Capítulo I
Ella: Cantaré el Cantar de los
Cantares de Salomón.
Bésame con besos de tu boca
que tus amores son mejores
que el vino;
que el aliento de tu cuerpo
me embriaga
y pronunciar tu nombre
despierta fragancias
que lo impregnan todo.
Por eso te aman las muchachas.
Llévame contigo;
corramos a tu alcoba y
gocémonos con alegría..
Evocar tus caricias embriaga
más que el vino.
Con razón de ti se enamoran...
Soy morena pero agraciada,
hijas de Jerusalén;
morena como las tiendas
del desierto,
llena de gracia como los
pabellones del rey.
No me desdeñen por ser morena,
es que el sol me ha tostado.
Disgustados conmigo,
los hijos de mi madre
me han puesto a guardar
sus viñas y descuidé la mía.
Dime, amor, adónde llevas
a pacer tu rebaño,
dónde reposas al mediodía
para que, buscándote,
no vaya a extraviarme
entre las majadas de tus compañeros.
Él: Si no sabes dónde hallarme,
hermosa entre las muchachas,
sigue las huellas de mi rebaño
y lleva a pacer tus cabritos
junto a las tiendas de los pastores.
Oh, hermosa, amiga mía,
tienes la prestancia de los
corceles del faraón.
Te haré pendientes de oro
con engastes de plata.
¡Qué delicado es tu rostro
ornado por tu pelo!
¡Qué gracia tiene, con los collares,
tu cuello!
Ella: El perfume de mi cuerpo
va tras de mi amado
adonde quiera que vaya.
Cuando descansa entre mis pechos
él es para mí un ramito de lavanda,
un manojo de hierbas aromáticas.
Él: ¡Qué hermosa eres, amiga,
qué hermosa!
Tus ojos son palomas de
serenidad y gracia.
Ella: ¡Qué hermoso eres, amor!
¡Qué grato!
En la campiña hemos tendido
nuestro lecho,
las ramas de los cipreses
son nuestro techo
y los cedros, las columnas de
nuestra casa.
Capítulo II
Ella: Soy una rosa del campo,
una azucena del valle.
Él: Como una azucena entre
espinas es
mi amada entre las
muchachas.
Ella: Como un manzano entre
arbustos silvestres
es entre los jóvenes mi amado.
Me senté a su sombra deseada
a la espera de su amor, dulce a
mis labios.
El me condujo al mundo de la
embriaguez
e hincó en mí la bandera de su
amor.
Recostadme entre los viñedos,
tendedme un lecho
entre los manzanos:
estoy enferma de amor.
Que su izquierda tome mi cabeza
y que me abrace su diestra.
Él: Hijas de Jerusalén,
os conjuro
por las gacelas y los ciervos
salvajes:
No nos despertéis del amor;
dejadnos sumidos en él cuánto
el amor quiera.
Ella: ¡Oigo la voz de mi amado!
Ya viene
corriendo por los montes,
saltando por las colinas.
Mi amado es como un ciervo
joven, un gamo.
Ahí está tras la ventana,
atisbando entre las cortinas,
diciéndome:
Él: Levántate, hermosa mía;
levántate, amada
que ya ha pasado el invierno,
que las lluvias ya han cesado,
que ya se abren las flores,
que ya ha llegado el tiempo
de las canciones.
Ya se oye la voz de la tórtola
en nuestra tierra;
ya ha echado sus brotes la higuera;
ya esparcen su aroma
las viñas en flor.
Levántate amada mía,
levántate bella mía y ven.
Ven, paloma, no te escondas
entre las rocas,
no te ocultes entre las peñas.
Déjame ver tu rostro, déjame
oír tu voz:
tu voz melodiosa y tu rostro
encantador.
Quitad de nuestro camino a
las pequeñas raposas
que destruyen las viñas
que, como la nuestra,
están en flor.
Ella: Mi amado es para mí
y yo soy para él,
para ese que apacienta
su rebaño entre azucenas.
Vuelve, amado, cruza como
un ciervo las colinas
antes que el día disipe las sombras.
Capítulo III
Ella: Noche a noche busco
en mi lecho
al que desea mi alma,
lo busco sin hallarlo.
Cierta vez, en sueños,
me levanté
y anduve por la ciudad;
recorrí calles y plazas buscando
a mi amado sin encontrarlo.
Me hallaron los centinelas de
ronda por la ciudad.
Les pregunté si habían visto
al que anhela mi alma.
Apenas los dejé
encontré a mi amado.
Entonces lo tomé para no dejarlo
hasta hacerlo entrar en
la casa de mi madre,
en la alcoba de la que me
tuvo en sus entrañas.
Hijas de Jerusalén, os conjuro
por las gacelas y por
los ciervos salvajes,
no me despertéis del amor;
dejadme soñar con él cuánto
el amor quiera.
Coro: ¿Quién viene subiendo
del desierto
entre una humareda de aromas
y fragancias, de mirra e incienso?
Es la litera de Salomón
rodeada por sesenta varones,
los más valientes de Israel,
todos de espada tomar,
sabios en artes de guerra,
cada cual con su sable al muslo
contra las acechanzas
de las tinieblas.
Es la litera que se hizo Salomón
con maderas del Líbano;
sus columnas son de plata y
su baldaquín de oro,
su asiento recamado en púrpura
y su interior
tapizado con el amor de
las hijas de Jerusalén.
Salid y ved, hijas de Sión,
al rey Salomón con la diadema
con que lo coronó su madre en
el día de sus bodas,
en el día más dichoso
para su corazón.
Capítulo IV
Él: ¡Qué bella eres, amada,
qué hermosa!
Tus ojos tienen dulzura
de palomas,
tus cabellos son rebaños
que se mecen bajando la colina,
tus dientes tienen la blancura
de ovejas esquiladas que acaban
de bañarse,
todas igualitas;
tus labios son dos cintas rojas,
tu palabra es melodiosa,
tus mejillas tienen el rubor
de la granada,
tu cuello tiene la gracia de
la torre de David;
tus pechos son un par de
cabritos mellizos
pastando entre azucenas.
Antes que el día disipe
las sombras
me hundiré en tu monte
de perfumes, entre tus colinas
de incienso.
Eres hermosa, amada,
sin defecto alguno.
Vente desde el Líbano, amada;
ven, apúrate desde las cumbres,
desde las cuevas de los leones
y los montes de los leopardos.
Hermana mía, esposa,
me has robado el corazón;
pende de una sola cuenta
de tu collar,
de una de tus miradas.
Qué deliciosos
son los amores contigo
hermana, esposa;
embriagan más que el vino.
El aliento de tu cuerpo
es la mejor fragancia.
Tus besos son la dulzura,
bajo tu lengua hay leche y miel
y como el incienso
aroman tus ropas.
Eres un jardín, hermana, esposa:
un jardín fiel,
una fuente sellada que se abre
sólo para mí;
un parque con granados,
con frutales exquisitos,
cipreses, azafrán, canela, nardos,
árboles aromáticos, balsámicos.
Eres un manantial,
una fuente de vida.
Ella: Despierta, viento del norte;
ven, viento del sur,
oread mi huerto y que exhale
todos sus perfumes.
Que mi amado venga y coma,
que goce de mí y de todos
los frutos de su jardín.
Capítulo V
Él: Voy hacia ti hermana,
esposa, huerto mío,
a empaparme de fragancias,
a comer de la miel,
a beber leche y vino.
También tú, amiga, come, bebe
y embriágate de amor.
Ella: Yo duermo, pero
mi corazón permanece en vela
atento al llamado de su voz.
Sueño que mi amado
golpea a mi puerta:
“Ábreme hermana, amada,
paloma, perfecta mía,
que tengo la cabellera
humedecida de escarcha
y la cabeza empapada de rocío.”
Ya me he quitado la túnica,
¿volver a vestirla?
Ya me he lavado los pies,
¿volver a calzarme?
Mi amado apoya su mano
en la hendedura
y se me estremecen
las entrañas.
Por mis manos corren
jugos exquisitos.
Me levanto a abrirle
pero ya no está.
Mi alma sale tras de él,
lo busco y se ha marchado,
lo llamo y no responde.
Sueño que me encuentran
los guardias de la ciudad,
que me golpean, me hieren y
me quitan el manto
los centinelas de las murallas.
Oh, hijas de Jerusalén,
os conjuro:
Si encontráis a mi amado decidle
que desfallezco de amor.
Coro: ¿En qué es distinto
tu amado de los otros?
¿Cómo reconocerlo,
hermosa entre las muchachas?
Ella: Mi amado es fuerte y
gallardo,
se destaca entre miles.
En su cabeza refulgen
cabellos negrísimos.
Sus ojos brillan como palomas
recién bañadas en leche,
descansando junto a un arroyo;
sus mejillas son un jardín
aromático
y sus labios son flores.
Sus manos parecen tallas
de orfebres
y su vientre, marfil orlado
de zafiros.
Sus piernas son torneadas
columnas de mármol;
es esbelto como un cedro.
Su hablar es dulce y
todo él es deseable.
Así es mi querido,
hijas de Jerusalén,
así es mi amado.
Capítulo VI
Coro: ¿Adónde fue tu amado,
hermosa entre las muchachas?
¿Hacia dónde fue?
Lo buscaremos contigo.
Ella: Mi amado bajó a su jardín
donde cultiva flores;
fue a apacentar sus ovejas
y a recoger azucenas.
Mi amado es para mí
y yo soy para él,
para ése que apacienta
su rebaño entre azucenas.
Él: Tienes el encanto de la
ciudad de Tirza, amada;
tienes la hermosura de Jerusalén.
Eres imponente como un
ejército en marcha
con las banderas desplegadas.
Aparta de mí tus ojos,
que me intimidan:
tus cabellos son como rebaños
que se mecen bajando la colina;
tus dientes tienen la blancura
de ovejas esquiladas 6
que acaban de bañarse,
todas igualitas;
tus mejillas tienen
el rubor de la granada.
Sesenta son las princesas;
ochenta, las concubinas
e innumerables las doncellas,
pero ninguna es como mi paloma,
la perfecta,
la única entre sus hermanas,
la preferida de la que la dio a luz.
Al verla, las doncellas la celebran,
princesas y concubinas la alaban.
Coro: ¿Quién es ésta
que cuando aparece
es como el alba,
hermosa como la luna,
resplandeciente como el sol,
imponente como un ejército
en marcha con
las banderas desplegadas?
Él: Bajé al huerto de los nogales,
a las orillas del arroyo
a ver si había brotado la vid,
si habían florecido los granados,
y de pronto, sin darme cuenta,
mi alma se fue tras ella,
como llevada por
los carros de Aminadab.
Capítulo VII
Coro: Danza, danza,
hija de Jerusalén,
que nos encanta verte.
Ella: ¿Para qué queréis
verme girando entre
las filas de las
danzarinas?
Coro: Qué hermosos
son los pasos
de tus pies en las sandalias,
hija de príncipes.
La curva de tus muslos parece
tallada por manos de orfebres;
tu vientre es la luna,
una copa de vino,
un campo rubio
flanqueado de hierba.
Tus pechos son
dos cabritos mellizos.
Tu cuello es una
columna de marfil,
tus ojos son estanques
en los que brilla el sol,
tu rostro es delicado
como la torre del Líbano;
llevas tu cabeza erguida
como el Carmelo,
tu cabello tiene el brillo
de la púrpura,
y tienes a un rey
atado a tus trenzas.
Él: Cuánto te han embellecido
los deleites del amor, amada.
Esbelta como una palmera,
tus pechos son los racimos.
Pensé trepar a la palmera
a tomar esos racimos;
tu aliento sabrá a manzanas,
tus pechos, a vino,
y yo me embriagaré con tu boca.
El amor es dicha que fluye,
que vuelve elocuentes
los labios dormidos.
Ella: Yo soy para mi amado
y sus deseos son para mí.
Ven, salgamos al campo, amado.
Dormiremos en las aldeas,
nos levantaremos de
madrugada a ver las viñas:
si ya brotaron los pámpanos,
si ya se abrieron las flores,
si ya florecieron los granados.
Allí te daré mis amores.
Las mandrágoras
exhalarán sus perfumes
y tendremos a nuestro alcance,
amado,
los frutos exquisitos que yo
guardaba para ti.
Capítulo VIII
Ella: Oh, si fueses de veras
mi hermano,
amamantado por los
pechos de mi madre,
podría besarte delante de todos
sin ruborizarme.
Te llevaría a casa de mi madre
a que me enseñes a amar
y te daría vino perfumado
y licor de granada.
Tú pondrías tu mano izquierda
bajo mi cabeza
y con la derecha me abrazarías.
Y les dirías a las hijas
de Jerusalén:
Os conjuro;
no nos despertéis del amor;
dejadnos sumidos en él
cuánto el amor quiera.
Coro: ¿Quién es esa que
viene subiendo del desierto
apoyada en el hombro de su amado?
Ella: Me despertaste al amor
bajo el manzano,
el mismo sitio donde te concibió
tu madre y donde te dio a luz.
Grábame sobre tu corazón
como un tatuaje,
ponme como un sello
sobre tu brazo,
que el amor es poderoso
como la muerte
y los celos,
crueles como el infierno.
No pueden apagar el amor
ríos ni océanos
y si, con sus riquezas,
alguien intentara comprarlo
se haría objeto de burla
y de desprecio.
Coro: Cuando eras pequeña,
hermana,
y aún no tenías pechos,
pensábamos qué hacer contigo
cuando te requiriesen de amores.
Nos dijimos: Si sabe ser un muro
la enjoyaremos con
almenas de plata,
pero si es una puerta
la fortificaremos con tablas de cedro.
Dijiste: “Yo seré un muro
y mis pechos, torres fortificadas;
seré una fuente de paz a ojos
de quien me ame.”
Él: El rey Salomón tiene
una viña enorme
a la que puso guardias
y comparte con ellos sus frutos.
Mi viña es pequeña pero mía
y no comparto con
nadie sus amores.
Oh, tú, que habitas en mi viña
y cuya voz todos alaban,
déjame oír tus cantos.
Ella: Corre amado,
corre como el gamo,
como el ciervo,
húndete
en los montes perfumados.
Imagen principal: Amor medieval en un manuscrito del siglo XIV. Codex Manesse (Cod. Pal. germ. 848, f. 249v).