¿No te he visto en verdad nunca? Mi pecho
está apesadumbrado por ti como por un comienzo
muy grave que se aplaza. ¿Cómo empezaría
a invocarte, a ti, que estás muerto, tú, a gusto,
apasionadamente muerto? ¿Te alivió eso tanto
como creías, o estaba el renunciar ya a la vida
todavía lejos del estar muerto?
Te figurabas poseer mejor allí donde
no se da valor a la posesión. Te pareció
que en el allende estarías siempre dentro, en el paisaje,
que aquí, como una imagen, se te escapaba siempre,
y desde el interior llegarías a la amada vibrante y poderoso.
Ojalá que ahora el desengaño no vaya unido
largo tiempo a tu juvenil error.
Que tú, disuelto en un largo caudal de tristeza,
y arrebatado, sólo a medias consciente,
en el movimiento en torno de lejanos astros,
encuentres la alegría que distante de aquí
trasladaste a la muerte de tus sueños.
Qué cerca, oh amigo, estuviste aquí de ella.
Qué hogareña estaba aquí la que tú anhelabas,
la seria alegría de tu severa nostalgia.
Si tú, desilusionado de dicha y desdicha,
horadabas en ti y fatigado subías
a la superficie con una visión
bajo el peso casi frágil de tu oscuro hallazgo:
entonces la llevabas, llevabas la alegría
que no reconociste, llevabas la carga
de tu pequeño salvador a través
de tu sangre y la pasaste a la otra orilla.
¿Por qué no esperaste a que lo pesado
se hiciese insoportable? Entonces se invierte
y es grave porque es auténtico. Ves,
esto fue quizá tu instante más cercano;
se acercaba tal vez ante tu puerta,
la corona en el pelo, cuando tú de un portazo la cerraste.
Oh, ese golpe, cómo va por el cosmos,
cuando, igual donde, al filo de la rígida corriente de aire
de la impaciencia cae algo abierto bajo cerrojo.
¿Quién puede jurar que en la tierra un salto
no pasa a través de simiente sana?
¿Quién indagó si en mansos animales
no late lascivo placer de matar cuando ese
tirón enciende un relámpago en su cerebro?
¿Quién no conoce la influencia que salta
de nuestro obrar a la próxima cumbre
y quién le acompaña allí, a donde todo conduce?
¡Qué se diga de ti que has destruido,
qué eternamente tenga que decirse!
Y aun cuando irrumpa un héroe, que el sentido
que tomamos por rostro de las cosas,
arranque como un disfraz, y con furia
nos muestre rostros, cuyos ojos mudos
nos sigan mirando por simulados orificios:
eso que tú has destruido, eso es como un rostro
incapaz de cambio. Bloques yacían sueltos por el suelo,
y en el aire en torno había ya el ritmo
de un edificio apenas ocultable;
tú los rodeabas y no veías su orden,
uno te tapaba al otro, y cada uno
te parecía echar raíces cuando
al pasar por delante, con menguada confianza,
intentabas alzarlo. Y en la desesperación
los alzaste todos. Pero tan sólo
para arrojarlos de nuevo en la cantera abierta,
en la que, dilatados por tu corazón,
ya no cabían. Si una mujer hubiese
puesto su mano leve sobre el comienzo
todavía tierno de esa ira, si alguien
que estuviese atareado, atareado en lo más íntimo,
se acercara a ti en silencio, cuando tú, mudo, saliste
a consumar la acción; si hubiese guiado tan sólo
tus pasos a una herrería despierta, en que los hombres
hacen sonar los yunques, donde el día
llanamente se cumple; si en tu mirada llena
hubiera habido tan sólo el espacio suficiente para albergar
la imagen del escarabajo y sus fatigas,
entonces hubieras tenido la clarividencia
para leer la escritura, cuyos signos
desde la infancia habías grabado lentamente en ti,
intentando de tiempo en tiempo formar con ellos
una frase: y te parecía siempre sin sentido.
Lo sé, lo sé: Tú te tendías allí palpando
las ranuras igual que si palparas
la inscripción de una tumba. Cualquier cosa
te parecía arder, la tomabas por antorcha
iluminando ese renglón, mas la llama se extinguía
antes que lo abarcaras, quizá con tu aliento,
quizá por el temblor de tu mano, acaso
por sí sola, como a menudo se extinguen las llamas.
Nunca lo has leído. Pero nosotros no osamos leer
a través del dolor y desde lejos.
Nosotros sólo vemos los poemas que aún
sobre el declinar de tu sentimiento
llevan las palabras que tú elegiste. No,
no todas las elegiste tú. A veces era un comienzo
que se te imponía como un todo, y lo repetías
como si fuera un mensaje. Y te parecía triste.
¡Si de ti mismo lo hubieras oído!
Tu ángel lo recita aún ahora, acentuando
el mismo texto de otro modo, y en mí rompe
el júbilo por esa manera de decirlo,
el júbilo sobre ti; pues era tuyo:
¡Qué todo lo placentero cayese de ti,
y que viéndolo hayas reconocido
la renuncia, y en la muerte tu progreso!
Eso era tuyo, oh tú, artista, estas tres
formas abiertas. Mira, he aquí el vaciado
de la primera: espacio en torno a tu sentimiento;
y de aquella segunda te esculpo el contemplar
que nada apetece, el contemplar del gran artista,
y en la tercera, la que tu mismo muy temprano
quebraste, cuando apenas entraba el próximo chorro
de temblante lava de tu corazón al rojo –,
fue una muerte formada por un buen trabajo
en bajo relieve, aquella muerte propia
que tanto nos necesita, porque la vivimos,
y en la que en ningún sitio estaremos tan cerca como aquí.
Todo esto fue tu bien y tu amistad;
a menudo lo habías presentido; mas luego
te espantó la oquedad de aquellas formas,
quisiste hacer presa en ellas y sacaste el vacío,
y te quejaste. Oh antigua maldición de los poetas,
que se lamentan en lugar de dejar oír su voz,
que siempre opinan sobre el sentimiento
en vez de configurarlo, que siempre creen
que lo que en ellos es triste o alegre
lo sabían y les era dado deplorarlo
o celebrarlo en el poema. Como enfermos
se valen quejumbrosos del idioma
para señalar donde les duele
en vez de transformarse implacables en palabras,
como el cantero de una catedral, que tenaz
se identifica con la impasibilidad de la piedra.
Eso era la salvación. Si una vez hubieras
visto cómo el destino se adentra en los versos
y allí se asienta, cómo se hace figura en su interior,
y nada más que figura, a la manera de un antepasado
que en el marco, cuando levantas hacia él la vista,
tiene y no tiene contigo parecido –:
si hubieras perseverado.
Pero es de poca monta
pensar lo que no fue. En la comparación hay también
un vislumbre de reproche que a ti no te toca.
Lo que sucede lleva tal adelanto
a nuestro juicio que siempre nos deja atrás,
y jamás sabremos cómo realmente apareció.
No sientas vergüenza de que te rocen los muertos,
de aquellos muertos que perseveraron
hasta el fin (¿Qué quiere decir fin?).
Cambia tranquilo la mirada con ellos, como
es uso, y no temas que a ti nuestra tristeza
te abrume en exceso y llames entre ellos la atención.
Las grandes palabras, pronunciadas en los tiempos
cuando el suceder era aún visible ya no nos pertenecen.
¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.
***
Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-Montreux, 1926)
Antología poética. Madrid: Espasa, 2016.
Versión de Jaime Ferrero
/
Requiem für Wolf Graf von Kalckreuth
Sah ich dich wirklich nie? Mir ist das Herz
so schwer von dir wie von zu schwerem Anfang,
den man hinausschiebt. Dass ich dich begänne
zu sagen, Toter der du bist; du gerne,
du leidenschaftlich Toter. War das so
erleichternd wie du meintest, oder war
das Nichtmehrleben doch noch weit vom Totsein?
Du wähntest, besser zu besitzen dort,
wo keiner Wert legt auf Besitz. Dir schien,
dort drüben wärst du innen in der Landschaft,
die wie ein Bild hier immer vor dir zuging,
und kämst von innen her in die Geliebte
und gingest hin durch alles, stark und schwingend.
O dass du nun die Täuschung nicht zu lang
nachtrügest deinem knabenhaften Irrtum.
Dass du, gelöst in einer Strömung Wehmut
und hingerissen, halb nur bei Bewusstsein,
in der Bewegung um die fernen Sterne
die Freude fändest, die du von hier fort
verlegt hast in das Totsein deiner Träume.
Wie nahe warst du, Lieber, hier an ihr.
Wie war sie hier zuhaus, die, die du meintest,
die ernste Freude deiner strengen Sehnsucht.
Wenn du, enttäuscht von Glücklichsein und Unglück,
dich in dich wühltest und mit einer Einsicht
mühsam heraufkamst, unter dem Gewicht
beinah zerbrechend deines dunkeln Fundes:
da trugst du sie, sie, die du nicht erkannt hast,
die Freude trugst du, deines kleinen Heilands
Last trugst du durch dein Blut und holtest über.
Was hast du nicht gewartet, dass die Schwere
ganz unerträglich wird da schlägt sie um
und ist so schwer, weil sie so echt ist. Siehst du,
dies war vielleicht dein nächster Augenblick;
er rückte sich vielleicht vor deiner Tür
den Kranz im Haar zurecht, da du sie zuwarfst.
O dieser Schlag, wie geht er durch das Weltall,
wenn irgendwo vom harten scharfen Zugwind
der Ungeduld ein Offenes ins Schloß fällt.
Wer kann beschwören, dass nicht in der Erde
ein Sprung sich hinzieht durch gesunde Samen;
wer hat erforscht, ob in gezähmten Tieren
nicht eine Lust zu töten geilig aufzuckt,
wenn dieser Ruck ein Blitzlicht in ihr Hirn wirft.
Wer kennt den Einfluss, der von unserm Handeln
hinüberspringt in eine nahe Spitze,
und wer begleitet ihn, wo alles leitet?
Dass du zerstört hast. Dass man dies von dir
wird sagen müssen bis in alle Zeiten.
Und wenn ein Held bevorsteht, der den Sinn,
den wir für das Gesicht der Dinge nehmen,
wie eine Maske abreißt und uns rasend
Gesichter aufdeckt, deren Augen längst
uns lautlos durch verstellte Löcher anschaun:
dies ist Gesicht und wird sich nicht verwandeln:
dass du zerstört hast. Blöcke lagen da,
und in der Luft um sie war schon der Rhythmus
von einem Bauwerk, kaum mehr zu verhalten;
du gingst herum und sahst nicht ihre Ordnung,
einer verdeckte dir den andern; jeder
schien dir zu wurzeln, wenn du im Vorbeigehn
an ihm versuchtest, ohne rechtes Zutraun,
dass du ihn hübest. Und du hobst sie alle
in der Verzweiflung, aber nur, um sie
zurückzuschleudern in den klaffen Steinbruch,
in den sie, ausgedehnt von deinem Herzen,
nicht mehr hineingehn. Hätte eine Frau
die leichte Hand gelegt auf dieses Zornes
noch zarten Anfang; wäre einer, der
beschäftigt war, im Innersten beschäftigt,
dir still begegnet, da du stumm hinausgingst,
die Tat zu tun -; ja hätte nur dein Weg
vorbeigeführt an einer wachen Werkstatt,
wo Männer hämmern, wo der Tag sich schlicht
verwirklicht; wär in deinem vollen Blick
nur so viel Raum gewesen, dass das Abbild
von einem Käfer, der sich müht, hineinging,
du hättest jäh bei einem hellen Einsehn
die Schrift gelesen, deren Zeichen du
seit deiner Kindheit langsam in dich eingrubst,
von Zeit zu Zeit versuchend, ob ein Satz
dabei sich bilde: ach, er schien dir sinnlos.
Ich weiß; ich weiß: du lagst davor und griffst
die Rillen ab, wie man auf einem Grabstein
die Inschrift abfühlt. Was dir irgend licht
zu brennen schien, das hieltest du als Leuchte
vor diese Zeile; doch die Flamme losch
eh du begriffst, vielleicht von deinem Atem,
vielleicht vom Zittern deiner Hand; vielleicht
auch ganz von selbst, wie Flammen manchmal ausgehn.
Du lasest's nie. Wir aber wagen nicht,
zu lesen durch den Schmerz und aus der Ferne.
Nur den Gedichten sehn wir zu, die noch
über die Neigung deines Fühlens abwärts
die Worte tragen, die du wähltest. Nein,
nicht alle wähltest du; oft ward ein Anfang
dir auferlegt als Ganzes, den du nachsprachst
wie einen Auftrag. Und er schien dir traurig.
Ach hättest du ihn nie von dir gehört.
Dein Engel lautet jetzt noch und betont
denselben Wortlaut anders, und mir bricht
der Jubel aus bei seiner Art zu sagen,
der Jubel über dich: denn dies war dein:
Dass jedes Liebe wieder von dir abfiel,
dass du im Sehendwerden den Verzicht
erkannt hast und im Tode deinen Fortschritt.
Dieses war dein, du, Künstler; diese drei
offenen Formen. Sieh, hier ist der Ausguss
der ersten: Raum um dein Gefühl; und da
aus jener zweiten schlag ich dir das Anschaun
das nichts begehrt, des großen Künstlers Anschaun;
und in der dritten, die du selbst zu früh
zerbrochen hast, da kaum der erste Schuss
bebender Speise aus des Herzens Weißglut
hineinfuhr -, war ein Tod von guter Arbeit
vertieft gebildet, jener eigne Tod,
der uns so nötig hat, weil wir ihn leben.
und dem wir nirgends naher sind als hier.
Dies alles war dein Gut und deine Freundschaft;
du hast es oft geahnt; dann aber hat
das Hohle jener Formen dich geschreckt,
du griffst hinein und schöpftest Leere
und beklagtest dich. - O alter Fluch der Dichter,
die sich beklagen, wo sie sagen sollten,
die immer urteiln über ihr Gefühl
statt es zu bilden; die noch immer meinen,
was traurig ist in ihnen oder froh,
das wüssten sie und dürftens im Gedicht
bedauern oder rühmen. Wie die Kranken
gebrauchen sie die Sprache voller Wehleid,
um zu beschreiben, wo es ihnen wehtut,
statt hart sich in die Worte zu verwandeln,
wie sich der Steinmetz einer Kathedrale
verbissen umsetzt in des Steines Gleichmut.
Dies war die Rettung. Hättest du nur ein Mal
gesehn, wie Schicksal in die Verse eingeht
und nicht zurückkommt, wie es drinnen Bild wird
und nichts als Bild, nicht anders als ein Ahnherr,
der dir im Rahmen, wenn du manchmal aufsiehst,
zu gleichen scheint und wieder nicht zu gleichen -:
du hattest ausgeharrt.
Doch dies ist kleinlich,
zu denken, was nicht war. Auch ist ein Schein
von Vorwurf im Vergleich, der dich nicht trifft.
Das, was geschieht, hat einen solchen Vorsprung
vor unserm Meinen, dass wirs niemals einholn
und nie erfahren, wie es wirklich aussah.
Sei nicht beschämt, wenn dich die Toten streifen,
die andern Toten, welche bis ans Ende
aushielten. (Was will Ende sagen?) Tausche
den Blick mit ihnen, ruhig, wie es Brauch ist,
und fürchte nicht, dass unser Trauern dich
seltsam belädt, so dass du ihnen auffällst.
Die großen Worte aus den Zeiten, da
Geschehn noch sichtbar war, sind nicht für uns.
Wer spricht von Siegen? Überstehn ist alles.