Canto XI
Ya irradiada la esfera, las estrellas
El mar con luz radial garabatean
Que una brisa gentil de primavera,
Cual blanca duna los albeantes panos,
Cándida sopla, de hora adamantina
Velando, nauta de cubierta, el Guesa
La soledad amaba, margarita
Que se abre y reza a rubias alboradas.
Ora, en el mar Pacífico renacen
Los sentimientos tal después de un sueño
Los ojos infantiles se complacen
Dilatados en los cielos risueños.
* * *
Vasta amplitud -inmensidad- engañan,
Cóncavos cielos, redondez profunda
Del mar en luz —¡cuán amplios se confunden
En la paz de las aguas y natural
¡Ola ninguna ni florón de espuma,
O vela o iris de grandiosa calma,
Donde navego (reino-amor de Numa)
Cual navegaba yo dentro de mi alma!
iVedme en los horizontes luminosos!
Veo, tal como vi, los mudos Andes,
Terribles infinitos tempestuosos,
Nubes flotando —magnos espectáculos—
!Ea, divinal fantasía! incendio
Del pensamiento eterno —¡helo magnífico
AI Ande que alto ondea al Chimborazo,
A rayos de Inti, y voz del mar Pacífico!
* * *
Montes serpean, tronar de seguidos
Montes abarrancando escombro andino
Desde el azul mar al cielo azul —vértebras
Sobrepuestas del mundo y mundo dorso—
¡Cordillera eternal! ¡Eternos, grandes
Altares! ¡blanca niebla transparente!
Hay en andino piélago asombroso
Extraño iris, y un cual poder, sin tregua
Creciendo en el espacio, —azuladas
Diáfanas soledades de halo andino,
Donde morará su alma, ¡sacras formas
del éter!
y la algente y siempre y fina
Cortina a duros montes suspendida;
Y lo vago, lo humeante, lo profundo
De los que les son propios horizontes;
Siempre mirando al Guesa inmensos días.
* * *
Así fue navegando el mar Pacífico:
Aprendiendo el silencio de los montes;
La calma de las aguas, y que en místico
Velo, se oculta a medias gloria andina!
Modestia de las rocas: solo imítanla
Los de divinidad y virtud fuertes,
Que si resplendores a su frente agitan,
Virginidad, dolor guardan en pecho.
* * *
EI hombre fuerte: adoró silencioso,
Ojos cerrados cual se está en el templo,
Interno, eterno, fuerte y tan piadoso
Es de sí mismo, y a sí mismo es ejemplo;
Se sintió, Inti existiendo, estando en Dios.
Sintió ser en Dios-Alma necesaria
Su existencia, nube que, contingente,
A los límpidos cielos fue exaltada,
Al Corazón que ahora él contemplaba
Con la ciencia que ve más claramente.
Sondea más su abismo, más luz halla.
Era en la infancia un hombre-dios vidente.
* * *
No creyó en la esperanza, diosa humana;
Mas sí en la fe y gratitud que no olvida,
Porque es la añoranza y son las memorias,
Y el divino amor, no el interesado.
De esperanza es, en tanto, un sentimiento
De justicia futura. que lo encanta;
Empero antes de la visión del juicio,
Tuvo fe, y resignación, la santa.
Pensando, tierra sentía e1 cerebro
Donde la idea, cual árbol, se clava:
¡Recién nacido, del terreno verbo
Sintióse en Dios e irguió la frente de Inca!
* * *
Nevosa-lucia espuma, el lago oriente,
Sobre el Titicaca el alba brillaba.
Partió para el Oeste. EI Sol poniente,
Cuando de la corona desprendía
Grandes, como gloriosos pensamientos,
Lampos en los cerúleos cielos yermos,
Manco allí dando fin a las jornadas,
De la ciudad echó los fundamentos.
Todos, todos los sueños se cumplieron—
¡Se cumplen todos, todos! —del pasado,
El porvenir se ve; astros sonrientes
En nosotros, los vemos, encantados!
* * *
Del Guesa es la existencia del futuro;
Vivir en tierras par venir complace
Al Guesa consumir pan venidero,
Creencias de Allende, en amor de Natura:
Fecundas tierras donde le llovía
Eternal, irradiante pensamiento
Cristalino al que el Sol ideal el día
Naciente incásica abrió, suave, hermoso!
* * *
Viendo estaba la vesperal centella
Aurea y tan joven llegar a su ocaso:
¿Es del Chanca arrancarse trenza hermosa
O de la luz del ojo extinguidora?
* * *
"Y en los cielos lució, con la nostalgia
Y enamorado adiós, ¡oh! cuán hermoso
Del lirio del campo en la tarde abierto,
Igual que la noche, al misterioso hogar
"Blanda, amorosa, y ojos con instantes
De muerte debatiéndose por vida—
¡Oh Cusi Coyllur! brillos estelares,
Alegría que tornas tan querida
"La tierra por ti solo! es tanta y fuerte,
Tierno el dulzor con que en ella inclinas
EI rostro de antenoches matutinas—
Del Inca princesa, ñusta, ¿Y el consorte?
De Ollantay en las rocas, invisible,
En su fortaleza, alto él y fragoso,
Rebelde contra el rey, terrible se alza
O gime el dulce amor. Fue del guerrero,
Cuando Intisuyo, comarca de oriente
Alba luz de cegar, las alboradas
Que al Sol anuncian y candentes voces
De tunqui'* se oyen, de sangre consagradas.
Astral la mascapaicha, el manto fúlgido,
Regia insignia y resplandor de la frente,
Túpac Yupanqui desciende glorioso
De áureas andas. Saluda al Sol naciente;
Prosternado ya el grande pueblo ameno,
Recibida la bendición paterna
Coge el arado de oro, en campo nuevo
(Ved fiestas en la moral del prólogo)
Va el Inca labrando. Prorrumpen himnos
Los salmos de huacaylli y el que recuerda
Belicosas acciones y divinos
Virgíneos coros al rubor del alba.
¡Se encendieron, tronos de oro, los Andes!
Ya entre rayos de rubíes en llama,
Inti-Dios asentóse, eternas manos
Del cielo bendición de amor derrama!
El, el amado, el señor de la tierra.
De primores la viste, irradia en ella,
Torna en topacio el páramo celeste
Y por el firmamento va cruzando.
*Tunqui, hermoso pájaro selvático.
* * *
Así de Manco Cápac, al levante
Estando el día, amaneció hermoso:
¡Como espontánea humanidad amante
Floreció, ley moral, glorias terrestres!
EI Imperio del Inca es de dulzura
Que se hace amar y más querer divina
La realeza en aquéllos, por ventura,
Que la hacen real, a un dios solo condigna.
Ves en la cuna de invernal natura,
Entre el Ande y el Pacífico piélago,
Erguirse humana planta, en la pureza,
De tierra al sol; del Sol al Todo-Arcano:
De tierra al Sol, los Andes apuntaban;
El amor a la ley, Pléyade inspira;
¡Y el desierto asombroso de Atacama,
Al Dios-Desconocido —Pachacámac!
* * *
Ayunaba Atahualpa, silencioso,
Rodeado estaba por su vasta corte,
¡Marmóreo, calmo, andino, portentoso!
¡Sin ver los caballeros que acudían,
Jinetes que a los tímidos asustan!
En copas de oro sirven regia chicha
Bellas de negros ojos, talismanes
Del Inca al verlas, profanos se alteran.
Vasto horizonte, de noche chispean
Indios fuegos, "como astros", y de día
Las tiendas como mares albeaban.
Y un solo audaz, basta uno, no temblaba.
* * *
Del ibérico jefe y el inca andino
Amistosos saludos, ricas dádivas
Fueron cambiados. Viene el soberano
De los Andes bajando, al Occidente—
¡Gloria de abisal descenso! De viaje, Inti
En la misma ruta va con su hijo,
En postrer día, pueblo y dios, tal brillo
En la tierra, nadie antes, vio ostentado!
Rayo suyo, al ocaso su glorioso
Imperio el Sol portaba entre esplendores:
"Cadáver de oro", que el eterno enigma
Dejó de estos crepúsculos-albores.
* * *
De iris de Quito lucen pabellones;
Entre el ejército y el sol en la bóveda,
Grave avanza Atahualpa, cual saetas
En hispano campamento, ojos fijos.
No teme nada él entre sus guerreros
Veteranos tras él y rodeándolo;
Siendo nuncios foráneos de los cielos—
Pues en el bienvenido huésped creen!
Doble muestra de paz y de grandeza,
Honrar quiere el encuentro y una alianza
Suscribe con el blanco, a quien defienden
Rayos, truenos, corceles, lanza, espada.
El hailli triunfal canta la vanguardia,
Que el pueblo quiere y que resuena "infierno"
Al pérfido que acecha su llegada
Y el proyecto infernal resuelve interno.
Va el Inca a pernoctar en Cajamarca,
Entre amigos, en Casa-de-la-Sierpe
(¡Fascinación eterna!) -¡ay del monarca!
—Llegó. A la plaza entró. ¡Oh! el imprudente
¡Bien se vio que confiaba en tanto rayo
Que de sus esmeraldas relucían!
En su poniente el Sol (¡triste soslayo!)
En anda que los más nobles portaban!
Mira en torno: si están en su dominio—
— "?Dónde están?"
Religioso aquí el vicario
Viene andando. Atroz encara el Andino.
Habla en Cristo y preséntale el breviario...
¡De destinos del astro nube búrlase!
Inti lo abandonó, en el ocaso.
De Natura el gemir hondo, cuitado
Todo el Tahuantinsuyo penetró.
* * *
Sobre los tronos de oro andino calmas
De Incas veo sombras, visas broncíneos:
Manco Cápac, genio-dios, con las palmas
Del Sol benefactoras, que son cetro.
Sinchi Roca, después, el que celoso
Firma leyes, y en provincias cuartela
Tahuantinsuyo. Y Yoque Yupanqui,
Zurdo glorioso, es la tercera estrella.
Prosigue Mayta Cápac el benigno
Vencedor, que perdona, que socorre,
El Apurímac vence y es divino
Y practicando caridades muere.
El hijo, honra del padre, continúa:
Cápac Yupanqui. Y a éste Inca Roca
Honra y da lustre larga vida suya
con reformas. Del reino tan celeste
No digno es Yahuar Huácac indolente.
Pero cuán digno el hijo, ese rudo
Huiracocha, pastor, héroe, vidente,
Quien foránea conquista predijera.
Tito Manco Pachacútec a esa hora,
Semidiós, con la más vasta carona,
Quien revierte el mundo. Yupanqui lo honra,
A los suyos llevando aún a más gloria.
Lo honra, continuador, Túpac Yupanqui.
Cual Primero es último, Huaina eterno.
Y Huáscar y Atahualpa, el joven Manco,
Quienes no honraron corazón paterno—
¿Por qué? Tal lo predijo Huiracocha;
Y Huayna Cápac lo sentía viendo
De lo Desconocido ya gran tea
Mas creyendo otro el modo de encenderla.
* * *
¡Oh, en balde los filósofos ponderan
De ese bello país su altiva infancia.
Si apóstoles buenos, que a Dios imitan,
Viniesen —y así el amor evangélico!
Moisés hubo venido, que fue Manco,
¡Mas no ví no Jesús!; vino Castilla
En su nombre: Y así es como ahora
Quien es Vida, fue muerte. Luminaria.
Del Sol, -amor y luz de la natura,-
La inocencia comiendo en platos de oro—
¡Cuánta miseria! el corazón de un Guesa
Encarnación de todos los tesoros,
De alegría, pureza, adolescencia,—
¡Era ofrenda del cielo! ¡virtud tierna!
Del sacrificio, del candor, y ciencia
De religión que enseña mansedumbre!
—Sacro fuego de templos apagaron;
Del Sol prostituyeron sacras vírgenes;
A santos sacerdotes dispersaron
Por los montes —comieron canes de ellos.
***
Sousândrade (Guimarães, 1833-São Luís, 1902)
Versión de Javier Sologuren
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Canto XI
Quando as estrelas, cintilada a esfera,
Da luz radial rabiscam todo o oceano
Que uma brisa gentil de primavera,
Qual alva duna os alvejantes panos,
Cândida assopra, — da hora adamantina
Velando, nauta do convés, o Guesa
Amava a solidão, doce bonina
Que abre e às douradas alvoradas reza.
Ora, no mar Pacífico ,renascem
Os sentimentos, qual depois de um sonho
Os olhos de um menino se comprazem
Grande-abertos aos céus de luz risonhos.
* * *
Vasta amplidão -imensidade- iludem,
Côncavos céus, profunda redondeza
Do mar em luz - quão amplos se confundem
Na paz das águas e da natureza!
Nem uma vaga, nem florão d'espuma,
Ou vela ou íris à grandiosa calma,
Onde eu navego (reino-amor de Numa)
Qual navegava dentro da minha alma!
Eis-me nos horizontes luminosos!
Eu vejo, qual eu via, os mudos Andes,
Terríveis infinitos tempestuosos,
Nuvens flutuando —os espetac'los grandes—
Eia, imaginação divina! abraso
Do pensamento eterno —ei-lo magnífico
Aos Andes, que ondam alto ao Chimborazo,
Aos raios d'Inti, à voz do mar Pacífico!
* * *
E andam montanhas, trovoar de crebros
Montes, abarrancando o ândeo destroço,
Desde o azul mar ao céu azul —vértebros
Sobrepostos do mundo e mundo dorso-
Cordilheira eternal! eternos, grandes
Altares! —alva transparente névoa!
Há no assombroso pélago dos Andes
Iris estranho; e um qual-poder, sem trégua
Avultando no espaço —as aniladas
Diáfanas solidões do nimbo andino,
Onde sua alma habitará, sagradas
Formas do Éter!
E sempre a algente, fino
Cortinado suspenso aos duros montes;
E o vago, a fumarento, a profundeza
Dos que são-Ihes os próprios horizontes;
E imensos dias sempre olhando o Guesa.
* * *
Assim navegou ele o mar Pacífico:
Aprendendo o silêncio, da montanha;
Das águas, esta calma; e que em véu místico
Meio oculta-se a glória ândea, tamanha!
Modéstia dos rochedos: sós a imitam
Os fortes de virtude e divindade,
Que, resplendores se lhe à fronte agitam,
Guardam no peito a dor e a virgindade.
* * *
O homem forte: adorou silencioso,
Cerrados olhos qual quem ´stá no templo
Interno, eterno; e forte e tão piedoso
e si mesmo, e a si mesmo sendo exemplo:
Sentiu-se, Inti existindo, estando em Deus.
Sentiu ser em Deus-Alma necessária
Sua existência, nuvem que precária
Era animada à limpidez dos céus,
Ao Coração - que ele ora contemplava
Com a ciência, que vê mais claramente,
Mais sonda o abismo seu, mais luz achava.
Era na infância um homem-deus vidente.
* * *
Na deusa dos mortais não creu, na esp'rança;
Creu fé, na gratidão que não esquece,
Porque é a saudade, é a lembrança
E o divo amor, que o outro é d'interesse.
Entanto, é da esperança um sentimento
De justiça futura, que o encanta;
Mas, antes que a visão do julgamento,
Creu fé, e houve resignação, a santa.
Meditando, sentia terra o cérebro
Onde a idéia, qual arvor', se lhe enfinca::
E recém-nado, do terreno verbo
Sentiu-se em Deus e ergueu a fronte d'lnca!
* * *
Nevosa-nédia espuma, o lago-oriente,
Brilhava em Titicaca o albor do dia.
Ele partiu pr'a o oeste. O Sol ponente,
Bem quando da coroa desprendia
Grandes, qual gloriosos pensamentos,
Relâmpagos nos céus cerúleos ermos,
Ali Manco, à jornada pondo termos,
Lançou da capital os fundamentos.
E os sonhos todos, todos se cumpriram —
Cumprem-se todos, todos! — do passado,
Vê-se o porvir; os astros que sorriam
Em nós, depois os vemos, encantados!
* * *
E é do Guesa a existência do futuro;
Viver nas terras do porvir, ao Guesa
Compraz, se alimentar de pão venturo,
Crenças do Além, no amor da Natureza:
Fecundas terras, onde lhe chovia
Eterno pensamento, irradioso,
Cristalino, a que ao Sol ideal o dia
Ortivo incásio abriu, doce e formoso!
* * *
´Stava ele olhando a vesperal centelha
Áurea e tão jovem se apagar no ocaso:
E de Chasca o arrancar-se a trança bela
Ou d'olhos destruidora a luz, acaso?
"E cintilou nos céus, com a saudade
E o namorado adeus, oh! quão formoso
Da açucena do campo aberta à tarde,
Da noite ao modo, ao lar misterioso
"Branda, amorosa, os olhos co'os instantes
De morte que debate-se por vida –
Ó Kusi-Kkóillur! brilhos estelantes,
Alegria, que fazes tão querida
"A terra, por ti só! tanta é, tão forte
Meiga a doçura com que a ela inclinas
A face de antenoites matutinas—
Princesa e nhusta do Inca, onde o consorte?
De Olhantai nos rochedos, invisível
Na fortaleza sua, alto, fragueiro,
Revolto, ou contra o rei s'ergue terrível
Ou geme o doce amor. Teve-a o guerreiro
Quando lnti-Súiu, na comarca oriente
Alva a luz de cegar, as alvoradas
Anunciando o Sol; vozes candentes
De túnqui a ouvir, do sangue consagradas.
—Fúlgur o manto, astral a mascapaicha,
Insígnia régia e resplendor da fronte,
Glorioso Tupac-Iupânqui baixa
Do áureo andor. Já saúda ao Sol desponte;
Já prosternado o ameno e grande povo,
Tomada a bênção paternal, eis logo
Toma do arado de ouro e em campo novo
(Lede-lhe as festas na moral do prólogo)
Vai o Inca lavrando. Rompem de hinos,
Os salmos d'huacáilhi e o que memora
Belicosas ações, e os tão divinos
Coros das virgens ao rubor da aurora.
—Aclararam-se, tronos de ouro, os Andes!
Já dentre raios de rubis em chama,
lnti-Deus assentou-se, e a eternas,
grandes Mãos, as bênçãos de amor dos céus
derrama!
Ele, o amado e senhor da terra, a veste
De primores e a cobre irradiando,
Muda em topázio o páramo celeste
E vai no firmamento atravessando.
* * *
Assim de Manco-Cápac, ao levante
'Stando o dia, formoso amanhecera:
Como espontânea a humanidade amante
Floriu, da lei moral, glórias na terra!
E é doce o império do Inca, da doçura
Que faz amar-se e mais querer divina
A realeza naqueles, porventura,
Que a fazem real, a um deus, tão só,
condigna.
No berço vês da in-hiema natureza,
Dentre Andes e o Pacífico oceano,
Erguer-se a humana planta, na pureza,
Da terra, ao Sol; do Sol, ao Todo-Arcano:
Da terra ao Sol, os Andes apontavam;
Do amor as leis, as Plêiades ditavam;
E o deserto assombroso de Atacama,
Ao Deus-Desconhecido — Pachacâmac!
* * *
Jejuava Ataualpa, silencioso,
De sua vasta corte rodeado,
Marmóreo, calmo, andino, grandioso!
Nem olha os cavaleiros que hão chegado,
Que, gineteando, a tímidos pavoram!
—Em taças de ouro servem régia chicha
Belas de negros olhos, buenadichas
Do Inca.— Profanos, só de as ver, descoram.
Vasto o horizonte, a noite cintilavam
Índios fogos, 'como astros'; e de dia
As tendas, como mares, alvejavam;
E um só audaz, que um basta, não tremia.
* * *
Do ibério chefe e o imperador andeano
Amigas saudações, ricos presentes
Foram trocados. Já o soberano
Vem dos Andes descendo, aos ocidentes
Glório descer do abismo! Inti e seu filho,
Viu-se na mesma estrada jornadeando,
No último dia: e povo e deus, tal brilho
Na terra, antes ninguém vira ostentando!
Raio seu, para o ocaso o seu império
Glorioso o Sol levava entre esplendores:
'Cadáver de ouro', que o etereal mistério
Deixou destes crespúsculos-albores.
* * *
Luzem os pavilhões d'íris de Quito:
Dentre o exército e o Sol no firmamento,
Vem solene Ataualpa, os olhos fitos,
Qual setas, no espanhol acampamento.
Nada ele teme dentre seus guerreiros
Veteranos, que o seguem, que o rodeiam;
E dos céus sendo enviados estrangeiros
Que no hóspede benvindo todos creiam!
Dupla amostra, de paz e de grandeza,
Quer ele honrar o encontro que aliança
Firma co'o branco, que há para defesa
Raios, trovões, corcéis, espada e lança.
O hailhi triunfal canta a vanguarda,
Querido ao povo, e que ressoa 'inferno'
Ao pérfido que espreita-lhe a chegada
E projeto infernal resolve interno.
O Inca vem pernoital' em (axamarca
Entre amigos, na Casa-da-serpente
(Fascinação eterna!) — ai do monarca!
—Chegou. A praça entrou.- Oh! o imprudente
Bem via-se confiar em tanto raio
Que as esmeraldas suas rutilavam!
O sol, ao pôr-do-sol, (triste soslaio!)
No áureo andor, que os mais nobres
carregavam!
—Olha ao redor: se estão em seu domínio—
'Onde estão'?
Religioso eis o vigário
Vem caminhando. Atroz, encara o Andino.
Fala em Cristo e apresenta o breviário ...
Nuvem que zomba dos destinos do astro!
lnti, deixando o ocaso, o abandonou.
De Natura o gemer fundo e desastro,
Todo Tauantinsúiu penetrou.
* * *
Dos Andes sobre o trono de ouro calmas
Vejo as sombras dos Incas, êneo o aspecto:
Manco-Cápac o gênio-deus, co'as palmas
Benfeitoras do Sol, que são-lhe o cetro.
Sinchi-Roca, depois, o que zeloso
Firma as leis e em províncias esquartela
Tauantinsúiu. O canho glorioso
Lhoque-Iupânqui, é a terceira estrela.
Depois, é Maita-Cápac o benigno
Vencedor, que perdoa, que socorre,
O Apurímac vence e é já divino
Que, praticando a caridade, morre.
O filho, honra do pai, o continua
Capac-Iupânqui. E Inca-Roca a este
Honra e abrilhanta a longa vida sua
Co'as reformas. Do reino tão celeste,
Não digno é Iauar-Huácac indolente.
Porém, quão digno o filho, esse fragueiro
Huiracocha, pastor, herói, vidente,
Que a conquista prediz pelo estrangeiro.
Titu-Manco-Pachacutec a essa hora
Há a mais vasta coroa e é qual um deus
Reversor do universo. Iupânqui o honra,
Ainda a mais glória conduzindo os seus.
Honra-o, continuador, Tupac-Iupânqui.
Qual o Primeiro é o último, Huaina eterno.
—E Huáscar e Ataualpa e o jovem Manco,
Que não honraram o coração paterno—
Por quê? Como predisse-o Huiracocha;
E Huaina-Cápac o sentia, vendo
Já do Desconhecido a grande tocha,
Mas, outro o modo de acendê-la crendo.
* * *
Oh, debalde os filósofos meditam
Na infância altiva de um país tão belo,
Se os apóstolos bons, que o Deus imitam,
Viessem - o amor viesse do Evangelho!
Tinha vindo Moisés, que Manco o fora,
Faltando vir Jesus; veio Castela
Em nome dele: e desta vez agora,
Quem é a Vida, foi a morte. A estrela
Do Sol, —o amor e a luz da natureza, —
E a inocência comendo em pratos de ouro
Quanta miséria! O coração de um Guesa
Encarnação de todos os tesouros,
De alegria, pureza, adolescência, —
Era a of'renda dos céus! meiga virtude
Do sacrifício de candor, e ciência
De religião que ensina mansuetude!
—Sacro fogo dos templos, apagaram;
Sacras virgens do Sol, prostituíram;
Aos santos sacerdotes, dispersaram
Nas serras - deles a seus cães nutriram.