miércoles, 29 de septiembre de 2021

sonja åkesson / dos poemas










Autobiografía
(respuesta a Ferlinghetti)

*

Vivo una vida tranquila
en Drottninggatan 83 A por el día.
Sueno a los críos y friego el suelo
y saco brillo a las ollas de cobre
y cuezo un puré de nabos y frío morcillas.

Vivo una vida tranquila
cerca del metro.
Soy sueca.
He tenido una formación sueca.
Leí debajo de la sábana el libro de medicina
y fui miembro de las juventudes
baptistas.
Soñaba con poder ser miembro del coro
y cantar acompañada de guitarra
entre llamas de velas.
Soñé con participar
y cantar a la guitarra en la fiesta de Lucía.
Tenía dos discos de Alice Babs
y una cazadora de deporte con cremallera
que había sido el pantalón de mi padre.
Trabajé en un café
con espejos y derecho a servir cerveza sin alcohol
y pocilga en el patio de atrás.
Todavía puedo sentir el olor a ratas
y glaseado de frambuesa y a queso
del propietario que era catador de leche.

Yo fui una mocosa típica.
Hice túneles debajo de la nieve.

Estuve sentada bajo la nieve que dejaba caer un manzano
esperando el Juicio Final.
Me sorprendieron en una apartada habitación de criado
volviendo a casa de la asociación baptista.
Seguí un curso de taquigrafía por correspondencia
y dibujaba chicas de calendario
en el cuaderno.
Fui en un viejo coche con gasógeno envuelto en nieve
que recogía refugiados bálticos.
Hombres con pulmones destrozados
que todavía pedían agua gimiendo.
Una mujer con el ojo colgándole
en la mejilla como un huevo sanguinolento.

He comido tarta presumida con nata montada
en refinados círculos de costura de señoras muy educadas
y he bebido vino tinto caviloso
entre elegantes literatos
con chaqueta cruzada y chaleco.
He asistido a círculos de estudios en Inifrån
y a una cosa en Modern Lyrik
donde la esposa del líder del partido conservador
fue la única que habló.

He estado sentada en una cabina encristalada
de la que el tiempo se negaba a ser expulsado
y he intentado la felicidad en una pequeña cabaña roja
con Amor en el cuarto de invitados
y Marte en el dormitorio.
Nunca he estado en la Costa del Sol
ni he llegado a la Ciudad Santa
y tengo pocas esperanzas
de que un día pueda llegar a hacerlo.

He ido sentada en un autobús acristalado
y he visto niños que jugaban a buenos y malos
entre las lápidas del gueto de Varsovia.

Me han salido sabañones en las pistas de baile.
He escuchado a Jularbo Junior
y la banda Hot de Rune.
No me encuentro muy a gusto aquí
pero tampoco quiero regresar
al lugar de donde vengo.
Yo siempre he viajado de polizón de polizón de polizón.

Yo he descansado en la brizna del dolor
con la pequeña negra Sara.
He tenido a mi mamá en el cielo
allí adonde no se puede comprar entrada.
Y he visto al matarife de mi pueblo
tocar el órgano con sus dedos gordos, sagrados
en una antigua fonda de estación
mientras fuera su novia vagaba
poseída por otro tipo de espíritu.
Yo he tenido una aventura secreta
con mi ídolo
Clark Gable.

Vivo una vida tranquila
en Drottninggatan 83 por el día
escuchando a la vecina que anda dando vueltas
con su espabilada escoba.
Una vez me largué
del cómodo tresillo de un piso de tres habitaciones
pero acabé en otro piso de tres habitaciones.
Las investigaciones fueron demasiadas para mí.

Me he entrenado en la acomodación
la simulación y la astucia.
Yo no tengo alas
pero sí una joroba fuertemente desarrollada.
Husmeo en todas las grietas
como si por allí hubiese una salida.
Aleteo y aleteo pero la joroba
me dificulta los movimientos.

Las mujeres no deben investigar nada.
Deben quedarse donde están.
Mi mamá me recuerda en todo momento
todo de lo que tengo que estar agradecida.

Inquietud en el vientre.
Yo descanso.
He participado.
He andado currando por todos los sitios
con mi pequeña vida.
He entreabierto puertas equivocadas.
He visto a un ser sensiblero violar a una empleada de lechería.
He visto como vaciaban
de sangre a una cocinera
sobre un pozal de matanza.
He oído a mi hijo moribundo reírse
ajeno
bajo mi mano ajena.

He yacido insomne en la cama en una pequeña ciudad
donde los árboles no hacían más que suspirar.
He oído árboles muy inquietos
mugiendo como boyas de sirena.
Me han llevado de un sitio a otro moqueando
por todos esas malditas instituciones de caridad.
Me han metido en lugares donde los corazones
están reducidos a bombas impelentes.
¡Qué silencio qué tictaqueo qué andar de puntillas!
Qué mujeres con manos pálidas
enredadas entre madejas de lana.

He visto esculturas de carne y sueños.
He visto piedras vivas.
Una vieja abuela guiar a los pescadores a tierra
iluminándolos con un farol levantado.
Un joven poeta marcado por una grave enfermedad.
Y una chica en una clínica abortista
con un desproporcionado
rostro de yeso.
No dudo que Suecia
sea un país de vikingos.
He visto a mujeres trabajar dieciocho horas al día
por un televisor con adornos de latón.
Su sueño es Hylands Hörna.
Nunca lograron entrar en el coro.

Vivo una vida tranquila
en Drottninggatan 83 A por el día
practicando mi inglés.
He leído The Catcher in the Rye
con ayuda de un diccionario desechado
y he notado la triste similitud
entre un escolar de Nueva York
y un ama de casa de Estocolmo
olvidada en modales trastocados
en movimientos convulsivos
ningún salvador.

Todos los días leo por encima los editoriales
y hago serios intentos
para estar al día en el debate cultural.
Veo que la Academia Sueca
ha tenido que tragarse sus premios.
Veo que han asesinado a un niño
con tranquilizantes.
Veo que se está acercando una nueva guerra
y paso las hojas de largo haciendo conjuros.
Leo las esquelas
y siento alivio
por aquellos que se ahorran estar incluidos en ellas.

Busco un alma sana
en un cuerpo sano.
He guardado por lo menos cien Dagens Nyheter
y pienso de verdad que un día
podré seguir bien el debate.

Veo que una nueva guerra avanza
por las páginas en blanco y negro.

Salí corriendo en el temprano crepúsculo
y quise extender la mano hasta traspasar el cielo
pero volví apresuradamente a casa
para que no se me quemasen las patatas.
Veo una similitud
entre las patatas
y yo.
A la menor luz en el sótano los brotes buscan a tientas.
Pero cuidado con los golpes.
Cuidado con el frío.

He vivido en un callejón
demasiado angosto para una respiración ya reducida.
He fregado platos en un tren cruzando Ångermanland
detrás de una ventanilla de retrete cerrada.
He escrito cartas apasionadas
a destinatarios desconocidos.
He escuchado el oratorio En el Salón de los Espejos.

He visto niños silenciosos
en multitudes hambrientas
arrellanada en una butaca de cine.
Los he visto.
Soy madre.
Estaba allí.
Pero no sufrí
lo suficiente.

Soy sueca.
Tengo tarjeta sanitaria.
Lloro en mi cuarto.
Moriré de cáncer.

Me han formado las circunstancias.
Combato una guerra de posiciones conmigo misma
en el mapa sobrante.
¡Y tengo ciertos planes!
Tengo una hija
que tendría que tener el futuro por delante.
Tal vez me compre una tumba.
Yo soy sólo ocasionalmente
un utilizable enser doméstico.

Nunca cumplo lo que prometo.

Veo una expectativa
en mi espejo infantil
como si pudiera tener un árbol de Navidad.

Vivo una vida tranquila
en Drottninggatan 83 por el día al otro lado del patio
mirando mis vigas.
Pienso en mi hermana
que teje meticulosamente agarradores
con las circunvoluciones cerebrales
devanadas del cerebro de mi cuñado.
Pienso en mi hermano
que es caníbal.
Frío mis filetes.
Me lavo las manos.
He oído el grito solitario
de la consumida a medias en la región agreste.
Soy mujer.
Yo era ella.
Pero no sufrí
lo suficiente.

Entré y cerré mi puerta.
Estoy sentada en mi cómoda butaca.
Visito los sobrios grandes almacenes
donde compro mis estériles
caramelos de la decencia.
He escrito poemas dignos de consideración
con pausas y comas.
Convierto el pan en piedras.
Me parece que tengo las manos atadas a la espalda.
Me parece que tengo una piel muda
tensada sobre mi  rostro
y fantaseo sobre un cuchillito
entre los dientes.

He sentido
cómo vomité mi garganta
y cómo también la lengua salió detrás
un jirón de piel inutilizable.
¿Dónde encuentro un instrumento
para todo el aire que tengo encerrado?
Soy un zapato sucio
en una calle abarrotada.
Soy un perro sin dueño
lleno de amor pegajoso
entre indiferentes zapatos sucios.

Veo una similitud entre las patatas
y yo.
He notado la pudrición desde dentro
en la lluvia otoñal.

He oído matrimonios
en colchones de gomaespuma hechos a medida
quejarse de experiencias no vividas.
Entiendo su tedio.
Yo he sentido caricias
pegadas como chicle.
Dormito en el borde de mi estanque.
Espero
con las madres aburridas.
Y veo a sus maridos
venir rodando en sus Volkswagen
por las roderas acostumbradas.
Llevan resplandecientes camisas de nylon
y pequeños cojines de piel ahí en el trasero.
Tienen cronometradores muy seguros
y miradas llenas de carne muerta
y yo lo siento
en mi propio rostro que roe.

Vivo una vida tranquila
leyendo homenajes a la existencia
de alguien que no ha sufrido lo suficiente.
Mastico mis chistes.
Forcejeo con mi correosa piel.
Yo era el patito feo
que nunca se transformó en cisne.
¿Tuve yo entonces una especie de alas?
Siento las consecuencias de las quemaduras.
Me voy curando mi malherida joroba.
Busco mi cuchillito
corroído hace tiempo por el óxido
y destrozado a pisotones en la hierba amarilla.

~

Una carta

*

¡Hasse! 
¡Hans Evert! 
¿Te acuerdas de mí? 
No fui tu primera chica 
claro 
pero tu fuiste mi primer chico. 
Ibas constantemente en la bici, una Rambler, 
y llevabas la gorra en la nuca
y yo iba en la barra con mi abrigo rojo
y a veces en la parrilla.

Una tarde nos caímos en la cuneta.
Qué canciones cantabas.
Ya entonces eran viejas:
“A casa de mi chica
tarde o temprano
me lleva el camino
a casa de mi chica
que escribe
que me quiere”
aún oigo tu voz con precisión:
azafrán y canela y unos granos de mostaza
y tú desafinabas un poquito en todos los tonos.
Tu hermana estaba gorda y se llamaba Jenny
Cuando empezamos tú tenías 17 años y yo —
no, no me atrevo a decirlo.
Podrías acabar en la cárcel.
Tú estabas siempre bronceado por el sol.
Luego llegó la movilización.
¿Recuerdas aquella cabaña de la orilla del lago azul
con el gallo y el gato y los abedules?
Imagínate que viviésemos allí ahora.
Yo hubiese tenido un montón de críos
que se lavarían en una palangana
en la cómoda
antes de ir a la catequesis dominical.
Tu hermana, la gorda Jenny,
hubiese sido mi cuñada.
Pero no hubiese tenido suegra.
Tu padre la había matado de un tiro
y luego se había cortado el cuello
con una navaja de afeitar.
Una vez me enseñaste una foto de ellos.
A veces te emborrachabas un poco.
Entonces ponías en el manillar
ramilletes de jazmín
o ramitas de peral en flor.
Una vez te lo hiciste
con otra chica.
Cuando enloqueció tu padre te escondiste en un
armario.
Él también había pensado matar a tiros a los hijos.
Yo mentía todas las noches.
Nunca había mentido antes.
Cuando mentía hacía como
si yo no fuese yo.
Simulaba que era un sueño.
Pretendía que ni siquiera era yo
la que soñaba.
Mi madre tenía un olor ligeramente acídulo.
Se le había caído el pelo.
Ella lloraba
y yo también lloraba convulsivamente
aunque sólo era un sueño,
y aunque tampoco era yo la que soñaba.
Todos los días eran un solo sueño.
Una noche mi madre se sentó con abrigo y sombrero.
Imagínate que lo hubiesen hecho,
quiero decir si me hubiesen echado de casa.
Imagínate, yo que lloraba reclamando a mi madre
desesperadamente
cuando sólo llevaba una semana en casa de la prima Ruth.
Tú eras bueno con los niños.
Y no quiero decir nada irónico.
Yo no era un niño.
Tú eras muy bueno con los hijos del campesino.
Tú eras también bueno con la vieja señora de la
limpieza.
La gente decía que eras bueno con los hijos del
campesino
y con la vieja señora.
“Un saludo con el viento quiero yo enviar
a mi padre y a mi madre y la chica de mi lugar”
Cuando cantabas te subía y bajaba la nuez.
Tú padre llevaba mucho tiempo sin levantarse,
paralítico,
creo que a raíz de un accidente.
Tu madre estaba muy guapa en la foto.
Luego estalló la guerra
y durante varios años
no fui la chica de nadie en particular.
Durante algunos años no mentí nunca.
Más adelante te hiciste de los de Pentecostés
y te casaste, bastante rico
con una chica, con finca, también de Pentecostés.
Te encontré una vez.
Le habías pedido perdón a Dios, dijiste.
Me sonó bastante estúpido.
Sabía que me deseabas.
¿Cuántos años puedes tener ahora?
¿45?
¿Sigues en la congregación redimido?
¿Crees que tu padre estará en el infierno?
¿Hueles todavía un poco a caballo?
Aunque seguramente tendréis tractor.

***
Sonja Åkesson (Buttle, 1926-Estocolmo, 1977)
Versiones de Francisco J. Uriz

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