sábado, 18 de septiembre de 2021

raúl zurita / selección de poesía











Tres escenas sudamericanas

*

I

Cerrándome con el ácido a la vista del
cielo azul de esta nueva tierra sí
claro: a la gloria de aquel que todo mueve
Así, tirándome cegado por todo el
líquido contra mis propios ojos esas
vitrinadas; así quise comenzar el Paraíso

II

Con mis ojos miraba los tuyos y tú 
por mis ojos
sabías cosas de mí
Por los ojos nos entendíamos a la 
distancia
y antes que dijésemos cualquier palabra
yo ya conocía lo que tú pensabas
y tú por mis ojos también

Y esto íbamos recordando
y nuestros gemidos estremecían las paredes

III

Pero no; arrojados sobre la hierba todavía
parecían estremecerse
y sus dedos aún señalaban hacia la aldea
como si la viesen
Sin embargo, inmóviles, sólo sus camisas
se agitaban bajo el viento que pasa:
tus ojos que pasan
son el esplendor del viento sobre la hierba

~

Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos
buscan las tuyas porque si yo te amo y tú me
amas tal vez no todo esté perdido. Las montañas
duermen abajo y quizás las margaritas enciendan
el campo de flores blancas. Un campo donde Los
Andes y el Pacífico abrazados en el fondo de la
tierra muerta despierten y sean como un
horizonte de flores nuestros ojos ciegos
emergiendo en la nueva primavera. ¿Será? ¿será
así? las margaritas continúan doblándose sobre el
mar difunto, sobre las grandes cumbres difuntas y
en la oscuridad, descendidos, como dos envanecidas
pieles que se buscan, mis dedos palpan a tientas
los tuyos porque si yo te toco y tú me tocas tal
vez no todo esté perdido y, podamos adivinar
algo del amor. De todos los amores muertos que
fuimos y de un campo de flores que crecerá
cuando nuestras mortajas blancas, cuando
nuestras mortajas de nieve de todas las montañas
hundidas nos besen boca abajo y nos vuelvan
para arriba las erizadas pestañas.

~

Sí, es un rostro. Parece arena, pero son los poros de una cara perlada de transpiración, abierta, con los ojos deformados por el miedo, que comienza a estriarse. Se granula, se erosiona y aparece el inmenso cielo baldío cubierto de nubes. Tiembla la luz y el paisaje se desfonda. Es una larga fila de mujeres y niños con los brazos en alto que pasan frente a soldados que los apuntan con sus armas. Poco a poco los brazos empiezan a alargarse fundiéndose con los surcos de un campo arado visto desde el aire. El hueco entre las nubes sólo deja ver un trecho perdiéndose en la lejanía, no, son boquetes de balas en un muro, más bien era un valle labrado, no no, es el mar espejeándose en las pupilas de dos ojos desmesuradamente abiertos. En su interior aún se distinguen las mismas mujeres y niños alzando como en un sueño sus brazos. Es la noche . No, son las negras gafas de Pinochet que estallan en miles de pedazos. Cada pedazo forma la imagen de una inmensa araña que trepa por la pared 

/ Negro y corte 


Nuevas gotas de sudor surcan el campo enormemente blanco. Al alejarse el plano se marca en el lente de una cámara fotográfica. El lente pestañea haciendo saltar desde su interior un esqueleto que empieza a perseguir a un hombre en camisón. Lo alcanza justo cuando una mano aferra la muñeca de otra mano que sostiene un fierro al rojo. Chisporrotea, encandila, se hunde. El gran campo blanco es ahora una córnea sangrante


Una gran tempestad de nieve nuevamente lo borra todo fundiéndose al helado fondo. Lentamente los inmensos témpanos se desplazan hasta mimetizarse con la blancura de un cuerpo entrando en una cámara frigorífica. Sus ojos fijos apuntan hacia el techo. Se borran otra vez: son dos negras rocas cortadas en el hielo. Tras ellas, un grupo de andinistas, cubriéndose con los brazos el rostro, intentan desesperadamente avanzar entre la nieve. Vacíos, sus trajes están ahora en el borde de una piscina. Es el mismo cuerpo desnudo que trata a duras penas de levantarse, sus costillas comienzan a ennegrecerse, se entrecruzan, se arman y asoman las altísimas torres. Es el Cabo Cañaveral. Intensamente albo el gigantesco Titán inicia su ascenso. Al rato sólo se distingue la estela de fuego que van dejando sus turbinas. Su ascenso se hace cada vez más rápido hasta terminar perdiéndose apenas como un punto rojo en el cielo. El rojo inunda el campo, ah sí, son las flores

NO PRINT
NO PRINT

Estallan las nubes tomando el color bermellón del anochecer. Se acercan aceleradamente aguzándose hasta ser el humo que expele un bombardero antes de trasmutarse en la quebrada silueta de un insecto. Sus patas ceden y el macho cae bajo los aguijonazos de la reina deshaciéndose en agua. No, no es agua, es sangre. Asesinado, el padre se desmorona en medio de los chillidos de miles de figuras farragosas que corren a ciegas ante bloques de edificios infernalmente bombardeados. Los bloques se inclinan, se alargan, se derrumban. Son las celdillas hexaédricas de un panal; desde su interior, mangas de abejas salen zumbando tras la reina y desaparecen entre las nubes. Es la huida. Del crepúsculo comienza a manar un rojo río de esperma.


La luz recorta cada vez más los ojos enrojecidos de llanto. En el pequeño cuarto un grupo de soldados dan vuelta todo. Fugazmente, un hombre rodeado de guardias armados aparece mirando con fijeza la cámara. Sus ojos se pegan al lente. Lo traspasan. Herido de muerte un adolescente llama y pide. Su primer plano es el de una embelesada mirando. Dos manos cierran rápidamente el álbum; la escena desaparece y sólo queda la calle despoblada. Es el desierto, las pequeñas ventanas de las casas se remarcan en la oscuridad de la noche abriéndose hasta ser el cielo cuajado de estrellas. Todo se va desenfocando y nuevamente desaparece. En una boca que se abre y se cierra. Gruesas lágrimas inundan sus comisuras enteramente rotas que empiezan a temblar con el viento, flamean y como un vuelo despuntan los jirones de un grupo de hombres con las manos en la nuca atravesando el despoblado. Instantáneamente la calle se llena de desabridos rostros de mujeres que gritan: "Se te morirá, se te morirá". Sus bocas abiertas son una bandada de pájaros que chillan, no, son aviones que caen envueltos en llamas, no, es un paisaje lunar. Sus cráteres se funden con la cara gris del mismo adolescente, ahora enteramente arrugado, que se aparece diciendo: "¿Qué haces? ¿No sabes la noticia? Tu amor, esa que tanto adorabas, ha muerto".


Los enormes campos rojos continúan fundiéndose con la lejana. Detrás, rebaños de vacas pastan en praderas también infinitas. El campo rojo se desvanece en un sinnúmero de pequeñas manchas sobre las rompientes de las olas. Ya es plena noche, el sol se ha hundido en la niebla y el mar ha callado. La manada de vacas corre zigzagueando entre las rocas. La primera tambalea y cae; en vuelo, por un instante, el polvo de la caída dibuja el rostro emocionado de Salvador Allende ante la multitud que lo aclama. La multitud se dispersa mezclándose con el mar cada vez más oscuro. Las pequeñas manchas rojas sobre las rompientes empiezan a agrandarse, fulguran, se enroscan y estalla encendiéndose la tormenta: contra ella se recortan iluminadas rasantes de rostros mudos que gesticulan, de balnearios atestados de gentes, de un largo plano que comienza a elevarse entre estelas de fuego y desaparece. Se oye un gran estampido y todo cambia. Un hombre pálido, de débil aspecto que camina lamentándose, no, canta, no, está llorando; levanta su cara hacia lo alto y pregunta: "¿Estás muerta?" y pareciera como si al preguntar se confortara 

/corte, corte


Es la visión del cielo. Silenciosamente una muchedumbre de seres desgreñados, de aspecto casi humano, comienza a emerger desde sus escondrijos para agruparse en torno a los primeros rayos de sol y es como si por un momento, apenas, el temor hubiera desaparecido de sus miradas claro, oh sí, en eso consiste todo; el cielo, la tierra, las palabras. Los colores fluyen, crecen, toman forma, se mezclan y rompen; una línea delgada, la luz, la oscuridad. El lienzo, el papel, una vida, todo está completo, pleno, total; a través de la media luz la bendita mancha de la vida es todo el écran. Se raja, se parte, se hunde como desde la profundidad la altura de los cielos y toda alrededor la vida está suspendida, burbujeando y rompiendo, todavía sobra en los abismos oceánicos y ya nube. Miles, millones de seres vivos; allí dentro está la partida: oh sí, es blanco como el cielo, oh no, es negro, los cimientos son grises como la mezcla que somos. Construir el cielo en la tierra y cómo poder salvar gentes: en eso consiste todo; el cielo', la tierra, las palabras
/ sí, es el concreto 

~

El final de la tierra 

*

Te hablan ahora las rompientes de tu vida
Te cuentan de las falsas Itacas,
del naufragio en costas remotas
de tu cansancio doblándote hacia las olas
Te dicen que más allá está el final
de la tierra
que allí el mar se derrumba, que tu mar
amado se derrumba y que los barcos
nunca han vuelto
Te hablan en tu propia noche los temores

Que suenen entonces como algo que se
despierta estos poemas
como algo que está en ti, como algo que cruce el mar y se despierta.

~

Las ciudades de agua

A PW

II

Todo en ti está vivo y está muerto: el fulgor del
pasto en la aurora y el hilo de voz creciendo en
el diluvio, el feroz amanecer y la mansedumbre,
el grito y la piedra.
Todo mi sueño se levanta desde las piedras y te
mira.
Toda mi sed te mira, el hambre, el ansia infinita
de mi corazón.
Te miro también en el viento. En las nieves de
la cordillera sudamericana.
Allí está la calle en que esperé que amanecieras,
la noche póstuma, el país muerto en el que no
morimos. Allí están todas las heridas y golpes
cuando emergiendo del destrozado sueño volví
hacia ti los ojos y vi las desmesuradas estrellas
flotando en el cielo.
Tu cara ahora flota en el cielo, detrás corre un
río. Hay un hombre muy viejo.
Hay un hombre muy viejo en el medio del río
y tú lo miras
                       las ciudades de agua en tus ojos

***
Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) Tu vida rompiéndose. Santiago de Chile: Lumen, 2015.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario