jueves, 4 de mayo de 2017

lucy oporto / la humanidad nadificante










Los fragmentos silenciosos no cruzan la línea. No pesan. No pesan. Por eso, la interioridad de las cosas se desvanece en el extrañamiento. Y el mutismo se cierra como una luz sagrada y sangrienta.

Las puertas más estrechas se cierran tras el cruce vertiginoso. Y el relieve se torna transparente e inhumano, como si la multitud despeñada y sombría de los mundos cesara.

Siento el dolor de la deformidad en el descenso, como si mi cuerpo no fuese más que una mancha en medio de imágenes partidas, descerebradas: sin nombre, ni fuego.

No ceso. Mas la distancia se agolpa en mi frente, como una luz ácida y reptante. Los otros códigos, anhelos y estados, devienen incomprensibles y vanos. Es la señal del desprendimiento último, de una soledad ulcerada como las cosas. Y sólo mi incompatibilidad con la vida y la naturaleza ha de permanecer en la criba, a modo de residuo. Pues la música de esos lenguajes vitales pareciera trasuntar la perturbación de inhumanas fuerzas, como en una venganza silenciosa y vacía: una explosión, un grito esbozado por bocas esparcidas, una maraña de sangre entre amores falsos.

Vida. Naturaleza. Creación. Fe. Esperanza. Amor.

Adulteraciones.

Mis ojos sólo oyen el crujido de la morada carcomida de liendres y escupitajos: animales serviles ante una fuerza ciega, cuyo núcleo se ha desintegrado. La vida se reproduce a sí misma con la pesada desazón de un mecanismo espurio y abandonado, petrificado como la milenaria luz de los astros muertos. Y la vida humana es la mueca sombría de ese mecanismo roto, la burla, la renuncia y el silencio de los dioses tarados.

Humanidad. Naturaleza. Dios. Nociones angulares de la podredumbre. La farsa continúa, en virtud de un dolor residual, frío y transparente, como una joya olvidada o una lucidez sin espíritu. Ciego, como la larga luz esclerótica de las estrellas desterradas.

Demasiadas calcinaciones sin destino. Demasiados dioses despeñados. Demasiada esperanza y fe en la Vida suicidada. Los ejes se partieron mucho antes de que la desesperación fuese el único rostro humano.

La deformidad vulnera las ilusiones acerca de un mecanismo muerto. Pues los signos vitales y la capacidad reproductiva humana son el asco de la Nada: sólo un montón de desperdicios apareados. La peste, la ruina de todo lo sublime.

***
Lucy Oporto (Viña del Mar, 1966)








La inteligencia se acrecienta en la nada.
Valparaíso
Ediciones Inubicalistas, 2016.
184pp.

Fotografía: archivo autora.

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