domingo, 23 de febrero de 2020

eduardo espina / tres poemas









La música que dejamos entrar hace un rato
(Bienvenidos al país de los factores)

*

Por ser mañana luego, el azar se sentía locatario.
En las restantes estaciones, imagina los confines
hasta encontrar una vida posterior, tal cual sigue.
Su tono pasó dejándole a los ojos un sentimiento,
preguntas que para los petirrojos serían cosa seria.
¿Fue el alma fiel a la fe al quedar lejos de aquello
llamado a nacer en el país de las yapas paternas a
cuya orilla las noches traían a los recién llegados?
Siglos, semanas bajando de los barcos por quedar
a merced de una quimera convertida en querencia.
De aquella era el atardecer no dejó de lado ningún
resto afín, ni hasta ninguna manera de responder a
la historia por no tener que recordarla de memoria.
Nadie por seguro, sabe cómo habrá sido la primera
mirada al pisar la escollera, el rumor en tránsito del
segundo dialecto al querer entenderlo, todo eso que
hace por inseparable a la información de la persona
acercándose cansada a tanta invisibilidad disponible.
Con la muerte de Papá, de Mamá, que fue la misma
hasta que se dieron cuenta, algunas voces volvieron
al mundo a planear muy pronto el regreso al idioma.
En esa borrosa superficie por no saber ser nativa de
otra manera, la verdad cambiaba a cada rato de tren.
En alguna estación que ha de haber estado, según el
nacimiento del ánimo anunciara la luz de hace días,
las cosas supieron perdonar para agregar un detalle
cada vez menos social a las situaciones, al plan sin
pasado por delante que debió alguna vez tener días,
años y lunes a los cuales se acercaba un significado.
Donde la memoria habla, creí haber escuchado que
las cosas en tanto sean sienten al tiempo en la sien,
que la belleza pasa por la gramática, por las dudas.
Todo eso que podría ceder a solas un viajero de acá.
El tiempo de quienes salieron para llegar acercó a la
parentela que por algo agradeció demasiado pronto.
Creímos haber oído in medias res, conocer a quienes
comprendieron alguna vez el miedo a las respuestas,
aunque algo pasó antes de poder creer para siempre.
En un cuadro de M. C. Escher, una mano reemplaza
a la otra, dándole un porvenir a las huellas digitales.
Las manos, con las que el mundo golpea a la puerta.
Mi tatarabuelo las usó en un sembradío, uno de mis
bisabuelos, el que se llamó como yo, Eduardo, hizo
brioches en una confitería, en la cual trabajó hasta
comprarse, meses antes de morir, un tambo, chico.
Un tambo diminuto, donde el eco tuvo voz propia.
También allí las manos entre las vacas y mi abuelo,
de día, gran chalán de ticholos, de noche guitarrero
en algún arrabal del cual lo más seguro es que nadie
sabe qué palabra para hablar los esperó en el puerto.
La descendencia bajó de los barcos lentos para decir.
Tuvimos, fue una suerte, creo oír su nómada modo al
decirlo, la época ideal pero faltó saber cuándo y qué
adverbio darle a cuantos recorrieron el lar a lo largo
de las índoles, con el pampero regio como heredero.
La ignorancia del instinto los dejó donde la vida da
la vuelta y adivina quiénes más irán al río con ellos.
Vinieron de Italia, de España, algunos, hasta que el
verbo venir se convirtió en ‘recién acaban de llegar’.
Esa tarde de ayer, el subjuntivo incluyó al vosotros.
Quisiera regresar al sortilegio elegido por el olvido,
conocer antes de que la mala memoria vea una parte
de los sentimientos agregados a la historia actual, al
mecanismo nacido como soluciones sin importancia
mientras sigan existiendo horas debidas a las demás.
El juego imprevisto que de pronto tan lejos los trajo a
la respiración del Sur siente un silencio como de cielo
absuelto por el esplendor antes de sacarse los zapatos.
Por ellos llego a decir y sin dejarlo para luego lo hago.
Devuelvo a los ojos las imágenes de un país en medio,
imagino el rostro del primero al pisar la patria, la cara
entrando al desconocimiento que rápido los manda de
regreso a donde la nada y no saberlo, son ya lo mismo.

~

El palacio de la práctica
(Arte poética)

Hubo voces donde las oían, se dieron
a idolatrar la invencibilidad en bienes
debidos al cabildeo de quienes al caer
con cara de Ícaro abrían la brecha a la
dicha cada vez que del balcón hablara
sin ton ni son las nueve al descubrir el
desorden del destino entre gramáticas
cuyo logro lograra avivar el seso y cesa
de nacer, porque al César, lo que es del
César y a la Poesía, lo que imaginó Dios.
Asomándose al papiro apela al suspiro
para pasar la pócima a los escorpiones,
y todo, por un propósito, por no ver lo
porno cuyo porvenir pospone a medias
la verdad del hado al irse por las ramas
derramando ritmos para que nadie diga,
pues derrama, melodías, días, hipótesis.
Llega desde el hoy como asimismo algo.
Y pensar que todo era antes hasta ayer,
y pensar, que usaban lábaros y bibelot,
sílabas para releer sin mover los labios.
Al girar dejaba al ojo regio los espejos
junto a la jauría del animal geminiano,
y para el caracú rodeado de ocasiones,
salarios, lares, alrededores derribados.
Como buen anubis dispara su carabina
de pecados en época pasada y en esta,
ante la imposible misión se despluma
el plañidero que andaba de cara larga
viendo a las palabras morir abrazadas.
A la ebria letra le parece sentirse bien.
Ay o ah de mí mientras más me elogio,
ah del cielo por hacer que pasen cosas,
cosas como decir, tengo sed, afuera ya
es febrero, cada oído oye al santo botón,
iba la bizca al novio beodo atravesando
charcos con ronchas de la cintura para
abajo y va la sabiduría al arado debido
al buey cuyo valle, está de parabienes.
Cosas que para la poesía serían ahora.
Será para la página el país otra patria
aprendiendo a preguntarle al primero
que puso un pie donde el aire entrara.
Bajo la forma de nada cuanto era oral
por ser cuando el deseo tenía precio y
prisa la palabra para llegar al silencio,
son estrofas ante las cuales cualquiera
de las causas haría lo mismo: miraría.
Mirar o correr el riesgo de perder a la
era en hora buena, será cosa de saber
a quiénes les sirve pensar en voz baja.
¡Qué idioma para disecar en cantidad!
¡Cuánto eco a encontrar en cautiverio!
Sí, cosas veredes a partir de las silvas
cuya valía lo sabrá: difícil cantar todo.
Cantar a la pata y al pomo homónimo,
al mundo, con imágenes involuntarias.
Eso o a su vez sacar acaso de la galera
el canto a priori de un cuerpo privado
echándose a dormir la mona a lo largo
del ejemplo que fue planta o literatura,
sarandí y sentido en sentido contrario.
Debes suponer: nadie rasguea para oír
a la mano amontonada queriendo ver a
quien venga pues la noche se inicia con
acento de augur muy seguro que pocos
palpan, habrase visto pacto semejante.
Así por si un pulgar en el pulso asume
su amorío a las odas dando que hablar,
viene de pasear en ciempiés al poema
mencionado en las enciclopedias, dice,
la naturaleza lo pensó por sí sola, hizo
al universo sentirse bien aunque ceda
y de seda la prenda del buen aprendiz
apresurándose a borrar lo que razona.
Por ser cuando las cosas le salen bien,
el vértigo procura, al ritmo no le resta
importancia por quedarse un mes más
sin ir al cine ni sentir la voz del vecino.
Dando el brazo a torcer, asesina al Ser
para saber cómo será morir a su modo,
bailar la cumbia humana con algarabía.
Entonces, si poesía sería dudar de todo
para llamar la atención del tiempo, haz
que las eras arrasen los cielos al pasar,
haz un sonido donde nadie deba temer
al teruteru pues la historia, no terminó.
La poesía es hacer que lo callado llame
la atención del silencio, que lo sensible
hable bien de la idea durando donde el
músculo duerme y la muerte enternece.
Es hacer que lo cierto suceda despacio.
No da el idioma al alma consejo mejor:
paga las deudas con la palabra arábiga,
con el galimatías de la persona clásica.
Sintiendo sustantivos, alaba la manera
de prestar atención, osa tan astuto un
sudor apropiado, pensable, especular,
con rasgos inaugurados por quien a la
copla plana eligiera en plena parranda
para aclarar al otro tanto atorado en la
mirada si no comprendiera tan atraída.
Hablando, alaba a las sílabas al saberlo,
alaba a la lengua gratis salvada a gatas.
Lengua como guarao cuando empieza a
ser y no para, hasta perder la paciencia.
A modo de adornar los bajos instintos,
su imán no media ni cede. Dice: para la
vida un canon, para la poesía, un cañón.

~

El cine lo hizo casi todo por sí solo
(Los días cuando fuimos los mismos personajes)

Quién no quiso hacer suya a la rubia del descapotable
para preguntarle cómo ha sido ser la hetaira que atraía
a los ojos elegidos por las imágenes para dejarlos mirar.
Ocurría en una pantalla mientras alguien caído en la fila
de atrás decía, “cariño, dame más maníes con chocolate”.
La ilusión vivía de golosinas unas más chicas que otras,
al pretérito a pesar de haber sucedido le pasaban cosas
para querer enseguida, tal vez en algún país semejante.
Sin hacerle caso a las ocasiones perdidas salimos hacia
la cima llevando al idioma a donde más lo necesitaban,
al epílogo de las ideas al hacerlo por su cuenta porque,
la historia aquella podría pertenecer a los cortos antes
de cada película, cine de sinopsis, igual, a la vida misma.
La rapidez del hado dejó de lado el orden según el cual,
y lo supimos, mientras una mano entraba a los bolsillos
y la tuya al tocar el tambor ¡de mi duda!, tan abundante.
Acerca de un sentimiento subido de tono y de los labios
con olor a garrapiñada, no dijimos todo además de algo.
Pasamos la noche durmiendo una siesta en la tumba de
Onán donde de ida a dónde íbamos dimos al absurdo de
seguir un tiro de gracias y tú, por agarrarte de los pelos,
perdiste la oportunidad de entrar al pasado despeinada.
Pasó una hora y a la hora de haber pasado pasó otra, yo
pregunté lo que tú también, porque era sábado y llovía,
la vida iba y venía para que el destino a destajo la viera
verse al espejo cuan cante jondo muy de vez en cuando.
Dada la danza de ese sino los deseos sirvieron de poco,
el cine fue para la inercia lo que un canto para el cisne.
Había oraciones sórdidas escritas en la pared del baño,
“Beto marica y facho”, había, papeles en el piso con un
recado que no vimos de una vez por todas, ni tampoco,
a quien pedía socorro atropellado en pleno boulevard.
Durando a dos voces sentimos la sensación de saberlo,
lívidos y adivinos hasta perder la pista en paisajes que
fue necesario conocer con la certeza de un sentimiento.
Para entonces la luz con su azoro sorprendió a uno solo.
Con un ojo ajeno antes de ser tuyo, y luego dos, ¿míos?,
encontramos la realidad donde la vida supo qué hacer.
La muchacha corría con la amplia virtud de tener toda
la carne en el asador, un aspecto para mirar al mundo
desde la voluntad en representación del pensamiento.
Tenía el infinito a favor y la fe, con las horas contadas.
Su personaje en jaque prefirió no tener tan pronto frío,
no saber qué verdad vino al universo a quedar a mano
a modo de excusa, cuando bueno hubiera sido conocer.
Yo apenas supe preguntar y por guiar al entendimiento
las interrogantes dieron ganas de abrir varias ventanas,
ser parte otoñal de algún aledaño con sus años encima.
La respuesta estaba, y en la invisibilidad hablando sola
la niebla vino a visitar a quienes quisieron añadir ratos
a las horas del hombre y la mujer al perder su sombra.
El aire que la vio a vuelo de pájaro, oyó a la vida venir.
En la película mientras tanto, ambos a gachas vinimos
a conocer la zona menos cierta, a existir ante lo propio.
La novia del descapotable manejaba la verdad con ella
(la película la vimos en el cine Ambassador), y después
de American Grafitti vimos a una fila de seres y gente, al
malón humano esperando para ver la función siguiente
cuando eran las diez de una noche y dijiste, y ahora qué
cenamos, como antes habías dicho, qué ropa me pongo.
Hacía frío, del aire salía hielo y del tiempo, los minutos.
Cruzamos las avenidas buscando algo que desconocías
bien qué sería, quizá la pocilga donde engullir mollejas
viejas, miramos el menú, seguimos de largo, saludamos
a la ciudad cedida al convidado con manduca en la boca.
Antes de la penúltima vez de olvidar en vano movimos
las piernas como quien da el próximo paso, pensamos
en la película y no sé si yo, ¡o tú!, tarareó la canción del
asunto inusitado, Runaway porque el falsetto al vibrar
en la voz de Del Shannon dio la idea de que el destino
habría llegado, aunque volviera la pregunta al principio
del Espíritu Santo ansiando estar lejos, cuanto más lejos
mejor de los ojos, del torso al quedar perdonado recién.
Tal como creímos haberlo dicho, la dicha duró noventa
minutos durante los cuales fue su condición la culpable,
y para peor, el entusiasmo se hacía pasar por uruguayo.
En los sueños del azar el deseo iba de una vez por todas,
y más hacia delante iría el Thunderbird blanco, como si
la molicie del conocimiento hubiese tenido que ver con
la vida en días sin hoy, pero en los demás, quien maneja
el sedán descapotable cruza las calles por donde anduvo
el orvallo averiguando, ¿sería el halo iluso de la suerte el
del semáforo al hacer frente al fario del dolce far niente?
Como supuso alguien antes de que nadie más lo supiese,
a la ruina del yo llegaban autos amarillos hallados desde
ayer en la visible noche atravesada por rayos y centellas.
Era, 1974. En el país del año, nada existía por añadidura.
¿Debería agregar a la mirada las cosas oídas entre voces?
Porque el mundo humano de aquí en más es un misterio,
vimos a Lautréamont sin que fuera él, sino uno semejante
buscando en el eco candores que le hablaran en voz tenue.
A ese, con ansias e iniciales lo vimos a los pies del instinto
que entendía la dicha de una belleza cuya dosis salida del
error posterior al cuerpo reparaba entre remembranzas
la parsimonia de seres asomados a la mirada en cuclillas.
Vinimos a caer rendidos, a repetir en pleno solsticio una
cierta causa exterior ocupada por el clima a medianoche.
El esplín se llenó de parsimonia, como de horas hechas en
alguna noche, aparte del cuchitril a donde ínfimos fuimos
a morir pues, en las buenas películas, alguien debe morir.
Quedamos en eso, solos por ser dúo, sin orden ni dones
para darle a la duración del vacío mantenido en secreto.
Lo que vino además de muy poco, fue tiempo, despacio.
Parados a la salida del cine pensando en si lo haríamos,
pasamos a la próxima frase según la cual, dijimos algo.
Pasó la época sin que al río le pareciera bien, pasó esto,
pasaron taxis, ocupados, centímetros de introducción
al método, y una novia de cuyos labios abiertos salían
canciones suficientes para decirle al azar que siguiera
de largo. Vimos al mal estar cerca de las cosas ciertas.
Un hombre y una mujer, viendo desde donde estaban.
De a uno a solas, en cine serán como solo la vida sabe.

***
Eduardo Espina (Montevideo, 1954)

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