sábado, 19 de marzo de 2022

rosmarie waldrop / prólogo









Dos voces

Dos voces en la página. ¿O es una? Girando ahora sobre ellas, de vuelta a fibra y hoja, ahora ramificándose en secuencia, consecuencia, proyectos de obras públicas o discordia. Ahora tocándose, atrapadas ahora en los marcos de un cuadro sin diálogo. Ambas vacilantes, como si estuvieran estudiando viejas inscripciones, cuando tal vez el muro se desmorona, los circuitos rotos, las páginas se vuelan por una tonta caída.

Incluso si voces luchan en la página, su influencia en el aire es parte de su definición. En una obra de teatro, por ejemplo, las frases serían explicadas por sus ubicaciones en el escenario. No le preguntaríamos a una actriz qué angustias añaden sus líneas. Ella no se preocuparía por lo que su voz toca, dejaría que se derramara sobre la audiencia, apuntando más allá de los pliegues de la cortina, al punto en la distancia conocido como significado de la obra.

La diferencia de nuestro sexo, dice una voz, nos salva de la humillación. Me hace temblar, dice la otra. Tu voz deja caer piedras en sensaciones para sentir sus profundidades. Entonces el calor se vuelve guerra. Pero mentiría para volver a caer en la simplicidad como a una cama de plumas.

Voces, sembradas en la página, no maduran ni dan frutos. Aquí la ubicación no se explica, sino que cultiva el vacío entre ellas. Las voces hacen pausa, vuelven a comenzar. Claro de jardín que, moviéndose al interior desde el margen derecho, suspende el tiempo. La suspensión se fija, es colocada, en tipo, en columnas que precipitan falsos recuerdos de jardín, viñedo, espaldera. Hoja temblorosa, normas del hojear blanco y negro, ángulo invisible de aliento y estado sólido.

Ella trata de sacar una fuerza que vagamente siente de las debilidades que conoce, como si estuviera prediciendo un elemento de la tabla periódica. Él quiere hacer que un guijarro plano se deslice por el agua hacia dentro del cuerpo de ella. Él se pregunta si a falta de cielo este adquiere el color de la piel o de otras células que toca. Si enmohece los huesos.

El pacto entre página y voz es diferente del acuerdo entre cuerpo y voz. La voz abre el cuerpo. El aire, el frío del aire, pasa y, con una sola inflexión, construye grandes castillos. La página quiere pruebas sin vínculos. El cuerpo no puede mantener la voz. Se derrama. Follaje sobre la empalizada.

Él ha puesto un guijarro bajo su lengua. Mientras los labios de ella estallan en conjeturas los labios de él son una nueva escala para practicar. Él quiere que sus palabras se eleven, contra extraños añadidos, a una verdad fuera de él. En cambio, su padre caminando por la calle debería reducirse al símbolo de envejecer.

La página atrae a la voz con una promesa de bosque florecido. Pero no hay aire. Ningún aliento vive en la boca ni nubla el espejo. En el escenario, el cuerpo cargaría la superficie que llamamos mente. Aquí, superficie se une a superficie, negando aguas profundas. Todavía el punto de encuentro está aquí, siempre. Gritos se elevan. Lágrimas caen. Blanco impuro, legible.

***
Rosmarie Waldrop (Kitzingen, 1935)
Versión de Ramón Hondal

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Prologue
Two voices

Two voices on a page. Or is it one? Now turning in on themselves, back into fiber and leaf, now branching into sequence, consequence, public works projects or discord. Now touching, now trapped in frames without dialog box. Both tentative, as if poring over old inscriptions, when perhaps the wall is crumbling, circuits broken, pages blown off by a fall daft.

Even if voices wrestle on the page, their impact on the air is part of their definition. In a play, for instance, the sentences would be explained by their placement on stage. We would not ask an actress what anguish her lines add up. She would not worry what her voice touches, would let it spill over the audience, aiming beyond the folds of the curtain, at the point in the distance called the meaning of the play.

The difference of our sex, says one voice, saves us from humiliation. It makes me shiver, says the other. Your voice drops stones into feelings to sound their depth. Then warmth is truncated to war. But I’d lie to fall back into simplicity as into a featherbed.

Voices, planted on the page, do not ripen or bear fruit. Here placement does not explain, but cultivates the vacancy between them. The voices pause, start over. Gap gardening which, moved inward from the right margin, suspends time. The suspension sets, is set, in type, in columns that precipitate false memories of garden, vineyard, trellis. Trembling leaf, rules of black thumb and white, invisible angle of breath and solid state.

She tries to draw a strength she dimly feels out of the weaknesses she knows, as if predicting an element in the periodic table. He wants to make a flat pebble skim across the water inside her body. He wonders if, for lack of sky, it takes on the color of skin or other cells it touches. If it rusts the bones.

The pact between page and voice is different from the compact of voice and body. The voice opens the body. Air, the cold of the air, passes through and, with a single inflection, builds large castles. The page wants proof, but bonds. The body cannot keep the voice. It spills. Foliage over the palisade.

He has put a pebble under his tongue. While her lips explode in conjectures his lips is a new scale to practice. He wants his words to lift, against the added odds, to a truth outside him. In exchange, his father walking down the road should diminish into a symbol of age.

The page lures the voice with a promise of wood blossoming. But there is no air. No breath lives in the mouth or clouds the mirror. On stage, the body would carry the surface we call mind. Here, surface marries surface, refusing deep waters. Still, the point of encounter is here, always. Screams rise. Tears fall. Impure white, legible.

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