esto: poemas, clases, cuadros tuyos
o míos, y lo otro como quedarse sin trabajo y desesperadamente
            a veces
tratando de ganarse la vida escribiendo tesis eruditas para un
            estudiante obtuso,
o demasiado poco ocupado en cosas como política, o arte,
estos últimos adelantos de la mecánica cuántica, no
existirían sin el sentido de lo que cultivas tan asiduamente
como todo arte admirable en un mundo aún inmaduro para comprendernos.
             Todo esto
es la vida, sin embargo, y el amor
                      es lo que se sobrepone a ti misma,
o en nosotros, antepuestos a un mundo incomprensible y dormido.
El marrón y el lila, toques discretos
y elegantemente combinados a tu cabellera castaña cuando te
           vistes, como ahora,
para pasear en San Marcelo tienen
la propia yerba de estas palabras que muerdes
en un fondo verde y revuelto. Esta callecita
que se pierde como un sendero con hojas crujiendo a nuestro paso
           por entre el parque
de la Exposición, más allá del Museo de Arte,
y con una bellísima fuente llena de faunos y mujeres desnudas
               en cuyos bordes hemos venido
a besarnos tiene un misterio de poesía sólo percibido por nosotros.
Conversábamos de todo esto y lo duro que es vivir
en este tiempo donde sólo el amor es un milagro capaz de sostener
               nuestro mundo
y pienso que la cuestión de pareja es sal en las legumbres del día.
               Sal,
no condimento, ni mucho menos hojarasca
para entrever mejor el sentido actual del futuro
( y no sólo el pasado). Sin embargo en ti mismo está,
como en un jardín que ha empezado a florecer, tu propia liberación
y tu tranquila capacidad para realizar
a esta necesidad no sólo del cuerpo —libre cuando se une a otro cuerpo
en la noche bajo el deseo— que, además, moldea
bellamente a su época como una arquitectura de vidrio sobre columnas de acero,
allí estás tú, y allí estamos, flor en las manos,
este libro como un amor que nos ha liberado
a ti y a mi de aquello que vuelve a caer
como hoja marchita
                                en el fondo del estanque
donde nos abrazamos.
¿Qué más podré agregar a esta cuestión en que una liberación
            sólo puede provenir
de ti misma, y en donde tú misma debes entenderte como centro
            de un universo
complementado a la obra en común, marido y mujer,
luchar por cosas aún posible y bellas?
Te he lanzado mis brazos a tu cintura para arrancarte del otoño,
            y tú juegas con mis cabellos encrespados
como con un racimo de uvas, estos versos
palpando tus caderas poderosísimas ahora en la madrugada de
            Lima cuando sabemos
que un colectivo nunca ha podido tener dos timones que partan
            en direcciones opuestas
y estas palabras son flores en tus dulces cabellos,
tus senos arden bajo mis labios, últimos compases
de un Concerto para címbalo donde esta madrugada,
                 mañana, antes, y siempre
habrá nacido como todo en nosotros mismos.

***
Enrique Verástegui (Lima, 1950-2018) Splendor. Epístemología y épica de la complejidad. Ciudad de México: Kodama Cartonera, 2013.

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