El proscrito
(Introducción al poema)
*
A ti, caro Marcial, que tantas veces
me das alas y aliento
para sentirme fuerte en los reveses
y espaciar en la luz el pensamiento:
-que, como franco amigo,
mi mano estrechas con hidalga mano;
y que compartes mi dolor contigo,
más bien que como amigo, como hermano:
-que me infundes valor en la tarea
de dar forma y color, voz y armonía,
al Verbo eterno de la eterna Idea
que a través del abismo Dios me envía:
-que me infundes la fe sagrada y loca
con que mi audaz buril de artista enano
esculpe y talla en miserable roca
las gigantes visiones del arcano:
-que amas cuanto le arranca mi alma incierta,
azotada sin tregua por el cierzo,
a la Biblia infinita, siempre abierta,
del Dios del Universo:
-A ti te ofrendo en la nostalgia muda
de mis ensueños santos,
este poema de dolor, de duda,
sin rúbrica, sin nombre,
que lleva confundidas en sus cantos
las lágrimas del niño y las del hombre!
II
Hace ya mucho tiempo!-Mas yo entero
conservo el cuadro trágico y profundo
que en el instante del adiós postrero
presentaba el anciano moribundo.
Temblorosa la voz; la frente mustia;
reflejaba en la lóbrega mirada
una expresión de pavorosa angustia:
quizás la Eternidad!.... quizás la Nada!...
El me llamó con misterioso acento
junto a su solitaria cabecera,
reconcentrando su postrer aliento
para estrecharme por la vez postrera.
Resbaló por sus párpados escuálidos
una lágrima trémula y ardiente,
que enjugó con sus tristes rayos pálidos
el último fulgor del Sol poniente!....
De sus huesosas manos amarillas
yo recibí con ansiedad suprema,
cayendo ante su lecho de rodillas,
los revueltos fragmentos de un Poema.
En ellos con su sangre estaba escrito
su negro rumbo por la Tierra esclava,
donde, mártir como él, como él proscrito,
también como él, yo sin cesar vagaba!....
Flotan sobre estos trágicos fragmentos
todas las sombras que la noche encierra,
y todos los sollozos que los vientos
arrastran con sus alas por la Tierra!
Son ellos el recóndito gemido
que sin cesar mi corazón escucha,
en sus horas de afán como de olvido,
en sus horas de paz como de luchá!...
FRAGMENTO VI
(DEL MISMO POEMA)
Ay! ¡Cuántas veces, ante el libro abierto,
no me hallaron la noche con la aurora,
en actitud febril, meditabunda,
de ardientes gotas de sudor cubierto;
y la frágil razón enloquecida,
luchando con afán, hora tras hora,
por encontrar la solución profunda
de los grandes misterios de la vida!
Por el inmenso abismo de la Historia
dilaté la mirada.
Y en tropel agitaron mi memoria
las negras sombras de la edad pasada.
Artes y ciencias; religión, gobierno;
cuanto la humanidad en su camino
tuvo el delirio de llamar eterno,
no era más que un montón de ruinas frías,
al cual iba a llorar solo el Destino,
que, sin cesar, con el rumor profundo
de sus alas sombrías
alzaba el himno funeral de un mundo.
¡Cuántas revelaciones
en el silencio con que el tiempo rueda
hacia la eternidad desconocida!
¡Cuántas persecuciones
de las que apenas el recuerdo queda,
no han pretendido con horrendo grito,
no han pretendido en su furor insano,
con la hoguera encendida,
detener en su vuelo al infinito
al pensamiento humano!
¡Ay! de unas mismas leyes;
encadenados al eterno yugo,
ví desfilar los siervos y los reyes;
ví desfilar el mártir y el verdugo.
Ví rodar, confundidos, al reposo
de un mismo sueño, de una misma nada,
la virtud, con su lúgubre sollozo;
y el vicio, con su torpe carcajada.
Vanos fantasmas solamente han sido
los pueblos que han cruzado por la tierra
asordando el espacio con su ruido.
Estéril fue su miserable esfuerzo
al disputarse en espantosa guerra
la eterna posesión del universo.
El ancho mundo es un fatal proscenio
en donde el hombre sin cesar pregona
la religión del crimen;
en donde el rol que representa el genio
es el de un rey sin trono y sin corona,
que está con los que gimen.
Rey del espacio que al espacio sube,
soñando en su abandono
encontrar en el rayo y en la nube
su corona y su trono.
Errando por inmensas soledades,
sin darse paz, la humanidad batalla.
Es que en su seno lleva un germen
de sombrías tempestades,
que sin cesar estalla,
que sin cesar renace y se renueva.
Mas jay! La inmensidad, desierta y muda
siempre le muestra, inexorable y fría,
en vez de la verdad, la eterna duda;
la perdurable noche, en vez del día.
El ideal se aleja de sus ojos,
cual visión fugitiva,
acrecentando, abajo, los abrojos;
y las sombras, arriba.
~
Lucrecia Borgia
*
I
Era la noche. Sembraba el miedo con el desmayo
la cauda obscura de un pavoroso, fatal querube.
Zumbaba el viento, rugía el trueno, vibraba el rayo,
de golfo en golfo, de monte en monte, de nube en nube.
Lucrecia Borgia, tras la postrera y ardiente danza,
fue a reclinarse junto a su lecho de oro y caoba,
y hundió sus grandes ojos azules en lontananza
por la ventana medio entreabierta de su amplia alcoba.
Sin miedo al rayo que desgarraba los nubarrones,
se alzó de pronto con un extraño vaivén satánico,
y aspiró, ansiosa, con sus lozanos, rojos pulmones,
el formidable, vertiginoso soplo huracánico.
Lanzó al espacio con voz sonora dos carcajadas
que retumbaron en los lejanos, vagos confines,
como las locas notas de plata de las cascadas,
como los regios compases de oro de los clarines.
Y entonó un himno de estrepitosas, raudas cadencias,
que dilataron por la siniestra noche sombría,
sus arrebatos, y sus transportes, y sus demencias,
mientras inmóvil, tras las tinieblas, Satán reía…
II
Yo cruzo altiva, como una diosa de mármol griego,
por los soberbios, resplandecientes, vastos salones,
dejando en torno, con mis miradas llenas de fuego,
hechos pavesas, hechos cenizas, los corazones.
Yo, cuando danzo, dejo en el aire rumores de alas,
yo toco apenas con mis pies raudos la muelle alfombra;
yo me deslizo tras los compases, tras las escalas,
como un querube, como un ensueño, como una sombra.
El foco de oro de las arañas lanza a porfía
sus claras ondas, llenas de ritmos, llenas de efluvios,
como una rauda, trémula lluvia de pedrería,
sobre el penacho de mi diadema de bucles rubios.
Yo lo soy todo, porque soy bella. Yo soy satánica;
yo llevo el soplo de la soberbia borrasca loca;
yo llevo el soplo de la candente llama volcánica,
que despedaza, que pulveriza la dura roca.
Yo arranco al fondo de los sepulcros y los ocasos
sombras que crecen y que se empujan y que batallan.
Yo desparramo con mis miradas, ante mis pasos,
dudas que lloran, odios que rugen, celos que estallan.
Es mi gran triunfo ver sobre el polvo que altiva piso
caer al hombre bajo mis plantas, rendido y tierno;
y allá a lo lejos mostrarle el fondo de un paraíso;
y en sus transportes, en vez de cielo, darle un infierno.
Cuando entro al templo como una reina, como una Diosa,
tiemblan las novias que se desposan en los altares;
se pone blanca como la nieve su tez de rosa;
se bambolean sobre su frente los azahares.
Es mi gran triunfo clavar en ellas mi dardo extraño,
y herir de muerte sus ilusiones, sus alegrías;
y en las tinieblas crepusculares del desengaño,
contar a solas, una por una, sus agonías.
¡Oh, negra noche! Yo te bendigo cuando tú velas,
yo te bendigo cuando sacudes tus hondas calmas.
Somos amigas, somos hermanas, somos gemelas:
tú arrojas sombras en los abismos y yo en las almas.
Las dos cruzamos con unos mismos lóbregos pasos,
robando al astro y a la esperanza sus rayos pulcros:
tú por el cielo, como la esfinge de los ocasos;
yo por la tierra, como la esfinge de los sepulcros.
***
Pedro Antonio González (Curepto, 1863-Santiago de Chile, 1903) en Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya (eds.) Selva Lírica: estudios sobre los poetas chilenos. Santiago de Chile: Soc. Lit. e Imp. Universo, 1917.