jueves, 26 de julio de 2018

reynaldo jiménez / flama











La telaraña inhóspita del yo recuerdo.
¿Es un lugar común? Es una pita.
Hilacha que se conjuga con fuga.
Mirar que dispensa en ácida dulzura.

Decirte toda la verdad perdido juicio sería.
Tino me sobra y supura por los pocos poros.
Distingo apenas cortinado de párpado.
Me comen los pensátiles dispendioses.

No tengo objeto sino el sujeto giratorio.
Dóblome en edad de aquel que habito.
Pero persigo el signo espatulado, añico.

Ahí te veo. Ahí te espero. Ahí disuelvo,
insegurísimo y ligero. Ahí ahí te conocí.
Una tarde que del futuro volvía.

*

¿De qué habla, doña tripa? Si su roña
es la vida buscarse. Su pitia se quema
tras el apuro de la suerte predilecta.
La suertera canturrea ya lo fui.

La parca partera de extranjero acento.
Alguna muesca se cuece en la vitrina,
a vuelta de cada esquina al día dada.
Sustraída la mirada de aquella niña

metida al mar de sus silenciosas.
Nunca sino destello vivo, la vida linda
para descanso de batallas antiguas.

Contigo empieza el día. Contigo el día
llega a ser. La primavera entregada
al otoño se cumple en tu pupila.

*

Es día solo junto a la hoguera. De pronto
te he visto en la mirada. Y no es que entienda
nada, ni un alga de allá, en tu riada,
mientras se salta la risa que nada ataja.

Abres la palma y la semilla diseminas.
Pero la sílaba al salir de tu mirada era
vívida y ardía y venía en calma. El biombo
de fondo negro con los nácares astrales

se derrite, se consume, es una vela, toda
la noche en vela, y la secreta sonrisa,
primera luciérnaga encendida por el mirar.

Porque así como asimila una semilla,
asperja la curiosa luz que te encuentra.
Y te descubre despierta, contigo vibra.

*

Fibrila el horizonte y se hace cuerpo.
Los pajareros del parloteo certeros.
Iridiscencia tu ojo que se funde.
O duración en la pelambre contraluz.

Sólido el acto en que me vierto.
Y te comento la osadía de observarte.
Lleva siglos que nos vemos a los ojos.
La guirnalda, el entrelazo, los collares.

La penumbra con que vienes a escuchar.
Y la lúnula que nunca deja de alumbrarte.
Lo paridor estaría en el roce, vida mía.

Y no consigo sino perder el tiempo.
Y ya sabes, sin conciliarlo, es fresca
locura, cruda ternura contra un oleaje.

*

Las hojas nuncias de aniversarios,
nadie las fija, van con el suelo.
Indómitas nubes siguen la corriente.
A solas en casa de todas las cosas.

Hablan de vos pero me tratan de tú
y traen este presente que nos regala,
quién sabe quién, vida mía que vibras
en la fibra serpentina luz.

Aferrar es a tu lumbre y hambre
mediterráneo como carnero a roca.
No es de pronto que se va miedo

pero se lía al papelito de fumar.
Esta conciencia es coincidir,
amada más acá de cualquier mente.

*

Son palabras de errático
resplandor las que me llevan
al interregno que se juega la voz,
sale nuestro adentro enamorado

hacia centro dispar con acedía
o acceso inoculto que se precie
de ser rocío, disperso manto
de temor si merodea y nos parece

por el apuro complicar la oración
del unísono pálpito, infinita
dulzura infrazul y en el medio

de la camita (estás tú)
que si crujimos cruje. No
empezó aún este presente.

***
Reynaldo Jiménez (Lima, 1959)

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