viernes, 16 de febrero de 2018

roberto ibáñez ricouz / último bombazo




Las explosiones lo resuelven todo
algún desajuste en las moléculas del aire
el paso del tiempo: de sur a norte
las estelas de humo que van nadando en el cielo.
Las explosiones pueden resolverlo todo
las monedas a la baja, las abejas que dejaron
de producir miel o cera para prender los ánimos.

Las explosiones sirven para todo: para perder dedos
o metafóricamente hablando, claro, perder la cabeza.

Los basureros desaparecen lentamente
y la ciudad va mutando formas para combatir fuego enemigo.
La ilusión del todos a salvo va estrechándose cada vez más
con recomendación de rejas, alambres de púas, cercos eléctricos:
las hojas secas que caen al parque podrían contener serias infecciones
transmisiones o pulsares, ondas eléctricas, energía eólica,
solar amarillo que se extingue: cualquier voltio, una chispa
y todo estalla pues las explosiones sirven para todo.

Gran excusa para tenderse en la cama
si cuatro niños pierden un ojo, ¿cuán lejos estamos de aquello?
Puede que llegue el día de mirarse al espejo y decir con asombro:
¡Vaya! Me falta un ojo, ¿dónde habrá quedado?
Y este brazo del demonio, ¿dónde se quebró?
Las piernas incompletas, la piel volcánica, ¿cuándo ocurrió todo esto?
Será, acaso, algún mal interior que me anda por las tripas.

No falta mucho, los relojes avanzan implacables.
Ninguna velocidad los reduce ahora, excepto el afilado inicio de
una mecha, ya sabes,
las explosiones lo solucionan todo,
alguna estadística funeraria o corbata mal atada
cruzada por un solo extremo o desatendiendo la seda
alguna tela más económica.
Entonces estalla y todo puede volver a ser como un día de este a oeste,
el sol elevándose tras la cordillera yendo a la desaparición marítima
la armonía de las cosas naturales: las casas gigantes a un lado
y las casas casas al otro: de costa a altura todo desplazamiento,
prestar servicios higiénicos, vaciar basureros, vaciarse los dedos
observar bien antes de vaciar cualquier recipiente
la comida fría puede transportar alucinógenos terribles
horas de poco equilibrio, hojas verdes y cogollos.
El muchacho de quince años puede hacerte estallar
o devorarte los dedos. ¡¿Cómo has de tomar la escoba?!

Mejor es quedarse tendido en la cama
-piensas- cerrar todo vínculo, dejar aquello de los paseos
-piensas- la situaciones delicadas no hacen más que estallar,
de un lado u otro podrían caerte cinco dedos en la nuca,
de un lado u otro no importa tanto: en algún momento alguien te toca
la espalda diciéndote “oye, qué bella bomba llevas a cuestas”,
“oye, qué bello momento, podríamos perpetuarlo”
y la cara no te la saca nadie cuando te das vuelta
y sabes que la única explosión sucede en términos lejanos:
cuando has perdido dos dedos no te das cuenta hasta que amaneces
bello, bello día, en un hospital público de cualquier lugar, en cualquier televisor.

***
Roberto Ibáñez Ricouz (Neuquén, 1993)

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