Psalle et Sile
Discurso métrico-ascético sobre la inscripción «Psalle et Sile», que está grabada en la verja del Coro de la Santa Iglesia de Toledo
*
Canta y calla, dice aquel
mote, cuya soberana
inscripción, sacro buril
en grabado bronce estampa,
bien como inscribió de versos
en sobrepuestas medallas
Salomón, de sus columnas
los capiteles y basas.
Canta y calla, otra vez leo,
y otra vez suspensa el alma
duda cómo se reduzca
a un precepto: canta y calla.
Porque si el callar es muda
prisión del silencio que ata
con el uso de las voces
el rumor de las palabras;
y el cantar, no sólo es
romperlas, pero entonarlas
al concertado compás
de métrica consonancia,
¿cómo, compuesto de dos
proposiciones contrarias,
sagrado precepto, a un tiempo
cantar y calla me manda?
Ignorante peregrino
soy, que a las piadosas aras
del sagrario de María
condujo, no errante planta,
fijo norte sí, en aquella
aguja, que sobre tantas
cervices, ya de edificios,
ya de montes se levanta.
A ser en el desvelado
eco de sus atalayas,
cada clamor un sonoro
clarín de la fe cristiana.
De cuyo animado bronce,
aún más que del de la fama,
conducido llegué apenas
al pie de sus torres altas.
Cuando inspirado del mismo
boreal imán de mis ansias,
saludé el umbral diciendo:
«¡Salve, basílica santa,
salve, primer metrópoli de España,
pues hasta coronar tu frente altiva
ni en su dosel ciñó la paz oliva
ni la guerra laurel en su campaña!
¡Salve, oh siempre católica montaña,
y tan siempre a la luz de la fe viva
que, aun entre los horrores de cautiva
ajena te alumbró, pero no extraña!
¡Salve, erario feliz de glorias tantas,
que hoy en tu angelical cámara bella,
aun los mármoles son reliquias santas!
¡Salve, y permite al adorar la huella
que enterneció una piedra con sus plantas
no esté mi corazón más duro en ella!».
Dije, y con temor tocando
del perdón la primer grada
(que líneas de perdón nadie
pudo sin temor tocarlas),
al ámbito pasé, en cuyas
naves, la vista engolfada,
sin peligro de tormenta
corrió achaques de borrasca.
¡Oh, cuántas muertas noticias,
vivas memorias, oh cuántas,
ofuscado el pensamiento
resolvió al verse en su estancia!
Desde aquella primitiva
edad, que en la tierna infancia
de la fe, Diego y Torcuato
en ella sus raíces plantan,
Eulogio las fertiliza,
Julián y Eladio las labran,
un Eugenio las florece
y otro Eugenio las consagra;
hasta que estrellas sus flores,
ya en los rizos de Leocadia,
ya en las vestes de María,
las mira Ildefonso; y hasta
que, mudando la fortuna
el semblante de dos caras
(que no es heroico el valor
que no se examina en ambas),
entre las góticas ruinas
que con sangre las esmaltan
un Rodrigo las deshoja
y otro Alfonso las restaura.
Haciendo, restituida
de los oprobios de esclava
a aplausos de emperatriz,
que al sacudir su garganta
la mozárabe coyunda,
vuelva, en honor de sus patria,
esta española Sión,
esta Salen castellana,
a ser, ceñida de olivas,
laureles, cedros y palmas,
segunda Roma de Europa
y primer silla de España.
¡Oh santo rey! ¡Oh Fernando!
¡Qué presto a tus triunfos pasa
la memoria! Mas ¿qué mucho
si corre a darte las gracias
de tanta fábrica excelsa
a quien tus piedades sacan
de soterrada mezquita
para sumptuoso alcázar?
En cuya admiración (ya
lo dije), absorta y turbada
la vista, corrió tormenta;
mas no, que todo es bonanza
de María, en puntos donde,
aunque extranjero en su playa,
saber su colocación
no me costó preguntarla;
que muchas señas de cielo
me dio el iris de unas armas,
de quien zodíaco y signos
fueron estrellas y bandas.
Ni es sin misterio que a un Sando
timbres de otro Sando-val-gan;
ni la primera vez que
estrellas digan de Alba.
Con que en su antigua eminencia
llegué a verla colocada.
¡Qué bien parece que sea
su eminencia quien la ensalza!
Si fuera cuarto Bernardo
yo, a los tres que en tres distancias,
amantes de su pureza,
uno escribe en alabanzas,
otro en gozos la descubre,
otro en tronos las levanta
¿quién con su espíritu duda
que hubiese dicho al mirarla?:
«Retrato favorecido
tanto del sol celestial
que en ti, como en un cristal,
reverberó parecido,
¿quién, sino tú, ha merecido
ser tan perfecto traslado
que, a su dueño cotejado,
pueda dar el cielo fe
de que él solamente fue
bien y fielmente sacado?
Ignórese su venida,
porque en la suya se crea
que allá parecida sea
la que acá fue aparecida;
y si de ángeles traída
fuiste, imagen celestial,
bien en premio del leal
afecto que lo creyó,
lo que en tu origen calló,
nos dijo tu original.
Original dije, y fiel
al nombre me estremecí,
pues supo dél para ti
sin saber para sí dél.
Sea el cielo tu dosel,
la tierra tu alfombra, pues,
por quien dijo David, es
la peana de tu altar:
adoremos el lugar
donde estuvieron tus pies».
¿Qué dijera? Más dijera
si a voces no me llamara
aquella primera duda
que tras sus ecos me arrastra.
Si ya no es que porque crea
en la perfecta elegancia
de su docta arquitectura,
cuánto es misteriosa y rara
esta joya, de quien son
mayores templos la caja,
bien como preciosa perla
que cupo dentro del nácar,
su perfección solicita
persuadir a mi ignorancia
que es tan grande, que aun lo son
sus menores circunstancias.
Y así, cerrando el no ocioso
paréntesis (pues si hablara
del mote, sin que del mote
diera el cincel que le graba,
fuera dejar sus noticias
al escrúpulo de vagas),
vuelvo a la inscripción en que
cantar y callar me mandan.
Aquí quedé; y convencido
a que son accione varias
imposibles de que a un tiempo
pueda el coro ejecutarlas,
y habiendo de seguir una
de dos leyes tan sagradas,
como son silencio y canto,
habré de alegar por ambas.
Es el silencio un reservado archivo
donde la discreción tiene su asiento;
moderación del ánimo que, altivo,
se arrastrara sin él del pensamiento;
mañoso ardid del menos discursivo
y del más discursivo entendimiento;
pues a nadie pesó de haber callado
y a muchos les pesó de haber hablado.
Es, contra el más colérico enemigo
el más templado freno de la ira;
de la pasión el más legal testigo,
pues dice más que el que habla el que suspira;
de la verdad tan familiar amigo,
que a la simulación de la mentira
le destiñe la tez, pues cuanto errante
mintió la lengua, desmintió el semblante.
Es quietud del espíritu divina,
a quien el mundo contrastar no pudo;
de la modestia imagen peregrina,
que una mano da al labio, otra al escudo;
de cuantos sacrificios vio la indina
adoración, el pez, animal mudo,
prohibido fue; que a luz de sacrificio,
aún no estragó esta virtud el vicio.
Y si de hablar y de callar le dieron
tiempo al que más la perfección codicia,
fue porque al corazón árbitro hicieron
de su sinceridad o su malicia;
no porque del silencio no creyeron
ser el culto mayor de la justicia,
pues si a Dios en sus obras reverencio,
el idioma de Dios es el silencio.
Dígalo el cielo en el primero día
que el poder del Criador manifestaba,
pues en el cielo gran silencio había
mientras Miguel con el dragón lidiaba;
pues la tierra y la noche helada y fría
que humano le adoró, en silencio estaba;
y ya que árbitro fue de paz y guerra,
lo que le amaron digan cielo y tierra.
La escuela de Pitágoras cinco años
sabiamente lección de callar daba;
la Tebaida, en sus cuerdos desengaños,
a callar solamente se juntaba;
pues si a sus propios filósofos y extraños
retórico el silencio doctrinaba
¿qué gimnasio se orló de más laureles
que el que cursaron fieles y no fieles?
Confieso que es una interior batalla,
por eso se corona el que pelea,
y para aquél que menos fuerte se halla
consejo fue de iluminada idea,
sacro proverbio en que se escribe: «O calla,
o algo di que mejor que callar sea»,
y si ha de ser mejor callar, calle entre tanto
el silencio, hasta ver si lo es el canto.
Es la blanda armonía...
-no hablo en común de aquella,
que áspid del aire con flores escondido,
la fragancia que envía,
hubo quien dijo della
que era un hermoso estiércol del oído;
de aquella, sí, que ha sido
el aura de la nube
en quien el humo del incienso sube-.
Es pues el armonía
que fervoroso afecto
a Dios dedica en culto reverente,
interior alegría
de inspirado concepto
que exultación divina de la mente,
prorrumpe lo que siente
en conceptos veloces
de organizados números y voces.
Bien como amante llama
que tras su impulso lleva
las pasiones del ánimo, y activa
el corazón que inflama,
espíritu que eleva
prorrumpe en llanto; que aunque compasiva
suene allí, aquí festiva
no distan canto y llanto;
que el llanto del amor también es canto.
Su nombre se deduce
del docto frase griego,
cuya etimología interpretando,
al cántico traduce
voz herida, a que luego
añade el himno, que es orar cantando;
de manera que cuando
sólo en sonido acaba,
es canto, y himno cuando a Dios alaba.
De himno y canto trasciende
su unísona blandura
a ser salmo después, cuyo concento
de salterio desciende,
que es cuando su dulzura
se acompaña de músico instrumento:
de suerte que el acento
el canto es, la voz pía
el himno, y el salterio la armonía.
Bien su origen pudiera
alegar en el cielo,
sin que antiguo silencio ceda el canto;
pues en la empírea esfera,
al sacrílego duelo
el himno sucedió del Santo, Santo,
y en la tierra, pues cuanto
calló la noche fría
dijo la Gloria en métrica alegría.
Mas ahora no resuelvo,
pues sólo alego ahora,
para después, dejando el magisterio.
Al primer punto vuelvo,
y pues ya nadie ignora
qué es cántico, qué es himno y qué es salterio,
vamos a otro misterio,
tantos siglos oculto,
de cuándo el canto se introdujo al culto.
En Oriente hay que diga
tuvo origen: bien fuera
que la luz nos viniera del Oriente,
si no hubiera quien siga
que David la primera
vez al arca cantó; y es más decente
creer que pastor invente
que sagrados loores
canten con sus rebaños los pastores.
La salmodia acredita
esta opinión (que al genio
sigue el afán que tras su imán le lleva,
y nadie facilita
trabajos al ingenio
sin que interior espíritu le mueva);
cuya afición comprueba
no haber hasta él ejemplo
de que entrase la música en el templo.
Que aunque canciones fueron
las que a Dios dedicaron
los hijos de Israel en voces claras,
en Débora se oyeron
y en Barac se escucharon,
no en verbal sacrificio de las aras,
que amablemente caras,
veneraron rendidos,
del fervor entonados los gemidos.
En David pues el canto
introducido al templo,
bien la opinión de continuarse fundo,
hasta que Ambrosio santo,
con el anciano ejemplo,
de ser devota aclamación del mundo,
le dio (David segundo
y prelado primero)
al arca del maná más verdadera.
Mas si las perfecciones
del canto soberano
acordar al silencio solicito
¿para qué de opiniones
me valgo? pues en vano,
por más autoridades que repito,
su mérito infinito
dirá la pluma mía,
si el cántico me acuerda de María.
Calle Israel, y calle
Moisés, calle su hermana
con Débora y Barac, calle Isaías,
calle David, y no halle
aplauso al canto de Ana,
Habacuc, Simeón y Zacarías;
callen las jerarquías,
que si María canta
¿qué afecto mereció dignidad tanta?
Luego si el silencio tiene
perfecciones tan sagradas,
que son la tierra y el cielo
solares de su prosapia,
si perfecciones el canto,
tan divinamente humanas,
que en la suma perfección
de la perfección se hallan,
¿cómo se dan dos virtudes
opuestas? Pues la que extraña
con otro estar, no será
virtud, sino repugnancia.
Mas ¡ay! ¡qué necio discurro
en dar a entender que haya
entre el canto y el silencio
desvanecida contraria!
Pues el silencio de aquella
intelectual batalla,
no le interrumpió la voz,
que a Dios la victoria canta.
Bien como no interrumpió
al silencio de la helada
noche la voz de la paz
que oyó el hombre en voces altas;
pues antes, para que más
sonasen sus alabanzas,
aplaudidas del silencio,
las hizo el silencio espaldas.
¡Oh si hubiera texto que
probase cuánto se aman
silencio y voz! Y sí habrá,
si en Juan nos le acuerda Marta.
En silencio, dice el sacro
texto, que dijo a su hermana
entrando en Magdalo Cristo:
«María, el Maestro te llama».
¿En silencio se lo dijo?
Luego es consecuencia clara
que habla y no rompe el silencio
el que a propósito habla.
Con que la cuestión decide
la evangélica enseñanza,
pues para ir a hablar a Cristo
la habló con la circunstancia
de que le hablaba en silencio
dando a entender, recatada.
Que el que vaya a hablar con Dios
a hablar en silencio vaya.
Y siendo así que ni uno ni otro cede,
y el corazón al labio conformando,
callar, la mente en Dios, hablando puede,
quien puede, en Dios la mente, hablar callando,
por ambas partes asentado quede
cuánto el silencio y voz se avienen, cuando
tan atento el espíritu se halla,
que cumpliendo con todo, canta y calla.
Y así, ¡oh tú, en dignidad constituido
tan sobrenatural, que, ángel humano,
ejercer venturoso has merecido
oficios que él ejerce soberano!,
no en tanto ministerio divertido,
desaproveches la ocasión; que en vano
del más sabio sujeto al menos sabio,
si no ora el corazón, trabaja el labio.
Tal vez con ronca voz desentonaba
al coro uno que en Dios se suspendía,
y al destemplado acento que en cantaba,
disonante la música armonía,
con irrisión el rapto murmuraba,
cuando se oyó que el cielo repetía:
«De vuestro canto, aunque la tropa es mucha,
acá sola la ronca voz se escucha».
A otro tal vez, que en Dios arrebatado,
cuidaba más del salmo que el concepto,
aventando una parva, revelado
le fue el demonio que llevaba el viento.
«¿Qué haces?» del santo monje preguntado,
«Lo que otros -dijo- inútil mies aviento,
que en aristas se lleva el aire vano,
dejando apenas de provecho un grano».
De suerte que no está en la consonancia
la perfección; no está en la residencia;
que entonar y asistir es circunstancia,
pero asistir y meditar esencia
del órgano lo diga la asonancia,
del tímpano lo diga la cadencia,
que asistiendo y sonando sin sentido
sólo les queda el mérito del ruido.
Cuando que atienda a Dios su voz me advierte,
yo, que me atienda a Dios también le digo;
y siendo así que de una misma suerte
hablamos, yo con Dios y Dios conmigo,
¿cómo, si mi descuido me divierte,
me quejaré de lo que no consigo?
Pues descortés injuria es que pretenda,
no atendiendo yo a Dios, que Dios me atienda.
Si a hablar al rey en un negocio fueras,
el más considerable, y a él llegaras
tan desatento que te divirtieras,
y por hablar con otro no le hablaras,
dime: a la majestad ¿cuánto ofendieras?
¿cuánto la pretensión tuya agraviaras?
Pues advierte, si obrases sin decoro,
que la audiencia de Dios es ese coro.
El negocio a que vas, no es menos grave,
que toda tu república fiada
en que es tu oficio orar, y orar es llave
que a siete horas del día te da entrada,
¿qué fatiga no esperan ver süave,
noble el bastón y rústica la azada,
al ver en los afanes de la vida
su medra en tu oración comprometida?
No tal de balde sirves, que no sea
logro tuyo lo que uno y otro gana,
pues el soldado por tu paz pelea
y el labrador por tu sustento afana.
Lo que hay de una tarea a otra tarea
mide, y verás cuánto es más soberana
la de tratar y conversas al cielo,
que arder al sol y tiritar al hielo.
Y pues te cupo la mejor en suerte,
no, ingrato a Dios y al hombre, la desdores:
a Dios, cuando el descuido te divierte,
al hombre, cuando impides sus favores.
De los proprios descansos ser, advierte,
las ajenas fatigas, acreedores,
y ¿qué más dicha que deber tus bienes
a otros el hambre y sed que tú no tienes?
Y aún más felicidad goza tu estado;
pues quiere Dios tus deudas satisfagas
con un caudal tan bien aprovechado,
que te quedes con más, mientras más pagas.
No divertido pues, no descuidado
culpa de lo que fue mérito hagas,
y más cuando el precepto es tan süave,
que en la unión del cantar y callar cabe.
Tres vías o tres grados de excelencia
tiene en sí la oración: la purgativa,
que se reduce al canto y la asistencia;
luego al silencio, la iluminativa;
luego al silencio y canto la eminencia
sigue de unirse a Dios, que es la unitiva;
y así, para el valor que en las tres se halla,
asiste, ora, medita, canta y calla.
Que si asistes, en Dios el pensamiento,
y orando, solo en él la confianza,
meditas el silencio y no el acento,
cantando como suya su alabanza,
verás, vacando a lo demás, que atento
el cielo al alto fin de tu esperanza,
te muestra cuánto encierra, incluye cuánto
la unión felice de silencio y canto.