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El 11 de diciembre de 2025, la comparecencia infinita terminó su fase de actualizaciones diarias. Agradecemos a todxs lxs lectorxs e colaboradorxs. Sin su apoyo no habría seguido adelante este proyecto que nació en abril de 2017 y que vivió un período de inactividad desde el 12 de diciembre de 2018 hasta el 10 de febrero de 2020. Este año homenajeamos también a Jorge Aulicino, escritor y poeta argentino que nos ha dejado el pasado julio, sin el cual no habríamos llegado al formato de actualizaciones diarias. La siguiente fase de la comparecencia infinita será de actualizaciones inusitadas, destellos e intermitencias en la bandeja de correo de cientos de suscriptorxs y de miles de lectorxs. A lxs colaboradorxs pedimos que sigan enviando material, será, como siempre, bien recibido. Volveremos, pero a pequeñas dosis esporádicas. Hasta cuando sea, gracias totales.

domingo, 7 de julio de 2024

yves di manno / nota de cabecera








Al dejar en la última primavera la morada de mis ancestros, percibí en un campo las primeras ramas de los ciruelos en flor. Ese espectáculo me recordó el jardín donde mis hermanas y yo misma jugábamos en nuestra infancia. Hice detener el palanquín y rogué a una sirvienta que me recogiera un ramo que conservé conmigo por el resto del viaje. Buscando entre mis cosas un pincel de seda dura, hoy lo vuelvo a encontrar, apretado en un pañuelo blanco. De mis hermanas no tengo noticias y al esposo que me llevó, apenas lo entreveo. Es demasiada larga la distancia que nos separa de los que amamos —demasiado corto el descuido de nuestros años jóvenes. Trazando estas palabras sobre el papel, mi mano tiembla ligeramente. Tenemos razón en decir:

Mucho después
De que las flores del huerto
Hayan cubierto el suelo
La tristeza todavía oprime
El corazón del exilado.

***
Yves di Manno (Sainte-Foy-lès-Lyon, 1954)
Versión de Jorge Fondebrider

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Note de chevet

*

En quittant au printemps dernier la demeure de mes ancêtres, j'aperçus dans un champ les premières branches de pruniers en fleurs. Ce spectacle me rappela le jardin où mes sœurs et moi-même jouions dans notre enfance. Je fis arrêter le palanquin et priai une servante d'aller m'en cueillir un rameau, que je conservai près de moi le reste du voyage. Cherchant dans mes affaires un pinceau de soie dure, je le retrouve aujourd'hui, serré dans une écharpe blance. De mes sœeurs, je n'ai pas de nouvelles et l'époux qui m'a emmenée, je l'entrevois à peine. Elle est trop longue, la distance qui nous sépare de ceux que nous aimons —trop courte, l'insouciance de nos jeunes années. Traçant ces mots sur le papier, ma main tremble légèrement. On a raison de dire:

Bien après
Que les fleurs du verger
Aient jonché le sol
La tristesse étreint encore
Le cœur de l'exilé.

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