Miras los árboles y los denominas así,
(los árboles, “árboles” son, el “crecimiento” debe ocurrir);
recorres la tierra y hollas con paso solemne
uno de los muchos globos menores del Orbe:
una estrella es una estrella, una esfera de materia
obligada a seguir matemáticas sendas
entre lo reglamentado, frío e Inerte,
donde a cada rato átomos predestinados mueren
Por mandato de una Voluntad que reverenciamos
(como debemos), pero que apenas comprendemos,
grandes procesos ocurren, mientras el Tiempo se desenvuelve
desde oscuros principios hasta metas inciertas;
y como en una página sobrescrita sin guía
con letras y pinturas de variados matices,
innumerable multitud de formas aparece
ora torvas, ora delicadas, bellas o raras,
extrañas entre sí, excepto las relacionadas
con un remoto Origen, mosquito, hombre, piedra y sol.
Dios hizo las rocas pétreas, las plantas arbóreas,
la tierra telúrica y estelares los astros,
y estos hombrezuelos, criaturas que andan por el terreno
y cuyos nervios el toque de luz y sonido estremecen.
Los movimientos del mar, el viento en las ramas,
la hierba verde, la enorme y lenta singularidad de las vacas,
truenos y relámpagos, pájaros que giran y gritan,
fango que repta desde el cieno para vivir y morir,
cada cual se registra debidamente y se graba
en los pliegues cerebrales con fuerza distinta.
Mas los árboles no son “árboles” hasta que se los nombra y contempla,
y nunca se los designó así hasta que hubo aquellos
que desplegaron el intrincado aliento del lenguaje,
débil eco y borrosa imagen del mundo,
mas ningún archivo ni fotografía,
siendo vaticinio, juicio y risa,
la respuesta de aquellos que se conmueven
por hondos movimientos apremiantes emparentados
con la vida y muerte de árboles, bestias y estrellas :
voluntarios cautivos que socavan umbríos barrotes,
ahondando en lo ya conocido por experiencia
y separando el genio del espíritu del sentido.
Lentamente obtuvieron de sí mismos grandes poderes
y retrospectivamente contemplaron a los elfos
que trabajaban en las sutiles forjas de la mente,
y luz y oscuridad entretejían en telares secretos.
No ve ninguna estrella quien no las ve ante todo
hechas de plata viva que estalla de pronto
en llamas, como flores en lo más hondo de un antigua canción,
cuyo eco musical desde hace mucho
persigue. No hay firmamento,
únicamente un vacío, sino una tienda enjoyada
entretejida de mitos y adornada por elfos; y no hay tierra,
sino la matriz de donde todo nace.
El corazón humano no está hecho de mentiras,
sino que obtiene sabiduría del único que es Sabio,
y al que todavía invoca. Aunque ahora hace ya tiempo exiliado
el hombre no está completamente perdido ni del todo ha cambiado.
Puede que lo acose la desgracia, pero no ha sido destronado aún,
y lleva los harapos del señorío que poseyó,
su dominio del mundo por acto creativo:
no es suyo adorar al gran Artefacto,
hombre, sub-creador, la luz refractada
a través de quien se astilla un único Blanco
en numerosos tintes que se combinan sin fin
en formas vivientes que van de mente en mente.
Aunque llenásemos todas las grietas del mundo
con elfos y duendes, aunque nos atreviésemos a construir
dioses y sus templos de oscuridad y luz,
y sembráramos semillas de dragones, sería nuestro derecho
(usado bien o mal). El derecho no ha decaído.
Creamos todavía por la ley con la que fuimos hechos.
¡Sí! ¡Hilamos “sueños-que-cumplen-los-deseos” para engañar
a nuestros tímidos corazones y a los Hechos fieros derrotar!
¿De dónde viene el ansia y el poder de soñar,
o considerar algo ora hermoso o feo?
No todos los anhelos son ociosos ni en vano
ideamos realizaciones – el dolor es dolor,
no se lo quiere de suyo, acaece en adversidad;
o aún para contrarrestar o someter la voluntad
con igual disfortuna; y sólo esto del Mal
es terriblemente cierto : hay Mal.
Benditos sean los ánimos asustadizos que el mal odia,
que se acobardan a su sombra, y sin embargo la puerta cierran;
que no buscan parlamentar, y en un protegido aposento,
aunque pequeño y desnudo, en un torpe telar
tejen gasas doradas para el día lejano
que se espera confiadamente aún bajo el imperio de la Sombra.
Benditos sean los hombres de la raza de Noé que construyeron
sus pequeñas arcas, que aunque frágiles y escasamente ocupadas;
con vientos contrarios navegan hacia un espectro,
el rumor de un puerto que la fe adivina.
Benditos sean los hacedores de leyendas con sus rimas
sobre cosas que no se hallan en el registro del tiempo.
No son ellos quienes han olvidado la Noche,
o nos han mandado que huyamos hacia la delicia organizada,
en islas-loto de bendición económica,
almas que perjuran para ganar un beso de Circe
(y la impostura de ello, la espuria seducción,
hecha a máquina del dos veces seducido).
Lejos vieron tales islas, y aún más preciosas,
y aquellos que oyen de ellas todavía, debieran tener cuidado.
Han visto la Muerte y la derrota última,
y sin embargo no retrocederán desesperados,
pues a menudo la lira a la victoria han vuelto
e inflamado corazones con el legendario fuego
iluminando el Ahora y los oscuros días que Han Sido
con luz de soles que ningún hombre todavía ha visto.
Ojalá pudiera cantar con los trovadores
y agitar lo inadvertido con una cuerda palpitante.
Ojalá estuviera con los marineros del mar profundo,
que sus esbeltas tablas cortan en escarpadas montañas
y viajar en una misión vaga y errante,
pues muchos han ido más allá del Oeste fabuloso.
Ojalá me dijeran junto a los sitiados locos,
que mantienen una fortaleza interna donde su oro,
impuro y escaso, todavía traen con fidelidad
para acuñar la borrosa imagen de un rey distante,
o que tejen en estandartes fantásticos los resplandecientes
emblemas heráldicos de un señor invisible.
No marcharé con vuestros monos progresistas,
erecto y docto. Ante ellos se abre
el abismo oscuro adonde su progreso tiende,
si por misericordia de Dios el adelanto alguna vez acaba,
y no cesa de dar vueltas a los mismos
cursos estériles cambiándoles de nombre.
No probaré su camino polvoriento y el mandato,
indicando esto y aquello por esto y aquello,
Vuestro mundo inmutable donde no participa
el pequeño hacedor del arte del Creador.
No me inclinaré sin embargo delante de la Corona de Hierro,
ni dejaré caer mi propio y dorado, pequeño cetro.
Quizá en el Paraíso el ojo se extravíe
al contemplar el Día imperecedero
para ver el día iluminado, y renovar
de la verdad reflejada la imagen de la Verdad.
Entonces mirando la Tierra Bendecida se verá
que todo es como es, y sin embargo libre:
la Salvación no cambia, ni siquiera destruye
al jardín ni al jardinero, ni a los niños y sus juguetes.
No se verá el Mal, pues no hay mal
en las imágenes de Dios sino en los ojos malévolos,
no en la fuente sino en la elección maliciosa,
y no en el sonido sino en la voz desentonada.
En el Edén ya no parecen fuera de lugar;
y aunque hacen cosas nuevas, no construyen fraudes.
Seguro que todavía lo harán, pues no están muertos
y habrá llamas en las cabezas de los poetas,
y arpas donde precisos caerán sus dedos:
allí cada uno elegirá para siempre del Todo.
***
J. R. R. Tolkien (Bloemfontein, 1892-Bournemouth, 1973)
Versión de Rubi Brandigamo
/
Mythopoeia
*
To one [C.S. Lewis] who said that myths were lies and therefore worthless, even though ‘breathed through silver’.
Philomythus to Misomythus
You look at trees and label them just so,
(for trees are ‘trees’, and growing is ‘to grow’);
you walk the earth and tread with solemn pace
one of the many minor globes of Space:
a star’s a star, some matter in a ball
compelled to courses mathematical
amid the regimented, cold, inane,
where destined atoms are each moment slain.
At bidding of a Will, to which we bend
(and must), but only dimly apprehend,
great processes march on, as Time unrolls
from dark beginnings to uncertain goals;
and as on page o’er-written without clue,
with script and limning packed of various hue,
an endless multitude of forms appear,
some grim, some frail, some beautiful, some queer,
each alien, except as kin from one
remote Origo, gnat, man, stone, and sun.
God made the petreous rocks, the arboreal trees,
tellurian earth, and stellar stars, and these
homuncular men, who walk upon the ground
with nerves that tingle touched by light and sound.
The movements of the sea, the wind in boughs,
green grass, the large slow oddity of cows,
thunder and lightning, birds that wheel and cry,
slime crawling up from mud to live and die,
these each are duly registered and print
the brain’s contortions with a separate dint.
Yet trees are not ‘trees’, until so named and seen
and never were so named, till those had been
who speech’s involuted breath unfurled,
faint echo and dim picture of the world,
but neither record nor a photograph,
being divination, judgement, and a laugh
response of those that felt astir within
by deep monition movements that were kin
to life and death of trees, of beasts, of stars:
free captives undermining shadowy bars,
digging the foreknown from experience
and panning the vein of spirit out of sense.
Great powers they slowly brought out of themselves
and looking backward they beheld the elves
that wrought on cunning forges in the mind,
and light and dark on secret looms entwined.
He sees no stars who does not see them first
of living silver made that sudden burst
to flame like flowers bencath an ancient song,
whose very echo after-music long
has since pursued. There is no firmament,
only a void, unless a jewelled tent
myth-woven and elf-pattemed; and no earth,
unless the mother’s womb whence all have birth.
The heart of Man is not compound of lies,
but draws some wisdom from the only Wise,
and still recalls him. Though now long estranged,
Man is not wholly lost nor wholly changed.
Dis-graced he may be, yet is not dethroned,
and keeps the rags of lordship once he owned,
his world-dominion by creative act:
not his to worship the great Artefact,
Man, Sub-creator, the refracted light
through whom is splintered from a single White
to many hues, and endlessly combined
in living shapes that move from mind to mind.
Though all the crannies of the world we filled
with Elves and Goblins, though we dared to build
Gods and their houses out of dark and light,
and sowed the seed of dragons, ’twas our right
(used or misused). The right has not decayed.
We make still by the law in which we’re made.
Yes! ‘wish-fulfilment dreams’ we spin to cheat
our timid hearts and ugly Fact defeat!
Whence came the wish, and whence the power to dream,
or some things fair and others ugly deem?
All wishes are not idle, nor in vain
fulfilment we devise — for pain is pain,
not for itself to be desired, but ill;
or else to strive or to subdue the will
alike were graceless; and of Evil this
alone is deadly certain: Evil is.
Blessed are the timid hearts that evil hate
that quail in its shadow, and yet shut the gate;
that seek no parley, and in guarded room,
though small and bate, upon a clumsy loom
weave tissues gilded by the far-off day
hoped and believed in under Shadow’s sway.
Blessed are the men of Noah’s race that build
their little arks, though frail and poorly filled,
and steer through winds contrary towards a wraith,
a rumour of a harbour guessed by faith.
Blessed are the legend-makers with their rhyme
of things not found within recorded time.
It is not they that have forgot the Night,
or bid us flee to organized delight,
in lotus-isles of economic bliss
forswearing souls to gain a Circe-kiss
(and counterfeit at that, machine-produced,
bogus seduction of the twice-seduced).
Such isles they saw afar, and ones more fair,
and those that hear them yet may yet beware.
They have seen Death and ultimate defeat,
and yet they would not in despair retreat,
but oft to victory have tuned the lyre
and kindled hearts with legendary fire,
illuminating Now and dark Hath-been
with light of suns as yet by no man seen.
I would that I might with the minstrels sing
and stir the unseen with a throbbing string.
I would be with the mariners of the deep
that cut their slender planks on mountains steep
and voyage upon a vague and wandering quest,
for some have passed beyond the fabled West.
I would with the beleaguered fools be told,
that keep an inner fastness where their gold,
impure and scanty, yet they loyally bring
to mint in image blurred of distant king,
or in fantastic banners weave the sheen
heraldic emblems of a lord unseen.
I will not walk with your progressive apes,
erect and sapient. Before them gapes
the dark abyss to which their progress tends
if by God’s mercy progress ever ends,
and does not ceaselessly revolve the same
unfruitful course with changing of a name.
I will not treat your dusty path and flat,
denoting this and that by this and that,
your world immutable wherein no part
the little maker has with maker’s art.
I bow not yet before the Iron Crown,
nor cast my own small golden sceptre down.
In Paradise perchance the eye may stray
from gazing upon everlasting Day
to see the day illumined, and renew
from mirrored truth the likeness of the True.
Then looking on the Blessed Land ’twill see
that all is as it is, and yet made free:
Salvation changes not, nor yet destroys,
garden nor gardener, children nor their toys.
Evil it will not see, for evil lies
not in God’s picture but in crooked eyes,
not in the source but in malicious choice,
and not in sound but in the tuneless voice.
In Paradise they look no more awry;
and though they make anew, they make no lie.
Be sure they still will make, not being dead,
and poets shall have flames upon their head,
and harps whereon their faultless fingers fall:
there each shall choose for ever from the All.
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