viernes, 2 de julio de 2021

coral bracho / cinco poemas













Una avispa sobre el agua

*

La superficie del agua es tensa
para una avispa,
es un sendero múltiple fluyendo siempre
como el tacto del tiempo
sobre la hondura quieta
de un corto espacio.

Corto es el tiempo
en que flota; corta
la distancia en que gira
por incesantes laberintos,
remolinos inciertos, llamas,
y transparencia
inextricable.

~

Desde esta luz

*

Desde esta luz que incide, con delicada
flama,
la eternidad. Desde este jardín atento,
desde esta sombra.
Abre su umbral el tiempo,
y en él se imantan
los objetos.
Se ahondan en él,
y él los sostiene y los ofrece así:
claros, rotundos,
generosos.

Frescos llenos de su alegre volumen,
de su esplendor festivo
de su hondura estelar.
Sólidos y distintos
alían su espacio
y su momento, su huerto exacto
para ser sentidos. Como piedras precisas
en un jardín. Como lapsos trazados
sobre un templo.

Una puerta, una silla,
el mar.
La blancura profunda
desfasada
del muro. Las líneas breves
que lo centran.
Deja el tamarindo un fulgor
entre la noche espesa.
Suelta el cántaro el ruido
solar del agua.
Y la firme tibieza de sus manos; deja la noche densa,
la noche vasta y desbordada sobre el hondo caudal,
su entrañable
tibieza.

~

El amor es su entornada sustancia

*

Encendido en los boscajes del tiempo, el amor
es deleitada sustancia. Abre
con hociquillo de marmota, senderos y senderos
inextricables. Es el camino de vuelta
de los muertos, el lugar luminoso donde suelen
resplandecer. Como zafiros bajo la arena
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración
de pedernal, blanca y hundiéndose
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento
de la calma del agua, y del sol
que toca, con dedos ígneos y delicados
la frescura vital. Así nos dicen
con su candor de caracolas; así van devanándonos
con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar
de hondos follajes
inexpugnables, a los que sólo así, de noche,
nos es dado ver y encender.

~

Imagen al amanecer


El agua del aspersor cubría la escena
como una niebla,
como una flama blanquísima, dueña
de sí misma, de su brotar cambiante, de su pulso
ritual
y cadencioso.
Un poco más allá y más allá hasta
tocar las rocas. Lienzos de sol
entre la cauda humeante; lluvia de cuarzo; interno
oleaje
silencioso. Un mismo
denso
movimiento lo centra; lo ahonda
en su asombrado corazón. Profundo, colmado
vórtice.
Renace, tenue, su palpitar. Marmóreo y lento
borbollón luminoso.
Un poco más allá, más allá, su tacto límpido
se estremece. Son remanso
las rocas
a su enjambre estelar, a su incesante,
encendida nieve. Por un momento se cubre
con su seda el jardín. Suavemente
los troncos ceden
y van tendiéndose sobre el pasto;
largas sendas oscuras bajo el tamiz
que inunda el amanecer. Cuando su lluvia
se ha expandido hacia el este
pesan menos las sombras
y los troncos se adensan y se levantan.
Vuelve entonces el arco
a resplandecer. Una llama reciente nubla la escena,
un olor de magnolias
y rocas húmedas.
 
~

Peces de piel fugaz

*

El borde es una boca finísima, una escisión aguda y deslumbrante
-el negro como una forma de luz que marca orillas, espacios entorpecidos, fuegos limítrofes-.
A medida que avanzo el agua cambia.

La fiesta estaba impregnada de pequeños monos inabordables. Alguien
incrustó sobre el lodo una estructura cuadriculada de ramas huecas
y fue como abrir un espejo a las ansias de nado.

Todo se esparce en amarillos. Los monos saltan.

Antes, cuando miraba el tiempo como se palpa suavemente una seda,
como se engullen peces pequeños. El sol desgajaba del aire haces de
polvo.

Es un espacio abrupto pero preciso; a partir de entonces los árboles.
Hacia abajo las ganas irrefrenables.

Los monos, como dijeron todos, eran salvajes; cuerpecillos tirantes
y amarillentos. El juego era portentoso, desarraigado; las manos llenas
de lodo.

El agua brilla, pez lento y adormecido; en sus ojos la noche es un
impulso vago y oscilatorio, una tajada oscura, borde brevísimo, lo
delinea.

Pero empezar aquí con el consuelo de ver a todos enardecidos, y
mirar de improviso sus dedos híbridos, infantiles.

Vocecitas hirvientes que revientan desiertas.

***
Coral Bracho (Ciudad de México, 1951)

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