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El 11 de diciembre de 2025, la comparecencia infinita terminó su fase de actualizaciones diarias. Agradecemos a todxs lxs lectorxs e colaboradorxs. Sin su apoyo no habría seguido adelante este proyecto que nació en abril de 2017 y que vivió un período de inactividad desde el 12 de diciembre de 2018 hasta el 10 de febrero de 2020. Este año homenajeamos también a Jorge Aulicino, escritor y poeta argentino que nos ha dejado el pasado julio, sin el cual no habríamos llegado al formato de actualizaciones diarias. La siguiente fase de la comparecencia infinita será de actualizaciones inusitadas, destellos e intermitencias en la bandeja de correo de cientos de suscriptorxs y de miles de lectorxs. A lxs colaboradorxs pedimos que sigan enviando material, será, como siempre, bien recibido. Volveremos, pero a pequeñas dosis esporádicas. Hasta cuando sea, gracias totales.

domingo, 15 de junio de 2025

tal nitzán / rincón (monólogo de un viejo guía de museo)










Y ésta, la última obra del recorrido, tal vez
les provoque cierta leve incomodidad: el prurito
que acompaña el goce del terror y la masacre.
Quién puede negar, no obstante,
la enorme contribución del arte de la guerra
al arte pictórico, qué pobre habría resultado sin Waterloo,
Stalingrado, las guerras púnicas, el sitio de París,
la conquista de Jericó y todas sus hermanas, alegóricas
pero no menos crueles. Henchidos músculos y estandartes,
las armas en ristre y caballos con las patas alzadas
en pro de la perspectiva, el arco de gestos
que va del coraje al pánico, las mil tonalidades
del púrpura, la metralla que hiende una nube,
aquí y allá rubios querubines que contemplan el horror,
destellos sobre el metal, conflagración y llamas — y ahora,
por favor, dirijan sus miradas hacia ese rincón, abajo,
hacia esa mujer con las ropas desgarradas
que se abraza a un bebé,
que tal vez fue bocetada de manera apurada
pues retrasaba al artista, deseoso de concluir,
de delinear su firma, así como ustedes ansían
visitar ya mismo la cafetería. Concédanle un minuto:
el bebé aún vive, extiende sus brazos
regordetes. No sobrevivirá.
Tampoco la madre.
Nadie en este cuadro sobrevivirá ni se despedirá
del mundo en su pacífico lecho. La mujer lo sabe.
Sus piernas huyen, como si hubiera intentado
escapar del marco y arrancarse del cuadro
pero su cabeza torna hacia atrás a pesar suyo
y su mirada se vuelve hacia la orgía del espanto,
su boca, horror
que entre los alaridos de los hombres se pierde.
Y aunque tal vez no forme parte de mis funciones
he pasado tanto tiempo en su compañía
(a veces, ya cerrado el museo, regreso a casa
despacioso, caminando a lo largo del río,
siento que su espíritu flota junto a mí,
la lluvia moja sus harapos, su grito congelado —)
al punto tal que no puedo sino preguntarme
qué habría sucedido, qué forma tendría el mundo
si se hubiese trasladado la figura
desde un rincón al centro de la imagen,
si le hubiesen otorgado a ella y no a ellos...
Perdón, disculpas, nuestro tiempo concluye.
Gracias por la atención, tengan todos
una excelente noche. Pueden depositar
sus propinas en aquel sobre.

***
Tal Nitzán (Tel Aviv, 1960)
Versión de Gerardo Lewin
Fotografía de Iris Nesher

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