martes, 2 de enero de 2018

carlos cardani parra / de caldo de cardán











Sagárnaga

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En los mercados de esta ciudad se compra en aymara, en quechua.
Y los hoteles son los únicos que han guardado el nombre de los dioses-

En la Sagárnaga los vendedores han aprendido inglés
Las farmacias ponen sus carteles en hebreo, en alemán
Y todo el Barrio de las Brujas es una pequeña Babel con el esperanto a medias
Con las señas que entiende cualquier mesero del mundo
El valor de las cosas según cuántos dedos muestre la chiflera
Mientras los extranjeros esperan que les pregunten
Do you need something?

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Desde una azotea en Munaipata

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Trozos de ciudad tapados por las nybes
La Zona Sur despejada, el resto de La Paz esperando lluvia
Y en el fondo cerros negros que luego palidecen
Matices de colores según la posición del Sol
Por el movimiento silente que avanza y deforma las nubes
El viento cambia todo y la ciudad entera se muda de estación
Entonces la fotografía que mañana tomarás aquí mismo a esta hora
Será totalmente distinta a la que tomes hoy

El paisaje de este cielo nunca más se volverá a repetir

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Casa de la Democracia

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El edificio sigue en pie tal como el partido en los libros de historia. Sin vidrios en las ventanas, con balcones que se oxidan sin que nadie se asome a mirar desde ellos la avenida, la pintura cayéndose un tanto a cada lluvia, dejando el hormigón como pequeñas pecas que pronto ocuparán toda la fachada. Y por dentro, se intuye ese vacío de haber sido saqueada hasta el último clavo. Seis pisos en pleno centro paceño, que los cleferos y mendigos toman por techo al frío, y salón de baile para hacer fiestas de vez en cuando.

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El cóndor pasa

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Para el cóndor las ciudades son lugares donde no se puede volar
Mejor alejarse de los fusiles que apuntan a todo lo que no entienden
Y hacen bajar cada cosa que no pueden tocar desde la tierra

Nunca dejará de haber carroña sobre el altiplano
En una tierra llena de colmillos
                                      siempre hay presas que encontrarán la muerte
El cóndor sabe que las fauces empapadas de sangre se sacian pronto
Es cosa de que se llenen el estómago las bestias, el de sus crías y se van
Mientras él hace la espera del centinela desde el cielo
Una guardia de rondín hecha círculos perfectos
Y cuando el titán de las aves aterrice cerca del cuerpo mutilado
Seguirá con las alas extendidas como un ángel
                                            recién expulsado del Paraíso
Dando torpes pasos sobre el suelo, ebrio de sí mismo

Estas garras están hechas para despedazar pieles y carne
Pero son inútiles cuando tocan tierra.

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Llamo a Chile sólo a veces
Sé que lo único que importa es que escuchen mi voz como señal de vida
Y diga algo para responder a las visitas a la hora del té
¿Cuándo vuelves? Es el motivo por el que no llamo seguido
Y respondo con seguridad no sé, no creo que luego
Como si realmente tuviera algo que hacer, en vez de decir para qué
Y claro, doy palabras de amor, de familia
Del deseo real de vernos una vez más antes de morir

Santiago sigue siendo tan sólo la voz de mi padre al teléfono

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Raya

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Borra, tacha el mal verso hasta que desaparezca
Que nadie lo vuelva a leer, menos tú
Pero no arranques la hoja
Déjala
Que se quede ahí como animita en la carretera
En memoria de quien tuvo la culpa del accidente

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Encerrado en Villa Copacabana pude haber leído, escrito tanto
Pero no lo hice
Trato de volver, escribir lo de ese tiempo
Lo hago, y no recuerdo en qué pensaba
En el hambre, de seguro en el hambre
Y en Chile, que es lo mismo.

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Carlos Cardani Parra (Santiago de Chile, 1985) Caldo de Cardán. Santiago de Chile: Libros del Perro Negro/Tata Santiago, 2013.

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