viernes, 16 de junio de 2017

dante alighieri / inferno, canto iii













Por mí se va hasta la ciudad doliente,
por mí se va al eterno sufrimiento,
por mí se va a la gente condenada.

La gente movió a mi alto arquitecto
hízome la divina potestad
el saber sumo y el amor primero.

Antes de mí no fue cosa creada
sino lo eterno y duro eternamente.
Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.

Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su sentido.»

Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía.

Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto.»

Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo.

Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo.

Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos,

un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aiire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino.

Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?»

Y él me repuso: «Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia.

Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos.

Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los caídos.»

Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan amargos?»
Respondió: «Brevemente he de decirlo.

No tienen éstos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte.

Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.»

Y entonces pude ver un estandarte,
que corría girando tan ligero,
que parecía indigno de reposo.

Y venía detrás tan larga fila
de gente, que creído nunca hubiera
que hubiese a tantos la muerte deshecho.

Y tras haber reconocido a alguno,
vi y conocí la sombra del que hizo
por cobardía aquella gran renuncia.

Al punto comprendí, y estuve cierto,
que ésta era la secta de los reos
a Dios y a sus contrarios displicentes.

Los desgraciados, que nunca vivieron,
iban desnudos y azuzados siempre
de moscones y avispas que allí había.

Éstos de sangre el rostro les bañaban,
que, mezclada con llanto, repugnantes
gusanos a sus pies la recogían.

Y luego que a mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: «Maestro, te suplico

que me digas quién son, y qué designio
les hace tan ansiosos de cruzar
como discierno entre la luz escasa.»

Y él repuso: «La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos
en la triste ribera de Aqueronte.»

Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas
dejé de hablar hasta llegar al río.

Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo,
gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas!

No esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego.

Y tú que aquí te encuentras, alma viva,
aparta de éstos otros ya difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba,

dijo: «Por otra via y otros puertos
a la playa has de ir, no por aquí;
más leve leño tendrá que llevarte».

Y el guía a él: «Caronte, no te irrites:
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.»

Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron.

Mas las almas desnudas y contritas,
cambiaron el color y rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas.

Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que los sembrara, y de su nacimiento.

Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen.

Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa.

Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos,

de este modo de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo.

Así se fueron por el agua oscura,
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado.

«Hijo mío -cortés dijo el maestro
los que en ira de Dios hallan la muerte
llegan aquí de todos los países:

y están ansiosos de cruzar el río,
pues la justicia santa les empuja,
y así el temor se transforma en deseo.

Aquí no cruza nunca un alma justa,
por lo cual si Carón de ti se enoja,
comprenderás qué cosa significa.»

Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente de sudor aún se me baña.

La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos,

me caí como el hombre que se duerme.

***

Dante Alighieri (Florencia, 1265-Ravena, 1321)
Versión de Luis Martínez de Merlo

Imagen: el poeta por Sandro Botticelli

/

Inferno, canto III

Per me si va ne la citta` dolente,
 per me si va ne l'etterno dolore,
 per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:
 fecemi la divina podestate,
 la somma sapienza e 'l primo amore.

Dinanzi a me non fuor cose create
 se non etterne, e io etterno duro.
 Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate".

Queste parole di colore oscuro
 vid'io scritte al sommo d'una porta;
 per ch'io: <<Maestro, il senso lor m'e` duro>>.

Ed elli a me, come persona accorta:
 <<Qui si convien lasciare ogne sospetto;
 ogne vilta` convien che qui sia morta.


Noi siam venuti al loco ov'i' t'ho detto
 che tu vedrai le genti dolorose
 c'hanno perduto il ben de l'intelletto>>.

E poi che la sua mano a la mia puose
 con lieto volto, ond'io mi confortai,
 mi mise dentro a le segrete cose.

Quivi sospiri, pianti e alti guai
 risonavan per l'aere sanza stelle,
 per ch'io al cominciar ne lagrimai.

Diverse lingue, orribili favelle,
 parole di dolore, accenti d'ira,
 voci alte e fioche, e suon di man con elle

facevano un tumulto, il qual s'aggira
 sempre in quell'aura sanza tempo tinta,
 come la rena quando turbo spira.

E io ch'avea d'error la testa cinta,
 dissi: <<Maestro, che e` quel ch'i' odo?
 e che gent'e` che par nel duol si` vinta?>>.

Ed elli a me: <<Questo misero modo
 tegnon l'anime triste di coloro
 che visser sanza 'nfamia e sanza lodo.

Mischiate sono a quel cattivo coro
 de li angeli che non furon ribelli
 ne' fur fedeli a Dio, ma per se' fuoro.

Caccianli i ciel per non esser men belli,
 ne' lo profondo inferno li riceve,
 ch'alcuna gloria i rei avrebber d'elli>>.

E io: <<Maestro, che e` tanto greve
 a lor, che lamentar li fa si` forte?>>.
 Rispuose: <<Dicerolti molto breve.

Questi non hanno speranza di morte
 e la lor cieca vita e` tanto bassa,
 che 'nvidiosi son d'ogne altra sorte.

Fama di loro il mondo esser non lassa;
 misericordia e giustizia li sdegna:
 non ragioniam di lor, ma guarda e passa>>.

E io, che riguardai, vidi una 'nsegna

 che girando correva tanto ratta,
 che d'ogne posa mi parea indegna;

e dietro le venia si` lunga tratta
 di gente, ch'i' non averei creduto
 che morte tanta n'avesse disfatta.

Poscia ch'io v'ebbi alcun riconosciuto,
 vidi e conobbi l'ombra di colui
 che fece per viltade il gran rifiuto.

Incontanente intesi e certo fui
 che questa era la setta d'i cattivi,
 a Dio spiacenti e a' nemici sui.

Questi sciaurati, che mai non fur vivi,
 erano ignudi e stimolati molto
 da mosconi e da vespe ch'eran ivi.

Elle rigavan lor di sangue il volto,
 che, mischiato di lagrime, a' lor piedi
 da fastidiosi vermi era ricolto.

E poi ch'a riguardar oltre mi diedi,
 vidi genti a la riva d'un gran fiume;
 per ch'io dissi: <<Maestro, or mi concedi

ch'i' sappia quali sono, e qual costume
 le fa di trapassar parer si` pronte,
 com'io discerno per lo fioco lume>>.

Ed elli a me: <<Le cose ti fier conte
 quando noi fermerem li nostri passi
 su la trista riviera d'Acheronte>>.

Allor con li occhi vergognosi e bassi,
 temendo no 'l mio dir li fosse grave,
 infino al fiume del parlar mi trassi.

Ed ecco verso noi venir per nave
 un vecchio, bianco per antico pelo,
 gridando: <<Guai a voi, anime prave!

Non isperate mai veder lo cielo:
 i' vegno per menarvi a l'altra riva
 ne le tenebre etterne, in caldo e 'n gelo.

E tu che se' costi`, anima viva,

 partiti da cotesti che son morti>>.
 Ma poi che vide ch'io non mi partiva,

disse: <<Per altra via, per altri porti
 verrai a piaggia, non qui, per passare:
 piu` lieve legno convien che ti porti>>.

E 'l duca lui: <<Caron, non ti crucciare:
 vuolsi cosi` cola` dove si puote
 cio` che si vuole, e piu` non dimandare>>.

Quinci fuor quete le lanose gote
 al nocchier de la livida palude,
 che 'ntorno a li occhi avea di fiamme rote.

Ma quell'anime, ch'eran lasse e nude,
 cangiar colore e dibattero i denti,
 ratto che 'nteser le parole crude.

Bestemmiavano Dio e lor parenti,
 l'umana spezie e 'l loco e 'l tempo e 'l seme
 di lor semenza e di lor nascimenti.

Poi si ritrasser tutte quante insieme,
 forte piangendo, a la riva malvagia
 ch'attende ciascun uom che Dio non teme.

Caron dimonio, con occhi di bragia,
 loro accennando, tutte le raccoglie;
 batte col remo qualunque s'adagia.

Come d'autunno si levan le foglie
 l'una appresso de l'altra, fin che 'l ramo
 vede a la terra tutte le sue spoglie,

similemente il mal seme d'Adamo
 gittansi di quel lito ad una ad una,
 per cenni come augel per suo richiamo.

Cosi` sen vanno su per l'onda bruna,
 e avanti che sien di la` discese,
 anche di qua nuova schiera s'auna.

<<Figliuol mio>>, disse 'l maestro cortese,
 <<quelli che muoion ne l'ira di Dio
 tutti convegnon qui d'ogne paese:

e pronti sono a trapassar lo rio,

 che' la divina giustizia li sprona,
si` che la tema si volve in disio.

Quinci non passa mai anima buona;
 e pero`, se Caron di te si lagna,
 ben puoi sapere omai che 'l suo dir suona>>.

Finito questo, la buia campagna
 tremo` si` forte, che de lo spavento
 la mente di sudore ancor mi bagna.

La terra lagrimosa diede vento,
 che baleno` una luce vermiglia
 la qual mi vinse ciascun sentimento;

e caddi come l'uom cui sonno piglia.

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