jueves, 1 de febrero de 2018

ted hughes / alas



I
                                                                  El señor Sartre medita sobre asuntos
                                                                                           de actualidad

     Encogido, en la enorme ala rota de su sombra,
recrea el mundo en el interior de su cráneo, como el espectro de una flor.

     Sus ojos son prisioneros del hecho
de que sus manos se han convertido en moscas.

     Con sonrisas calaverales, las poblaciones de la tierra
deambulan entre tumbas, como el hoguera apagada por la lluvia.

     Bosteza, ladeando un ojo extinto
hacia la mosca dormida en la tulipa.

     Pero su corazón sigue impertérrito...

     El pólipo fragmentador de cráneos de su cerebro, sobre su diminuta raíz,
se cierne irónico sobre él:

los ángeles, susurra, son metáforas, a imagen del hombre,
para diversión de la amiba.

     Sigue sentado en la estancia doblemente oscura,
meditando en la raya carroñófaga.

     Y en sus alas, leves, blancas, como de ángel,
y en los labios cupídicos del vientre nefasto.

     Y en el mar, esta lengua en su oreja, lamiendo la última página.

* * * * *


II
                                                                 Kafka escribe

     Y él es un búho
es un búho, «hombre», tatuado en el sobaco
bajo el ala rota
(aturdido por la luz cayó aquí mismo)
bajo el ala rota de inmensa sombra que se agita sobre el suelo.

     Un hombre de impotentes plumas.

* * * * *

III
                                                                 Einstein toca a Bach

     Y cayó finalmente. Y la gran ala en trizas
de sombra sobre el suelo.
Su memoria eleva cuanto recuerda
de ambos mundos, y unas pocas palabras.

     La fatigada máscara de arrugas, los ojos de luto,
la tristeza del mono en su jaula.
Estrella que mira estrellas a través de las paredes
de una jaula llena de nada.

     Y ninguna perdiz cae
de la nube. Ni maná
para ángeles.
Sólo la columna de fuego contrae su fuerza en una mota estelar.

     Ahora el sargazo de un solo grano de arena
sería más dulce que un arroyo roquero
e a una boca
hendida por vapores estelares.

Un petirrojo le vio andar...  ¡Emocionantel
Pero las lágrimas casi vertidas fuéronse,
una nube grande como su mano,
una corona arrugada de relámpagos que no encontraban la tierra.

     Se inclina, orante, sobre música, como sobre un pozo.
Pero es el calderón del átomo.
Y es el ojo de Dios en el tifón.
Es un horno, rugiente de llamas.

     Es una cuenca quemada y sin fondo
llena de moscas
en fugas
y reza

«¡Madre! ¡Madre!
                                    Oh madre

mándame amor.»

                                    Pero las moscas
las moscas se elevan en nube.

***
Ted Hughes (Mytholmroyd, 1930-Londres, 1998) Antología poética. Madrid: Plaza y Janés, 1971.
Versión de Jesús Pardo.

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