La luna creciente ha desaparecido, la niebla
Se la comió hace tiempo, lo suficiente
Como para aniquilar todos los deseos: con la luna ida
Llega la obsequiosa muerte a masajearnos las costillas
Y a pronunciar una sarta de palabras vanas.
Pero también con la noche los mapaches llegan
A satisfacer el más elemental de los deseos:
Comer una mezcla de pirulos de comida de gato
Junto a la baba seca que yo les deposito cada noche
Con mi piel que se descascara como la de una vieja serpiente
Que decidiera mudársela por una última vez en su vida
Para vivir otro agosto, y que sabe a la orina de la Parca
Y al último pétalo de una rosa inexistente.
A esta hora de la noche, hay que reconocerlo
Con una sonrisa que al menos se nos abre sin reticencias
Gran parte de nuestras miserias se atenúan o disfrazan
Y el corazón va deteniéndose en su fuga, acólito
De las epifanías donde nos masacraron
Y donde en vez de agonizar, respiramos hondamente
En los pranayamas aprendidos hace cuarenta años
Y olvidados justo a tiempo para que pudiéramos envejecer
Sin gran remordimiento, sin vacilaciones o tartamudeos
Porque las palabras, en ese estado de gracia, salen solas
Bendecidas por el silencio mortal de la niebla
Que sólo triza el graznido lejano del búho
O, todavía más lejos, crujen las bellotas
Pisadas por los gatos vagabundos y por los venados
En busca del agua que ya escasea, porque es junio
Y tal vez no lloverá en otro siglo más, por suerte.
Los caracoles son quienes lo agradecen más:
Ya no serán ahogados por la lluvia insensata, pero ellos ignoran
Que un sol igual de inclemente, camuflado bajo la niebla
Los secará y los dejará inmóviles para siempre
En la puerta mecánica de mi garage
Que esconde todos los secretos del universo.
Ahora que está de noche, ahí mismo se oculta
El secreto de mi nacimiento, el por qué me trajeron
Defectuoso en medio de un mundo de efebos
Que emergían debajo de las piedras como cascarudos.
En todo espacio que está solo y aparentemente duerme
Durante la noche primordial, ahí tengo un nido
Y un paraíso perdido donde podría resucitar un día
Entre las arañas muertas y las hormigas que sí son inmortales
Por toda una estación esquiva, cuando somos o no somos
En medio de una oscuridad tan vasta y tan cadavérica
Como para apegarse a tu piel, musitando canciones de cuna
Mientras tus dolores se atenúan porque se van a otro sitio
Como el padre Jon que se va a atormentar a un buey o un ratón
Después de desgarrar impunemente tus tripas.
Pero ahora tengo un dolor clavado en medio de la espalda
Un dolor que no se va, que no querrá irse sino hasta el alba
Donde ni yo ni tú, ni los gatos ni los coyotes existimos
Porque las criaturas de la noche sólo pueden abrigar
Una leve esperanza cuando todo ha desaparecido.
Hernan Castellano Girón (Coquimbo, 1937-Isla Negra, 2016)

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