viernes, 21 de abril de 2017

rosamel del valle / santuario











Un día los pájaros vuelan por debajo del agua.
Tú, la extranjera, recoges la luz exilada en un país del polo.
Has movido esta visión reunida con el fuego que me aguarda en cada adiós del sol. Juntas tu muerte con la mía. Sabes que mañana los árboles anidarán otras hojas. Así es como se juntan el fuego y el agua. Aquel viejo tiempo en que éramos desconocidos el uno para el otro dormía como la pierna cansada del viajero'. Algunas palabras venían al través de ese sueño donde uno no es más que el eco del ruido inconocible. ¿Podría yo pensar en reposos y batallas sin el hoyo que hace tu cabeza en el cielo, mientras exijo al gusano que abra las alas? Y hay quien muerde el mundo como a la manzana al terminar la cena y seguro de que en seguida se levantará el humo del té misterioso. Y vendrá por supuesto la conversación sobre el tiempo y lo que no se debe hacer porque lo que hay que hacer se hace así como llevar flores a los muertos. Siempre hay quien ofrece el fuego eterno si se vive. ¿Recuerdas? En tu mesa y en la mía, aunque al través de las telarañas que bien pueden ser el tiempo, hubo cada vez quien vivía y hablaba mal de la vida. Ya ves, tan diferente al predicador velludo. Ahora, digamos, en cualquier parte se halla un templo abandonado. Todos quieren saber quién predica allí para iniciar d llamado justo proceso por subversión. Como en el tiempo en que tú y yo éramos tres desconocidos. Así se repite la historia -a veces hay que leer los periódicos en vez de observar como los pájaros han perdido el miedo- y el hombre se cree héroe. Terrible. Y esa visita que llega a casa a deshora con un ramo de crisantemos. »No tan finos«, dice la joven que hay en toda familia. Bella, por supuesto, mas no menos tonta que el resto de. La historia.
Los héroes salen de ahí. Coronados ya. ¿Y por qué, me preguntó, alguien debe dedicarse, por ejemplo, a mezclarse en la vida privada de los héroes? »Es lo triste de los tiempos. La falta absoluta de responsabilidad. La carencia de dignidad«. No obstante, eres semejante al agua.
El sol parte de cada palabra que te abandona.
El hombre vuelve a mirarse en el corazón cuando te mueres.
¿Qué hacer? Te pareces un poco a esas plantas que están dormidas en los jardines botánicos. Nunca has dicho que anoche encontraste un mundo nuevo en la almohada.
No quieres ser aquella que cree más en la sonrisa que en el cuerpo que le sigue. Algo distinto solamente.
Y no la idea del afiebrado. »Si alguna vez se supiera que vivir es tan sencillo como morir, las gentes optarían por suicidarse en el baño«. Piensan que cada una es una estatua. Y las estatuas piensan en las palomas y en la prolongada agresividad de las lluvias. Así, todo es tan difícil. A pesar de la buena educación, Madame.
»Qué grueso cuello tiene el sol« o »Qué mal huelen los demás«. Se refieren a la noche que acaba de entrar con un amante en el hotel. »Qué horror no hacer lo que todo el mundo hace«. La historia. Los héroes. Apenas la vida. El agua corre por encima de los pájaros. Hay quien tiene los ojos limpios todavía.
Horrible. Una de esas vidas sin pasión. Delgado. Lo transparente irrita en estos tiempos. El que hace máscaras lo sabe.
Sabe que debe poner una cicatriz. Los negocios son los negocios. Tú conoces a los ángeles cicatrizados y al dios cicatrizado. El que no me sigue, ceniza comerá. Ya ves, el espíritu. El sol corre entre el agua y los pájaros. El mascarero y no el de la máscara, no el alquilador -explicar es confundir- y el que explica es el polvo. Los pájaros saben que no vuelan entre el sol y el agua. Y tú sabes que vives apenas porque me haces vivir. No hay para qué hablar de muerte en esta resurrección. El viento tiene los cabellos delgados. Delgada es tu muerte. Y mi muerte no está aquí. La costumbre es decir: »Sólo el Paraíso« y no: »Sólo la tierra«. Negocios. El agua es el día domingo para el cuerpo. Y ese camino que humea al borde del agua es tu mirada.
Y yo soy
              el que dice
                               amor.
Naturalmente, cuando todos se han ido.

***
Rosamel del Valle (Curacaví, 1901-Santiago de Chile, 1965) Fuegos y ceremonias. Concepción: Cuadernos Atenea, 2001.

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