El múltiple sentido de las permutaciones
del tiempo que el poema permite
asombra. Una secuencia de imágenes
sencillas, y finalmente convencionales,
la rápida sucesión de las unidades dinámicas del verbo,
combina las tres perspectivas
que los filósofos dicen de lo eterno, del instante, y
de lo perenne. La tierra misma se transforma,
la sombra de las nubes al volar sobre las casas
da reposo y abrigo a la obra de nuestras manos.
Pasan los años como días, el día de ahora
es entero y completo como en otra hora.
Leyendo, ya sé, tal vez nada suceda:
viento en las hojas, agua, una estrella que cae.
Comiendo la sopa caliente delante del televisor
el orden de la historia y de la sociedad no está
prevista en el menú. Aun así son esas imágenes volátiles
la razón del poema, mientras dura el sol.
~
Evidentemente, sería fácil
para cualquier cocodrilo lanzar un rayo poderoso
y deshacerme en cenizas. Un tiro
en el cráneo, por otro lado,
depende del calibre, del espesor del aire,
de la sequedad de la mano, del tejido del guante.
Raramente los filósofos son asesinados
sin cobertura legal. El poema,
violento y cruel, da entrada
en la embajada del nóbel.
¡Quedan tan bellos sus versos
en turco, junto a la chimenea,
envueltos con cordel! No es viable
encontrar tigres en el jardín; tal vez
un novísimo androide lo satisfaga.
Lleva todos los programas, y después
basta lamerme la cara y sin demora
tendrá el resultado que merece.
~
Los antiguos eran jóvenes, y nosotros,
dijo Bacon en un lúcido momento,
somos viejos, liados en
constante movimiento. Hoy podría
tener veinte años, un cuerpo diferente
capaz de reflejar
el sol, que más allá de las nubes brilla;
sabría, con arte de palabras,
decir, del cielo, los nombres más completos;
con barbas blancas visitando asilos
nuestros hijos nos darían fama.
E incluso así alguna
pequeña cosa perdería: el cielo, tal vez,
en su color más frío;
mañanas de temporal, cuando distantes
relámpagos azules cubren la tierra;
el olor a lluvia, el sabor de algunos frutos;
historias por contar; libros por leer;
la sabia opinión del canciller;
y sobre todo, en tu rostro, el velo
del antiguo amor llamado juventud.
António Franco Alexandre (Viseo, 1944)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
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O múltiplo sentido das permutações
do tempo que o poema permite
assombra. Uma sequência de imagens
simples, e finalmente convencionais,
a rápida sucessão das unidades dinâmicas do verbo,
combina as três perspectivas
que os filósofos dizem do eterno, do instante, e
do perene. A terra mesma se transforma,
a sombra das nuvens ao voar sobre as casas
dá repouso e abrigo à obra das nossas mãos.
Passam os anos como dias, o dia de agora
é inteiro e completo como outrora.
Lendo, já sei, talvez nada aconteça:
vento nas folhas, água, uma estrela que cai.
Comendo a sopa quente diante da tv
a ordem da história e da sociedade não está
prevista no menu. Ainda assim são essas imagens voláteis
a razão do poema, enquanto dura o sol.
~
Evidentemente, seria fácil
a qualquer crocodilo lançar um raio poderoso
e desfazer-me em cinza. Um tiro
no crânio, por outro lado,
depende do calibre, da espessura do ar,
da secura da mão, do tecido da luva.
Raramente os filósofos são assassinados
sem cobertura legal. O poema,
violento e cruel, dá entrada
na embaixada do nobel.
Ficam tão belos os seus versos
em turco, junto à lareira,
embrulhados em cordel! Não é viável
encontrar tigres no jardim; talvez
um novíssimo andróide o satisfaça.
Traz todos os programas, e depois
basta lamber-lhe a face e sem demora
terá o resultado que merece.
~
Os antigos eram jovens, e nós,
disse Bacon num lúcido momento,
somos velhos, embrulhados em
constante movimento. Hoje podia
ter vinte anos, um corpo diferente
capaz de reflectir
o sol, que além das nuvens brilha;
saberia, com arte de palavras,
dizer, do céu, os nomes mais completos;
de barbas brancas visitando asilos
os nossos filhos nos dariam fama.
E ainda assim alguma
pequena coisa perderia: o céu, talvez,
na sua cor mais fria;
manhãs de temporal, quando distantes
relâmpagos azuis cobrem a terra;
o cheiro a chuva, o sabor de alguns frutos;
estórias por contar; livros por ler;
a sábia opinião do chanceler;
e sobretudo, no teu rosto, o véu
do antigo amor chamado juventude.
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