miércoles, 21 de febrero de 2024

marosa di giorgio / dos poemas













Las tías 

*

Rosicler y Demonia venían bajando las cuestas. Después del mediodía las vimos. Descendían las lomas donde parecía que nunca iba a ponerse el sol. Allá arriba estaban sus siluetas, negras con sombrilla roja,
o rojas con sombrilla negra. 

Demoraban dos horas más o menos, en llegar. Las divisábamos y siempre estaban allá. Después de un breve descanso salíamos a mirarlas y ellas proseguían bajando sin llegar.

Al fin! pisaron los huertos, el jardín de duraznos y violeta. Media hora después tocaron el portal. Plegaban las sombrillas; los mayores les hacían reverencias; los más chicos ofrecían canastitas colmadas de pimpollos de rosa.

Todo esto ocurría cada vez que venían visitas. No sólo por ellas.

Rosicler y Demonia se sentaron bajo el emparrado; luego, solas, fueron al comedor y a la sala y a un dormitorio, y se acostaron y durmieron. Las sombrillas rojas o negras en el suelo, como enormes campanillas.

Cada una tenía en el suelo, a su lado, la sombrilla.

Por gentileza todos nos acostamos y dormimos, nos dábamos las buenas tardes.

Y cuando ellas despertaron también nosotros lo hacíamos, y marchamos todos al patio a beber un té. “De menta” “De muerta” “De alelí”. Y de camelia.

Ellas hablaron de lo que ocurría atrás de las lomas y más allá. Los sembrados, una pequeña guerra sin ningún duelo.

Pero eran insólitos los comentarios, la interpretación que daban. Una de las niñas lo apuntó ansiosamente en su cuaderno. 

Antes de que el sol comenzara a declinar, abrieron, de súbito, los paraguas. Parecían, al ponerse de pie, muy altas, como si hubieran crecido.

La casa, después que se fueron, quedó desfigurada, levemente desfigurada.

Por ejemplo, yo me acosté en el suelo. Bajó un pájaro desde lo alto y elevó un pollito. Una mariposa se partió en dos, y cada mitad volvíase otra mariposa, grande y asombrosa. Las dos mitades completas giraban.

Y se enfrentaban como peleándose.

~

La Trinidad

*

Algunas noches la Trinidad pasaba debajo del cielo, cerca de la tierra.

Era una construcción gloriosa y lúgubre. Yo distinguía los ojos del Padre brillando como brasas, los ojos del Hijo brillando como brasas; y entre ambos muchas alas confusas y sombrías: esto era el Espíritu Santo con las alas paradas, fijas.

Todo era una construcción desnivelada, fija, que pasaba volando, con los bordes ferozmente abrillantados.

Y cuando se había ido parecía chiquitito, como si hubieran pasado tres abejas juntas.

La azucena estaba crecida con las blancas copas al cielo; esa hortensia parecía uvas; la otra hortensia un ramo de rosas. Y la honguera. De la honguera salían con miedo unos honguitos, redondos y afelpados, que corrían un poco, corrían con miedo; como si fueran órganos sexuales que no perteneciesen a ningún cuerpo.

***
Marosa di Giorgio (Salto, 1932-Montevideo, 2004)

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