jueves, 15 de noviembre de 2018

tulio mora / de "cementerio general"









Pascual de Andagoya
(1498- 1548)

Sólo yo supe el nombre de este reino
             por el joven Panquiaco, hijo del cacique
de Comagre: Birú (suave como un beso),
             que corrompió la soldadesca
llamándolo Perú.
             Y a pesar de mi aversión
a las faenas de guerra
             y a la áspera floresta de los trópicos
decidí ser el primero en descubrirlo.
             No me llamare, como el cronista
Oviedo, al relatar mis peripecias,
             un hombre falto de aventura,
ni tendré rubor de volver a confesar
            que renuncié a su conquista
cuando caí de una canoa y me harté
            del agua cenagosa hasta quedar tullido,
si a ello sumó la muerte de mi esposa
            y la cárcel que sufrí en Nicaragua,
admitirán que fue cosa de Dios o del azar
            que no arribase a estas tierras
antes que los socios de Pizarro.
             Lo sé porque a Cuzco fui a morir
y no seguí los complicados jeroglíficos
            del cielo o de los mapas
sino el reguero de cadáveres 
            a todo lo largo del camino,
Si me liberé de cometer
            crímenes atroces y vergüenzas peores
¿qué remordimiento he de guardar
            por mi buena o mala suerte?
Pero le debo el nombre a este país,
            me pertenecen sus sílabas austeras
que aluden al aullido trágico y ventral 
            de un cementerio general.
Eso me echa más culpas que Pizarro.

~~~

Túpac Amaru
(1740- 1781)

Todavía hablan de mí situándome en el centro
             de la imagen -las cuerdas, los caballos,
mi cuerpo que defiende la unidad intacta
             de sus miembros-, y remordidos
prefieren mantenerme ingrávido en el aire.
             Se llenan de frases elegantes al citarme:
Aquí no hay más culpables que tú y yo,
             tú por someter a mi pueblo,
yo por pretender liberarlo.
             Y hasta el horror se les antoja recurrente
al indagar en los folios del castigo
             lo barroco de mi queja: Onze coronas
de hierro con puntas muy agudas,
             que le han de poner en la cabeza…
…Por la parte del cerebro se le introducirán
             tres puntas de hierro ardiendo
que le saldrán por la boca…
            Qué decir de sus sospechas,
siempre irreprochables, al implicar
             en la forma torturada
una metáfora de culpas nacionales
             (el equilibrio entre mi cuerpo indivisible
y el verdugo que quiere fragmentarlo,
             ¿no evoca al equilibrio suicida del Perú,
su imposible armonía?).
              Y se escudan en los mitos y obsequiosos
de palabras fermentan en mis miembros mutilados
              (por los que yo sufro
mientras ellos investigan)
               inconcretables utopías: Cuando su cabeza,
que escondieron debajo de palacio de gobierno,
               se encuentre con sus extremidades,
volverá el tiempo de Inkarrí.
                Y esperan que otra vez Areche me coloque
entre los potros del tormento,
                y el hacha, ya no los animales,
en las diestras manos del verdugo
                separe mis huesos de sus goznes
para encontrar sentido a sus asertos.
                Inútil recordarles a los muertos precedentes:
que mi esposa Micaela caminó hasta el cadalso
                 sin bajar la vista (y eso que llevaba
la lengua hecha un guiñapo y salpicaba sangre
                 en las finas ropas de Matalinares);
que Tomasa Titu se rió de los cuchillos;
                 que el negro Oblitas derramó dos lágrimas,
no por la inminencia de su muerte,
                 sino por lo enojoso de las despedidas;
que, en fin, mis hijos aguardaron con paciencia
             que uno a uno los fueran destroncando.
Prescindible es el dolor para tan eruditas
             reflexiones: ¿abjuré del rey y sus impuestos?
¿Sobreestimé las condiciones subjetivas
              y el carácter de masas de la insurrección?
¿No fui un novato en estrategia?
               Pero al cabo generosos
exaltan mis virtudes
               caras al siglo de las luces:
era un noble arriero que vestía
               de negro terciopelo y cabalgaba un potro blanco
y se sabía de memoria a Garcilaso
              y montaba el drama del Ollantay
antes de entrar en la batalla.
             Un look para el consumo: los cabellos largos
coronados por un sombrero con el pico rombo
             y el ala tiesa y circular -ideal
para levantar turistas en el Cusco.
             Una tentación de los arcanos astrológicos:
Huáscar versus Atahualpa,
             Manco Inca versus Paullu,
Túpac Amaru versus Pumacahua,
             los pares fratricidas -Géminis, sin duda.
Una extravagancia de genealogistas:
             rastrear sangre de mi estirpe
en las cortes de Polonia y Portugal.
             Un recurso del poder:
citar un verso del poema vigoroso de Romualdo
             (querrán matarlo y no podrán matarlo)
cuando la mancha india se arrebata.
              Nada más oportuno para todo
que el agonista prometeico,
              el que muere porque no muere.
Si tanto saben de mi vida y de mi gesta
             ¿por que no revierten mis fracasos
y después me echan en tierra a descansar mi muerte?

~~~

Guillermo Cárdenas
(1928- 1984)

Para mi fueron compuestos
             los Cocaine Blues de Cyril Lefebvre
que en un poster de mi celda
             ofrecía la circunferencia
dulce de su Banjo.
              Para mi fueron cantados
los versos de Cole Porter:
              I got kick for yo.
Tuve clientes más ilustres
              que Freud, Mike Jagger
o el papa León XIII.
              Yo convertí al Perú
en la cocaína exportadora
               más grande del planeta.
Yo pasé de la polvera ejecutiva
               al consumo horizontal
sin bad landing ni adicción.
               Yo introduje mi producto
en aviones de juguete y a control remoto
               que el Time llamó
la audacia tecnológica del crimen.
               Yo ofrecí pagar la deuda de mi país
con una fórmula antiimperialista
               el FMI es al Perú
lo que la coca a EE.UU.
              Me mataron
los modos y los recodos
             de mis socios del gobierno.
En el patio de un motín
              me mataron con la hoja sucia
de un longo verduguillo.
              Rey de los panes,
rey de la madera,
              rey de los cristales
puros y rosados por el éter
              bajo la hierba mis huesos no descansan
porque canta cuando cagan los Zorzales.

***
Tulio Mora (Huancayo, 1948)

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