Mi padre fue durante mucho tiempo
una sonrisa de plástico encerrada bajo la cama.
Antes de eso, era lo que salía
de la boca de mi madre. Era
cuando era mayor. Él era humo de bobina,
un nombre secreto. Ese maldito turco.
Él era palabra extranjera, país lejano.
Me entregué a sus manos que también
engendraron; me moldearon en estremecimiento.
En cuclillas vacilantes, moretón expectante.
En puerta cerrada, sitio negro de la CIA
mi cuerpo desconocido y negado a cualquiera
pero los hombres más bajos. Dije que golpearan a mi padre
en mí por favor, pero él no pudo ser encontrado.
Y cuando lo fue, deseé que permaneciera
perdido. Se culpaba por los hombres que quiero.
Un padre puede negar cualquier necesidad que piense
son la suma de todos los deseos que él piensa
la ausencia tiene un género. Escucha.
No se puede antedatar el amor, destruye
la historia, que es todo lo que tengo y así
como cualquier hombre, quiero abandonar.
En ausencia de tiempo inventaré
rosas, un linaje más allá de la geografía,
luego todo tipo de gente hermosa
que vagan por desiertos y olivares,
en reinos húmedos, a la caza de pueblos
donde un niño puede amar a otro niño y aún ser
llamado hijo.
Omar Sakr (Sydney, 1989)
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