lunes, 15 de marzo de 2021

javier alvarado / tres poemas










Los huesos del tren

*

                                                                Acaso, dijiste,
                                                                haya travesías por realizar en soledad
                                                                                        Hans van de Waarsenburg

Ese es el final, soltar el cordel y dar paso a las otras vidas,
Rayar en los espejos esos soplos de felicidad, esas lenguas que conjuran al rocío,
Esa agua que cambia, ese espejo disonante, ese bosque
Que bosteza y se marcha y abre los manglares
Con sus dotes; ese mar que desdibujamos con la tentación de las islas
Y que ya no volverá a existir, ahora que nadamos en exceso.
 
Ya podrás recordar ese Camino Real y ese Camino de Cruces
Cuando tomes un tren en suelo extranjero, cuando colmes las hojas
Y haya una nostalgia de árbol trepando un sueño dentro de otro sueño
Donde te sentirás más lejos, donde titubearás ante ese núcleo solitario
Ante esa desbandada de los que se conceden la automiseria,
La humillación de la música.
¿A dónde fueron a parar los huesos?
¿A dónde están los cráneos de aquellos obreros que excavaron Panamá
Y hallaron esa vez los minerales de la muerte?
¿A dónde están sus cadáveres y esqueletos conservados
Que nadie reclamó y que fueron a dar a la punta del escalpelo, a los recuerdos deforestados
de la casa
A las escuelas de medicina donde las autopsias son un recuerdo monorrimo?
¿A dónde todo el dolor y la aventura de ese tren retórico?  Yo tomo una tibia y me voy a acurrucar
en las piernas de mi madre y en las piernas de mi madre hay ese mismo sonido, esa misma
música del hueso,  ese hueso maternal y paternal de los rieles y de los durmientes que salen a acosarme,
ese llanto del guayacán  a oscuras, del tren que intermedia la noche, donde encontramos esa estación
del miedo y del trópico bisbiseante;  ese jadeo de los astros y de la ropa como letreros ahogados:
Gorgona, Gamboa y Bas Obispo,
La Línea, Ahorca Lagarto, Gatún, Bujio, Barbacoas, Bailamonos, Matachin, y Summit,
Donde aún perduran la majestuosidad del hueso y la prontitud ajena del cardumen,
¿A dónde está el llanto de los personajes y personajas de los pueblos perdidos?
¿A dónde este rayo de ser y el lugar que deconstruye?
Es inmediata la tarea de recolectar los huesos, esos huesos que principian
Los demonios y los ángeles que amamos,
Esos huesos carcomidos por el amor y el sexo
Y por las sandias que roemos con furia (aproximándonos a una temporada de marcha,
a un fuego de  estación).
Mientras mordemos la sandía con José Manuel Luna y escupimos las semillas
A Jack Oliver (que cae por el exceso de la bebida y vuelve a ser una soga más abandonada
en el puerto)
Y la historia sigue sedienta
Como esa interminable tajada de sandía
Que sigue engordando,
Como la muerte en los hueos.

~

La poesía se reduce a fuego, a inmigración


Nombrar al nacimiento y al chamuscamiento, seta de imágenes,
sucesos que se advienen al añico y al polvo medular
como quien nos crea, el arbitrio cenagoso de la plantilla y el origen,
apareamiento de átomos, ya se traviste una partícula, una familia homoparental en una
tolerancia heteroparental,
lo que cubre la danza cuando los pies se endilgan a volar sobre ese cuerpo y otro cuerpo
y se nos apoderan de las manos otras manos discursivas
ante el carámbano soñante.
El cerebro se encoge y los recuerdos
se pulverizan en la algarabía de la tierra que golpea como un estilete clásico.
Cuerpos, cuerpos en medio de la luz cerúlea,
cuerpos al alba, entre los hervidores y los apagones de aire,
como una memoria que se arquea entre los árboles y el viento,
Va ganando el transatlántico otra costa,
otra velocidad del mar y sigue fulgente el versificador con su pipa electrónica y su narguile
pronosticando las rebeliones del humo;
una tormenta de arena, la poesía épica, la poesía de trova, el siglo de oro, el siglo de plata,
el siglo de cobre, la poesía lírica e intimista, la poesía neobarroca engorda sobre frutas tropicales y enumera de a diario
señala el búcaro de a diario
donde las rosas del desierto y los pomelos de cuarzo se despeñan por los bordes ásperos
y el chasquido de los dedos va arrinconando a la piedra y su música murada.
Yo me quedo como una imagen sin restaurar en un mosaico,
en una superficie lívida que no se quiere marchar como los gestos y las marchas y las
muecas humanas,
Máscaras de oro y sol, máscaras de escarcha y luna y la mente envuelta en telas de ricos
colores
se propala en un movimiento disyuntivo, impenetrable,
la vida se ama más en la muerte de los otros, nos aferramos o nos soltamos en el deslave de
la mente,
Lo cognitivo es rapaz (una idea devora a otra idea o sigue luchando con las otras,
Rompemos o amamos tradiciones, alguien deja caer un diccionario
Y salen como ratas huyendo las palabras u otras van a un jardín y se convocan al oficio de
los topos u otras se van a hacer girar su reloj escondrijo o la rueda de algún experimento,
menos en el poema creación que viene del fango y al fango regresa en su ecuación perfecta.
Otros creen que pueden dar de comer a esas ratas con su poesía forzada y estreñida (aduce
lo eficaz de un intertexto) o con grafitis con frases rebuscadas o con no mala, perversa
verborrea.)
La rata es un vocablo y es inflamable como el material de los planetas que se van a pique
en nuestra praxis,
un encalado de estrellas gozosas, piadosas y vengativas en el destino de los hombres y de
las mujeres que proclaman su llama
o su extinción
En medio de la selva.  Combustión.  Combustión.  Petróleo roto.   Con sus pavanas negras, sus resurrecciones de tiempo y el residuario de los años que hay que salvar, oh fiera, oh moraleja inmortal.

~

Urracá transitando las islas

*

                                                Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas.
                                                                            Lezama, Muerte de Narciso

                                               Y éstas son aún mis reuniones contigo,
                                                el deshielo que en la noche
                                                deshace tu máscara y la pierde.
                                                                            José Carlos Becerra, El otoño recorre las islas


Urracá se esparce a solas por la tierra, toma los caminos del agua,
Viene desde una piragua hasta sus cumbres,
Vuelve al mar
Donde lo esperan unos ojos, un cuerpo transparente
Que desbordan las llanuras como las estatuas en los líquenes del sueño.

Los ríos de Veraguas conocen su idioma, conocen el peso
De su canoa como las corrientes del mediodía
Que invaden nuestros cauces.

Urracá espera la luz en el bramido de las rocas,
En una estela azul aguardando la lealtad del firmamento,
Esas huestes limítrofes, esas huestes aliadas, esas ranas de oro puro
Que croan hasta el cansancio, hasta enarbolar una burbuja
De color
Que traspase las ranuras del aire, las estrías del aire,
Las marchas olfateadas del aire, donde buscamos
La noche equiparada del almendro, esos almendros que crecen
En la costa y dialogan en hermandad con las palmeras. Urracá viene
Como un río, como un destino, viene desde la cordillera
En su piragua, en su cayac o en alguna embarcación
De pesca artesanal, de pesca deportiva, en un paquete para solitarios
O en un paquete racional para turistas,
Pero él va a puro remo hasta las orillas paradisiacas de Coiba.
Coiba es una tormenta en medio del mar, una garra de salitre,
Una garra que succiona a las aves redimiendo la alquimia
De su cielo, una nube donde empollan las águilas
Con toda su majestuosidad y espanto, donde incuban
Los sangretoros y los azulejos y alguna garza que va zurciendo
La espuma con chillidos seculares.

Él se viene a las islas del Pacífico como un papo
Creciendo en el altar del calor más denso.
Su canoa es una medusa gravitando en las manos,
Zigzagueando en nuestras frentes.

Decidme dónde está el camino, dónde están las islas Secas.
Dónde está la isla Boca Brava sobre el arrecife, sobre la Bahía de Muertos.
Esos muertos que buscamos y se zambullen en los artilugios del agua,
Los que abren la boca y reciben los ríos, aunque los ríos enumeren
Todos los mapas abiertos de la tregua, aunque todos los soles
Acudan a ese llamamiento de la sangre, a ese venablo donde discurre un relámpago
Una carta abierta, un milagro sobre los pastos verdes de Isla Cébaco,
La isla Gobernadora es un caudal, un ser que libamos desde el sueño
En el Golfo de Montijo, una vastedad que nos seduce
Con voz larga, con una espada corta
La isla Sevilla con su oleaje como un aposento confidencial donde va a redimir la sangre
En Isla Otoque se esconden los duendes dentro de su cajita
Y dentro de esa cajita están los cinco dedos como duendes
En la Isla Palenque los pescadores retoman una danza desde la humedad
Hasta la orientación de las sales de Taboga, donde Sinán conversa con Linda Oldsen sobre el desove de los peces
Y en Saboga hay un cementerio mineral de creencias, de esqueletos
Que aún tantean la masa colosal de los diluvios
Y Taborcillo revive desde la anáfora, su tambor caliente,
Sus escenas del oeste donde John Wayne dispara al convidado;
En Contadora aún resuenan las perlas, aún resuenan las perlas,
Aún ruedan las perlas, aún ruedan las perlas que se quedaron
Y las que se fueron llevando;
La Isla del Rey se enfurece con remos de cálamo y estrella,
La Isla Iguana te saca la lengua y te adhiere a sus arenas como un peto de tortuga,
La Isla de Cañas va a la deriva como los astros que hacen girar
El trapiche de las existencias;
En la Isla de San José alguna sangre va con su hilito originario a confundirse con el mar.

Tal vez mi sangre quedó allí en ese archipiélago.
Tal vez Urracá encontró a Itabé
Y se quedó entre una isla y otra
Y se hizo archipiélago.
Tal vez se hundan y emerjan otras islas
Y tal vez siga esa terredad transmutada en archipiélago.

Tal vez aquí está mi poesía con saudades de archipiélago.

***
Javier Alvarado (Santiago de Veraguas, 1982)

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