domingo, 22 de julio de 2018

stella díaz varín / ven de la luz hijo









Que te ciegue la luz hijo.
Ven de la luz;
Desde donde la pupila sueña
y vuelve atormentada,
como un escombro vivo,
como especie de flor, como pájaro.
Carbón de viscera terrestre,
así como viscera de Árbol.

Deja que se ensañe la luz, hijo.
Desciende como los antiguos ángeles,
como los malos discípulos,
ardiendo en su pasión, desheredados.
Así como las fieras, hijo.
Incomprendidas del río, intocadas absolutas, tristes.

Ese será el día—
—presentimiento que no quise,
tú sabes, los conoces—
que tomaré la forma deseada.

Ojo de estiércol, húmedo; Aprisionaré tu llama,
tu superficie extraceleste
tu mirada de centro obscuro, tu trigal;
la tibia voluntad de tu piel me ayudará y seremos.

Nunca antes pudimos.
Yo era como esas pequeñas fuentes secas.

Desciende, hijo, de la luz;
avisora el espacio, avisora el horizonte.
La curva que deja el corazón de un muerto,
la mano que se esconde,
la mano que nadie quiso acariciar.

Seremos.
Tú y yo venidos
irremisiblemente;
imidos como dos tallos jóvenes aún;
Queriendo apenas lo que no se nos dio.
Amando
lo que la luz aconseja:
el vértigo, la hondonada, el silencio,
el color de las piedras;
tantas cosas simples y distintas.
Llegaremos a amar la contextura de Dios
tan difusa;
tan perfecta como tus pequeños ídolos.
La madera de Dios tan bella y roja
como el corazón de los árboles.
Tan bella y roja
como el corazón del veneno.
Que te ciegue la luz, hijo.
Que te atormente.
Ven de la luz, inúndate;
Ten la luz y desmiente la tiniebla.
Ven hijo, arrodíllate.
Cree en los amaneceres.
En la luz son más bellos los ojos de Dios.

***
Stella Díaz Varín (La Serena, 1926-Santiago de Chile, 2006)

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